sábado, 6 de junio de 2020

El silencio de un hombre (El samurái) (Jean-Pierre Melville, 1967)




Título original: Le Samouraï. Dirección: Jean-Pierre Melville. País: Francia. Año: 1967. Duración: 105 min. Género: Cine Negro.
Jean-Pierre Melville, Georges Pellegrin, basado en una novela de Joan McLeod (Guión), Henri Decae (Fotografía), François de Roubaix (Música), Monique Bonnot (Montaje), Raymond Borderie y Eugène Lépicier (Producción).
Estreno en España: 25 Octubre 1968

Reparto:
Alain Delon, Nathalie Delon, Caty Rosier, François Périer, Michel Boisrond, Jacques Leroy, Catherine Jourdan, Jean-Pierre Posier.


Sinopsis: 
La historia de un hermético y frío asesino a sueldo. Jeff Costello es un perfeccionista que siempre planea cuidadosamente sus asesinatos y al que nunca han atrapado. Sin embargo una noche, tras liquidar al dueño de un club nocturno, queda a la vista de varios testigos. Sus esfuerzos por construir una coartada fallan y poco a poco es acorralado, tanto por la policía como los clientes que le han traicionado.

Comentarios:
Seguidor declarado del cine negro americano de los años 30, Jean-Pierre Melville basó gran parte de su obra en recrear la esencia del antihéroe solitario que reflejaban filmes como ‘Las calles de la ciudad’ (City Streets, Rouben Mamoulian, 1931), ‘Hampa dorada’ (Little Caesar, Mervyn LeRoy, 1931) o ‘Scarface, el terror del hampa’ (Scarface, Howard Hawks y Richard Rosson, 1932). Todas las etapas de su filmografía ofrecen un retrato del concepto de ‘el hombre’, la exaltación de la virilidad así como de sus valores y camaradería; aspecto heredado de las propias vivencias de Melville en el frente francés en la Segunda Guerra Mundial.
Pese a que siempre fue denominado como “el más americano de los autores franceses”, la influencia de la industria estadounidense en su obra era más iconográfica que narrativa. Un aspecto en el que diverge del resto de sus compañeros de generación José Giovani y Henri Verneuil, fundadores oficiosos de ese subgénero llamado Polar, más centrados en el continente que en el contenido de los primeros ‘noir’. Es tiempo del gángster romántico, de pasado, presente y futuro siempre en el lindero que separa la huida y la muerte. Es la llamada 'poésie du crime' que simboliza en todo su esplendor Alain Delon como ese metódico y taciturno ‘samurái’ representado en ‘El silencio de un hombre’ (Le Samouraï, 1967).
Estandarte del nombrado polar francés, la undécima película de Melville recorre toda la topografía parisina a través de la triste mirada de un asesino a sueldo. Un profesional parapetado en un pequeño apartamento en el centro y acompañado por el monótono piar de un canario que como el protagonista solamente tiene su jaula. Jeff Costello (Delon) deja las palabras a un lado y sigue su propio código. Un especialista que mata por dinero y (sobre) vive en la sombra. Dotado de elegancia y atractivo, su relación con las mujeres se reduce a esporádicas visitas a una hermosa rubia (Nathalie Delon) que sirven como coartada a cada uno de sus trabajos. Paciente e inteligente, no existen fisuras en un universo estudiado al milímetro. Una situación que cambia tras ser engañado por la parte contratante de su último encargo. Algo que provocará que no solo sea perseguido por sus clientes, también por la gendarmería en una asfixiante caza. Solo quedan dos opciones: huir o morir.



La sombría geografía emocional de ‘El silencio de un hombre’ queda clara ya desde su inicio, con un bello plano secuencia y con la cita "La profunda soledad del samurái sólo es comparable a la de un tigre en la selva". Es el dibujo de la tranquilidad que precede al método. En todo un ejercicio de magnetismo Alain Delon compone una de las grandes interpretaciones de su carrera. Un personaje irresistible y complejo avocado a convertirse en un icono tal como los protagonistas de las cintas que Melville admira. Jeff Costello es un homenaje a esos papeles personificados por Humphrey Bogart, James Cagney o Edward G. Robinson pero con estilo propio y sin renunciar a los estilemas de un cine previo a ese efervescente laboratorio llamado ‘Nouvelle Vague’. Costello logra encajar con todos los elementos que circundan el filme. Desde sus aliados hasta sus enemigos pasando por el urbanismo parisino. Una figura mimetizada con su entorno como si de un lienzo expresionista se tratara. Es química pura. Ataviado con su sombrero y gabardina clásica, no renuncia a su idiosincrasia y porte, ni siquiera herido o en la huida. Es una cuestión de principios.


Melville, también creador del libreto – junto a Georges Pellegrin – a partir de la novela ‘The Ronin’ de John McLeod, ofrece toda una exhibición narrativa. Primero con toda esa nebulosa que articula en torno a Costello. No otorga información sobre su pasado remarcando esa aura mitológica que le acompaña. "Alguien dijo en una ocasión que en una película de Godard, Jef Costello, tendido sobre la cama de su habitación, habría leído un libro y el espectador vería su cubierta, y en una de Bresson se habría preparado un café con leche. Esto no me interesa. No me gusta ver a mi héroe enfrentarse a lo que podríamos llamar una función orgánica. Quiero sensibilizar al espectador de la intimidad del héroe sin mostrar cómo come en la mesa." Comentaba el autor sobre su personaje. Sin duda, la influencia oriental copa gran parte del relato, ante todo por ese trazo grácil y pétreo del protagonista tan propio del asesino medieval nipón por excelencia. No terminan ahí las comparativas ya que ‘El silencio de un hombre’ pudiera ser un western contemporáneo. Un ‘Solo ante el peligro’ (High Noon, Fred Zinnemann, 1952) o ‘Raíces profundas’ (Shane, George Stevens, 1953) importado a la gran urbe francesa. Segundo, por el prodigioso uso de la cámara y la técnica elevan la elipsis y toda la retórica que la cinta porta. Dinámicos travellings y la azulada atmósfera creada por Henri Decaë componen un escenario lúgubre, fóbico y enigmático que anuncian que tipo de epílogo encontrará ese samurai parisino.
Un final de resonante poética. Movimientos pausados hasta llegar al ‘hall’ del club donde dio comienzo el último episodio. Allí, con mirada serena y dejando atónita a la joven encargada del guardarropa posa su sombrero. Ella le entrega su resguardo mientras le busca acomodo a su preciada prenda. Justo en ese momento, Costello abandona el resguardo en el mostrador – de forma sutil, casi a cámara lenta – y marcha valiente en busca de su destino. Un destino que aceptará de forma honorable. Cara a cara con esa ‘femme fatale’ eje de toda la trama y revólver en mano. Lo que esconde el tambor de éste es la llave del triunfo de Jeff Costello. Un triunfo desde la muerte. (Emilio Luna)
Recomendada.


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