Tomando como referencia las dos artes visuales de mayor calado popular del siglo XX, el libro plantea su recorrido acerca de la evolución comercial y social del Cine en España y su influencia en la Narrativa Gráfica española, más conocida popularmente como Historieta o Tebeo. Una mirada que abarca desde las primeras manifestaciones de ambos medios, en los albores del siglo, hasta finales de los años sesenta, década en la que el Tebeo autóctono declina su presencia en los quioscos. El libro recoge más de 650 documentos, muchos de ellos inéditos.
Ficha
técnica de TEBEOS DE CINE
Nº de páginas:
260
Editorial: TRILITA
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa
blanda
ISBN: 9788416249237
Año de edición: 2020
Plaza de edición: ESPAÑA
Fecha de lanzamiento: 20/02/2020
Alto: 2.8 cm
Ancho: 21.5 cm
Peso: 1265 gr
Cuando
uno recuerda que al tebeo se le llamaba el cine de los pobres, tiende a pensar
que la expresión se refería a la insalvable distancia entre medios de
producción: un dibujante con paciencia podía convocar en una viñeta a los miles
de figurantes que sólo una gran producción cinematográfica se podría costear.
El libro Tebeos de cine. La influencia cinematográfica en el Tebeo Clásico,
1900-1970 (Trilita Ediciones) de Paco Baena permite extraer una lectura
diferente sobre el asunto: el tebeo español, durante los años de posguerra,
fue, también, una ventana abierta a las maravillas y estímulos de la gran
pantalla para todos aquellos niños que no podían costearse el precio de una
entrada. “En mi infancia consumía muchos más tebeos que películas, porque el
precio de una entrada de cine no bajaba de las tres o cuatro pesetas, mientras
que por una peseta y veinticinco céntimos podía comprar un cuadernillo de
aventuras”, señala el autor, que también recuerda un precario antecedente de lo
que más tarde serían los videoclubs y hoy pueden ser los servicios de
streaming: “En Granada había locales con los tebeos expuestos y te los
alquilaban por diez céntimos. Si tenías una peseta, podías pasarte la tarde
entera leyendo tebeos. También existían quioscos de compra-venta y cambio en
los que podías canjear los ejemplares que ya habías leído por otros usados”.
Más
allá de la gratificante evocación nostálgica, Tebeos de cine, volumen
profusamente ilustrado con joyas de la colección personal del autor, analiza un
fenómeno de la cultura popular sin demasiado parangón en otros países: la
interacción entre dos lenguajes recién nacidos –el de la historieta y el del
cinematógrafo- a lo largo de unas décadas en las que ambas industrias
descubrían sus respectivos códigos expresivos, al tiempo que construían sólidos
imaginarios para la ensoñación. “El primer personaje en hacer el trasvase de un
medio a otro fue Charlot, que llegó a inspirar entre 1916 y 1935 hasta cinco
publicaciones distintas que llevaban su nombre en la cabecera e incluso hubo un
editor que llegó a inventarse a un hijo imaginario de Charlot, Charlotín, que
también tuvo revista propia”, señala Baena. “Era lógico, pues, que en esos
primeros años lo más trasladable al tebeo fueran los personajes de comedia por
su carácter icónico, que los emparentaba con los personajes característicos de
las historietas de humor. A partir de los años 30, cuando se implanta en España
el dibujo de trazo realista, empiezan a aparecer en las viñetas sucedáneos de
figuras como Mae West, Clark Gable o Wallace Beery, pero no es hasta finalizada
la Guerra Civil que no llega el gran momento del cuadernillo de aventuras, en
cuyo contexto se propusieron historias protagonizadas por algunas de las
estrellas más populares del momento como Cantinflas o Gary Cooper. La colección
Películas Famosas de ediciones Clíper llegó a adaptar 35 películas de éxito
como Tres lanceros bengalíes, El signo de la cruz, Forja de hombres o Titanes
del mar con la colaboración de las propias productoras de cine que buscaban una
adaptación fidedigna y facilitaban material a los autores”.
Al
recorrer las páginas de Tebeos de cine resulta inevitable formularse una
pregunta: y toda esta apropiación de iconos y nombres propios de Hollywood por
parte de la industria del tebeo español, ¿se desarrollaba de manera legal o
bien reinaba la despreocupada piratería de tiempos previos a la férrea
regulación de la propiedad intelectual? “Casi todas las editoriales que tomaron
referentes de Hollywood lo hacían de manera pirata”, aclara Baena, “pero algo
debió suceder alrededor de 1930, porque, a partir de ese momento, algunas publicaciones
ya incluían una nota que acreditaba su condición de producto con licencia
oficial. No obstante, otras editoriales recurrían a la estrategia de cambiar el
nombre a los personajes y cruzar los dedos para que no les pillaran”. Así,
mientras la revista Pocholo españolizaba a muchos personajes de Disney, el
semanario La alegría infantil rebautizaba a Popeye como Sopapo, el Rey de la
Torta. En su momento, a Charlot se le llamó Carlitos, a Harold Lloyd y Mildred
Davis se les identificó como Él y Ella y el gato Félix, aquí llamado el gato
Periquito, también fue renombrado en las viñetas como Paco Morrongui, el gato
travieso.
El
libro de Baena saca a la luz abundantes anécdotas que habían pasado al olvido,
pese a que sus rastros siguen a nuestro alrededor: por ejemplo, el hecho de que
las galletas Chiquilín se llaman así en honor a Jackie Coogan, el actor de El
chico (1921) de Chaplin. En otros casos, Baena rescata iconos que la desmemoria
colectiva ha condenado a la oscuridad, como es el caso de Ginesito, considerado
como el Mickey Rooney del cine español de los años 40, que, con el apodo de
Satanás, llegó a protagonizar su propia colección de cuadernillos de
historieta. (Jordi Costa)
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