Título original: Les roseaux sauvages. Dirección: André Téchiné. País: Francia. Año: 1994. Duración: 110
min. Género: Drama.
André Téchiné, Gilles
Taurand, Olivier Massart (Guión), Jeanne
Lapoirie (Fotografía), Chubby
Checker (Música), Martine Giordano (Montaje), Jean-Paul Mugel (Sonido) Pierre Soula (Escenografía), Jean-Jacques Albert (Producción).
César 1994 a la Mejor
Película, Mejor Director y Mejor Guión. Mejor Película extranjera 1995 en el Círculo
de Críticos de Nueva York. Mejor Película extranjera 1995 en la Asociación de
Críticos de Los Angeles.
Estreno en España: 21 abril 1995
Reparto: Elodie Bouchez (Maïté), Gaël
Morel (François), Stéphane Rideau (Serge), Frédéric Gorny (Henri), Michéle
Moretti (Sra. Álvarez), Jacques Nolot (Sr. Morelli).
Sinopsis:
Provenza, 1962. Con la
guerra de Independencia de Argelia como telón de fondo, la trama se basa en las
relaciones de un grupo de estudiantes de un internado. François, un chico de
dieciocho años, descubre que es gay y que está enamorado de Serge, su compañero
de cuarto. Éste al principio parece corresponderle, y una noche se acuestan
juntos. Pero, a continuación, Serge no quiere saber nada de François y se
interesa por Maité, una joven militante comunista, hija de una de las
profesoras.
¡Qué riesgos asume André
Téchiné en ésta su sorprendente, extraordinaria, multipremiada película!
Riesgos: para un director al que, a pesar de desconocer aquí buena parte de su
filmografía, se le cuentan las películas por éxitos, no se le ocurre nada mejor
que rodar casi en condiciones de clandestinidad. Con equipo reducido y en el
campo, con actores desconocidos -magníficos todos, aunque haya que destacar, es
de ley, a la increíble protagonista, Elodie Bouchez, una auténtica revelación-,
una película luminosa, desconcertante en su sencillez, profundamente
inteligente. Riesgos: en un país en el cual la Historia, con mayúsculas, se
sacraliza más que en cualquier otro -efectos del nacionalismo todopoderoso-,
Téchiné se atreve a abordar la guerra de Argelia en la retaguardia, donde menos
probable parece que se sentirán sus efectos, sólo para mostrar de qué forma, y
con qué rotundidad, una guerra colonial divide drásticamente a todo el mundo. Y
riesgos, también: atreverse con el mundo siempre conflictivo de la
adolescencia, pero sin pretender ilustrar verdad alguna. Cada uno de los cuatro
personajes centrales tiene la suya, difícilmente compartible, además; y la
soledad a que cada uno se verá implícitamente condenado al final por la ficción
será el resultado de su propio desarrollo psicológico, no de una verdad
apriorística aportada exteriormente a la narración por un autor clarividente.
Los juncos salvajes, hermosa metáfora
que hace referencia al carácter de la juventud, que siempre mantiene sólidas
las raíces plegándose aparentemente a los acontecimientos, transcurre en unos
pocos días previos al final del curso de 1962, cuando en Argel se oyen los
estrépitos de los atentados de la OAS y la independencia argelina es ya una
realidad aceptada por el establishment político francés. En su sencillez sólo
aparente, el filme muestra las relaciones que se establecen entre tres chicos y
una chica. Uno, recién llegado al pueblo en que se desarrolla la acción, es
hijo de pied-noirs y pasea su fracaso
escolar por media Francia, siempre entre el rencor por los metropolitanos
traidores a la justa causa y su propia desorientación vital. Otro es hijo de
emigrantes italianos, al que una bomba de la OAS mata cruelmente a su hermano
militar.
El tercero, un muchacho
sensible y narcisista, que gusta del cine de Bergman y de citar a Faulkner,
descubrirá pronto una invencible tendencia que, es de suponer, marcará su vida.
Y la chica, hija de una profesora militante comunista, y comunista ella misma,
descubrirá, igualmente, qué diferente resultan los postulados teóricos cuando
se intenta vivir la vida día a día. Los misterios del sexo, el despertar de los
sentidos, las inclinaciones personales y las discrepancias con los discursos
que las enmascaran son la materia prima con la que trabaja Téchiné. Su opción
narrativa aparece alejada de todo academicismo, incluso dominada por un cierto
desaliño formal a la hora de componer el encuadre que podrá no gustar a alguno,
pero que a la postre no hay más remedio que respetar por su propia coherencia.
Téchiné pretende que nada interfiera en lo que le interesa contar, que ningún
plano remilgado distraiga la atención sobre lo que le importa, los
sentimientos, las contradicciones de los personajes.
Así, la película se
despliega en un engañoso primer término, mientras lo que en realidad ocurre en
el interior de los personajes va apareciendo poco a poco, epifanía laica, que
diría el viejo Guido Aristarco, tanto más sorprendente cuanto imprevista.
Ejercicio de sobriedad narrativa, inteligente propuesta abierta, Los juncos salvajes es no sólo la mejor
película, con permiso de La reina Margot,
que ha llegado desde Francia en mucho tiempo, sino también el filme más acabado
y complejo de cuantos ha hecho hasta la fecha este André Téchiné que merece ser
mucho mejor conocido entre nosotros. (Casimiro Torreiro)
Recomendada.
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