Título original: Le Samouraï. Dirección: Jean-Pierre Melville. País: Francia. Año: 1967. Duración: 105
min. Género: Cine Negro.
Jean-Pierre Melville,
Georges Pellegrin, basado en una novela de Joan McLeod (Guión), Henri Decae (Fotografía),
François de Roubaix (Música),
Monique Bonnot (Montaje), Raymond Borderie y Eugène Lépicier (Producción).
Estreno en España: 25 Octubre 1968
Reparto:
Alain Delon, Nathalie
Delon, Caty Rosier, François Périer, Michel Boisrond, Jacques Leroy, Catherine
Jourdan, Jean-Pierre Posier.
Sinopsis:
La historia de un
hermético y frío asesino a sueldo. Jeff Costello es un perfeccionista que
siempre planea cuidadosamente sus asesinatos y al que nunca han atrapado. Sin
embargo una noche, tras liquidar al dueño de un club nocturno, queda a la vista
de varios testigos. Sus esfuerzos por construir una coartada fallan y poco a
poco es acorralado, tanto por la policía como los clientes que le han
traicionado.
Comentarios:
Seguidor declarado del
cine negro americano de los años 30, Jean-Pierre Melville basó gran parte de su
obra en recrear la esencia del antihéroe solitario que reflejaban filmes como
‘Las calles de la ciudad’ (City Streets, Rouben Mamoulian, 1931), ‘Hampa
dorada’ (Little Caesar, Mervyn LeRoy, 1931) o ‘Scarface, el terror del hampa’
(Scarface, Howard Hawks y Richard Rosson, 1932). Todas las etapas de su
filmografía ofrecen un retrato del concepto de ‘el hombre’, la exaltación de la
virilidad así como de sus valores y camaradería; aspecto heredado de las
propias vivencias de Melville en el frente francés en la Segunda Guerra
Mundial.
Pese a que siempre fue
denominado como “el más americano de los autores franceses”, la influencia de
la industria estadounidense en su obra era más iconográfica que narrativa. Un
aspecto en el que diverge del resto de sus compañeros de generación José
Giovani y Henri Verneuil, fundadores oficiosos de ese subgénero llamado Polar,
más centrados en el continente que en el contenido de los primeros ‘noir’. Es
tiempo del gángster romántico, de pasado, presente y futuro siempre en el
lindero que separa la huida y la muerte. Es la llamada 'poésie du crime' que
simboliza en todo su esplendor Alain Delon como ese metódico y taciturno
‘samurái’ representado en ‘El silencio de un hombre’ (Le Samouraï, 1967).
Estandarte del nombrado polar francés, la undécima película de
Melville recorre toda la topografía parisina a través de la triste mirada de un
asesino a sueldo. Un profesional parapetado en un pequeño apartamento en el
centro y acompañado por el monótono piar de un canario que como el protagonista
solamente tiene su jaula. Jeff Costello (Delon) deja las palabras a un lado y
sigue su propio código. Un especialista que mata por dinero y (sobre) vive en
la sombra. Dotado de elegancia y atractivo, su relación con las mujeres se
reduce a esporádicas visitas a una hermosa rubia (Nathalie Delon) que sirven
como coartada a cada uno de sus trabajos. Paciente e inteligente, no existen
fisuras en un universo estudiado al milímetro. Una situación que cambia tras
ser engañado por la parte contratante de su último encargo. Algo que provocará
que no solo sea perseguido por sus clientes, también por la gendarmería en una
asfixiante caza. Solo quedan dos opciones: huir o morir.
La sombría geografía
emocional de ‘El silencio de un hombre’ queda clara ya desde su inicio, con un
bello plano secuencia y con la cita "La
profunda soledad del samurái sólo es comparable a la de un tigre en la selva".
Es el dibujo de la tranquilidad que precede al método. En todo un ejercicio de
magnetismo Alain Delon compone una de las grandes interpretaciones de su
carrera. Un personaje irresistible y complejo avocado a convertirse en un icono
tal como los protagonistas de las cintas que Melville admira. Jeff Costello es
un homenaje a esos papeles personificados por Humphrey Bogart, James Cagney o
Edward G. Robinson pero con estilo propio y sin renunciar a los estilemas de un
cine previo a ese efervescente laboratorio llamado ‘Nouvelle Vague’. Costello
logra encajar con todos los elementos que circundan el filme. Desde sus aliados
hasta sus enemigos pasando por el urbanismo parisino. Una figura mimetizada con
su entorno como si de un lienzo expresionista se tratara. Es química pura.
Ataviado con su sombrero y gabardina clásica, no renuncia a su idiosincrasia y
porte, ni siquiera herido o en la huida. Es una cuestión de principios.
Melville, también creador
del libreto – junto a Georges Pellegrin – a partir de la novela ‘The Ronin’ de
John McLeod, ofrece toda una exhibición narrativa. Primero con toda esa
nebulosa que articula en torno a Costello. No otorga información sobre su
pasado remarcando esa aura mitológica que le acompaña. "Alguien dijo en una ocasión que en una
película de Godard, Jef Costello, tendido sobre la cama de su habitación,
habría leído un libro y el espectador vería su cubierta, y en una de Bresson se
habría preparado un café con leche. Esto no me interesa. No me gusta ver a mi
héroe enfrentarse a lo que podríamos llamar una función orgánica. Quiero
sensibilizar al espectador de la intimidad del héroe sin mostrar cómo come en
la mesa." Comentaba el autor sobre su personaje. Sin duda, la
influencia oriental copa gran parte del relato, ante todo por ese trazo grácil
y pétreo del protagonista tan propio del asesino medieval nipón por excelencia.
No terminan ahí las comparativas ya que ‘El silencio de un hombre’ pudiera ser
un western contemporáneo. Un ‘Solo ante el peligro’ (High Noon, Fred Zinnemann,
1952) o ‘Raíces profundas’ (Shane, George Stevens, 1953) importado a la gran urbe
francesa. Segundo, por el prodigioso uso de la cámara y la técnica elevan la
elipsis y toda la retórica que la cinta porta. Dinámicos travellings y la
azulada atmósfera creada por Henri Decaë componen un escenario lúgubre, fóbico
y enigmático que anuncian que tipo de epílogo encontrará ese samurai parisino.
Un final de resonante
poética. Movimientos pausados hasta llegar al ‘hall’ del club donde dio
comienzo el último episodio. Allí, con mirada serena y dejando atónita a la
joven encargada del guardarropa posa su sombrero. Ella le entrega su resguardo
mientras le busca acomodo a su preciada prenda. Justo en ese momento, Costello
abandona el resguardo en el mostrador – de forma sutil, casi a cámara lenta – y
marcha valiente en busca de su destino. Un destino que aceptará de forma
honorable. Cara a cara con esa ‘femme fatale’ eje de toda la trama y revólver en
mano. Lo que esconde el tambor de éste es la llave del triunfo de Jeff
Costello. Un triunfo desde la muerte. (Emilio Luna)
Recomendada.
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