Título original: The Last Days of Disco. Dirección: Whit Stillman. País: USA. Año: 1998. Duración: 114 min. Género: Comedia dramática.
Guión: Whit Stillman. Fotografía: John Thomas. Música: Mark Souzzo, Varios. Montaje: Andrew Hafitz, Jay Pires. Vestuario: Sarah Edwards. Producción: Edmon Roch, Cecilia Kate Rogue (Castle Rock Entertainment).
Fecha del estreno: 5 Noviembre 1999 (España).
Reparto: Chloë Sevigny (Alice Kinnon), Kate Beckinsale (Charlotte Pingress), Robert Sean Leonard (Tom Platt), Jennifer Beals (Nina Moritz), Chris Eigeman (Des McGrath), Matt Keeslar (Josh Neff), Mackenzie Astin (Jimmy Steinway), Matt Ross (Dan Powers), Tara Subkoff (Holly), Burr Steers (Van), David Thornton (Bernie Rafferty).
Sinopsis:
Años ochenta. Alice y Charlotte son dos chicas jóvenes que se acaban de graduar de la Universidad de Hampshire. Apenas pueden sobrevivir con su pobre salario, así que se ven forzadas a compartir su vivienda con una tercera inquilina llamada Holly en un minúsculo apartamento en la sección de Yorkville en Manhattan.
Comentarios:
Una versión extendida de Doctor´s Orders –el éxito de mediados de la década de 1970– enlaza los créditos iniciales de The Last Days of Disco (1998) con su primera secuencia, donde se presenta a varios de los protagonistas in medias res, en una trepidante dispersión de subtramas que, al ritmo del hit interpretado por Carol Douglas, convergen hacia un epicentro común: la ruidosa discoteca de moda del momento en Nueva York, un lugar poco o nada indicado para la infatigable locuacidad y la capacidad de argumentación sin límites de los personajes de Whit Stillman. El cineasta washingtoniano soterra toneladas de ironía bajo sus planos y el hecho de arrojar de inicio a sus protagonistas a las puertas de una discoteca, con la voluntad de hacer lo indecible por acceder a su interior, no deja de ser una nota sarcástica acerca de la obsesión de sus jóvenes urbanitas por las prerrogativas de clase y las opciones de ascenso a élites superiores.
Una vez en el interior del recinto, mientras se van encadenando de fondo Heart of Glass de Blondie, Good Times de CHIC y otros temazos disco, los integrantes de la pandilla van entrelazando y deshilvanando sus vínculos sentimentales, profesionales o logísticos a lo largo de un guion que despliega una armónica coreografía de relaciones interpersonales. La película, a su vez, traza el declive de la era disco como final de una época, incluyendo imágenes de archivo de la Disco Demolition Night, el evento organizado en julio de 1979 por detractores de la música disco para quemar y destruir miles de vinilos al descanso de un partido de los Chicago White Sox. El presagio de un ocaso inminente es un tema central en el universo de Stillman, creador de caracteres dotados de un aura entre aristocrática y pedante, figuras condenadas a habitar una realidad decadente donde su estatus está amenazado y su coexistencia como grupo apunta a la desintegración. No es casual, por tanto, el choque conceptual que se produce en The Last Days of Disco entre la contemporaneidad de la música disco y la escenografía barroca de la discoteca, más propia de salones cortesanos de otra época, por los cuales podría deambular, camuflado entre los yuppies disfrazados, el Príncipe de Salina.
Con apenas dos films previos –Metropolitan (1990) y Barcelona (1994)–, Stillman ya había apuntado unos rasgos autorales muy definidos. Un estilo asentado sobre largos diálogos de ecos literarios, una escenografía y un vestuario que potencian una extraña sensación de atemporalidad, unos personajes aferrados a un pasado idealizado –con referencias explícitas al universo literario de Jane Austen, tanto en la devoción de la protagonista de Metropolitan por la novela Mansfield Park como en la adaptación que realizaría el propio Stillman de Lady Susan en Amor y amistad (2016)–, y un espíritu gremial sintetizado visualmente en dos planos casi idénticos de Metropolitan y The Last Days of Disco, donde un travelling en retroceso encuadra al grupo caminando de noche por las calles de Nueva York.
Esta puesta en escena de carácter antinaturalista se completa con un trabajo actoral marcadamente impostado, más acentuado en los roles de actitud más amoral. Una artificiosidad que, confrontada con el tono aparentemente ligero de las obras del director americano, evoca un aroma similar al de los clásicos de enredos sentimentales de la screwball comedy. En un guion de Stillman, cualquier suceso trágico puede ser relativizado mediante la ingeniosa perorata del personaje más insolente de la trouppe. Como en Metropolitan y Barcelona, el actor Chris Eigeman es el encargado de preservar intacto el encanto amoral del dandi que combina una hipocresía zafia con la simpatía y la gracia del provocador nato. Stillman se deleita manteniendo en el alambre a sus cínicos encantadores, como demuestra el desarrollo interruptus de la escena de la cafetería de The Last Days of Disco, protagonizada por Des y Alice (Chloë Sevigny, en una evolución terrenal del idealizado papel de chica etérea y virginal que interpretaba Carolyn Farina en Metropolitan). En mitad de un cruel y manipulador monólogo sobre la salud mental de un amigo, Des se dispersa cuando se le ocurre que esnifar el café podría tener efectos neurológicos similares a los de la cocaína. Tras sorber de la taza y confirmarse la ridiculez del invento, Stillman mantiene el plano sobre el rostro de Des/Chris Eigeman durante unos segundos de más, mientras se seca de la nariz las gotas de café y se intuye que puede estar al borde de la carcajada. Al flirtear con la ruptura de la cuarta pared, Stillman exime ante el espectador de toda responsabilidad a su personaje por la diatriba anterior.
De este modo, la volubilidad de los caracteres y la levedad en el tratamiento evitan que el melodrama pueda desatarse. Las rupturas sentimentales, los despidos, las adicciones, las enfermedades de transmisión sexual y las tramas de evasión fiscal que en otros relatos ocuparían el centro dramático, en The Last Days of Disco permanecen en el trasfondo, mientras los protagonistas insisten en verbalizar constantemente sus deseos personales y sus aspiraciones sociales, autoanalizándose sin descanso –ya sea como individuos o como miembros de la clase social a la que pertenecen– y defendiendo con vehemencia sus fuertes convicciones hasta que las circunstancias les obligan a reconsiderarlas, sin que el peso de la transcendencia les haga desfallecer por el error de cálculo. Ni la egoísta y manipuladora compañera de Alice, Charlotte (interpretada por Kate Beckinsale, en lo que podría considerarse un esbozo de la maquiavélica Lady Susan a la que ella misma da vida en Amor y Amistad), que afirma desde el inicio del film que su firme propósito es mantener el control de su destino, perderá la esperanza e ilusión por el futuro cuando nada salga como ella esperaba.
El mundo de Stillman, un territorio proclive a las interconexiones –como las reapariciones en la discoteca de personajes de sus films anteriores–, es un hábitat inabarcable y lleno de vida propia, donde nada parece estar predeterminado y pueden abrirse nuevas subtramas cuando la lógica del relato pediría ir cerrando los cabos sueltos. En los instantes finales de The Last Days of Disco, el artificio se hace más explícito al virar hacia el musical y expandirse hasta el subsuelo, donde los anónimos pasajeros del metro de Nuevo York bailan Love Train, el tema de The O´Jays, mientras los títulos de crédito cierran el film. (Hugo Morales)
Recomendada.
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