Aunque su reinado fue
efímero, llegó a poseer la imagen pública de una gran estrella, como los
refleja su palaciega mansión rosada y el fabuloso vestuario del que hizo gala
en sus multitudinarias apariciones. Pero todo lo que fue queda resumido en el
breve y brutal sobrenombre con que se la conoció: El Busto.
Jayne Mansfield nació el
19 de abril de 1933 en Pensilvania. Su nombre real era ya de por sí de lo más
cinematográfico: Vera Jayne Palmer. Espléndida estudiante, ni siquiera un
temprano embarazo (a los 17 años, de Paul Mansfield, su primer marido con quien
estaría casada de 1950 a 1958) le hizo interrumpir su formación. Después de
cursar estudios en psicología, química, interpretación, aprender cinco idiomas
(o eso al menos aseguraba ella) y de dedicarse a fondo al piano y al violín,
Jayne decidió que había llegado el momento de ser una estrella. Tenía un físico
despampanante y aquí, en algo tan estricto como los números, empiezan las
inexactitudes: mientras su poderoso busto oscilaba entre los 101 y los 116
centímetros, su cinturita en algunos casos medía 45 y en otros 60 centímetros.
La actriz tenía claro que su triunfo en Hollywood era una simple cuestión de
contacto visual. Su objetivo era mimetizarse en el papel de la rubia tonta
primero y acabar haciendo Hamlet después. ¿Qué podía salir mal? En la
privilegiada cabeza de la actriz (163 de cociente intelectual, según ella),
nada. La historia demostraría que absolutamente todo.
La víspera de Nochebuena
de 1954 la futura leyenda se puso en contacto con uno de los mejores y más
feroces publicistas de la época, Jim Byron. Su presentación no dejó lugar a
malentendidos: “Tengo los pechos más grandes de Hollywood, quiero que me
conviertas en estrella de cine”. El taimado Byron urdió una estrategia de lo
más chusca que, sin embargo, dio inmejorables resultados. Durante la
presentación de la película Underwater! (1955), protagonizada por Jane Russell
–la única morena que osó cuestionar el reinado de las rubias– y que se desarrollaba,
acorde con el título del filme, en una piscina, apareció Jayne. Ella, por
cierto, no salía en el filme ni de refilón.
Pero ahí se plantó con un
traje de baño alguna talla más pequeña de lo recomendable. El resultado fue
que, al tirarse a la piscina, la parte de arriba del bikini no aguantó la
presión y ella salió del agua en topless delante de un encantado enjambre de
periodistas, prensa gráfica y plana mayor de la industria. De Russell y Debbie
Reynolds, que también andaba por allí, nadie se acordó. Había nacido una
estrella. Que, además, presumía de ideario. “Me gusta ser una pin-up",
solía repetir. "No hay nada de malo en ello”.
A partir de ahí comenzó
una breve pero meteórica carrera en la que la sex symbol acumularía
éxitos como La chica no puede remediarlo (1956) o Una mujer de
cuidado (1957) y premios como un Globo de Oro, un Theatre World o un Golden
Laurel. Atrás quedaban otros galardones menores como Hot Dog Ambassador
(Embajadora de perritos calientes), Miss Negligee, Miss Nylon Sweater (Miss jersey
de nailon), Miss Freeway (Miss Autovía), Miss Electric Switch, Miss Geiger
Counter, Miss 100% Pure Maple Syrup (Miss Jarabe de Arce Puro), Miss 4th of
July, Miss Fire Prevention (Miss prevención de incendios) o Miss Tomato (Miss
tomate). El único que rechazó fue el de Miss Roquefort Cheese (Miss queso
roquefort). Le sonaba mal.
Durante años fue,
simplemente, una de las actrices más conocidas de Estados Unidos. Salía en El
show de Ed Sullivan y presentaba galas de prestigiosos premios. En la
ceremonia de los Globos de Oro de 1960, un poco sutil Mickey Rooney no pudo
evitar hacer el chiste fácil. Clavando su mirada en la delantera de Mansfield
dijo: “¿Quién quiere ser alto?”. El generoso escote le llegaba justo a la
altura de los ojos. La actriz llegó a grabar algún sencillo junto a Jimi
Hendrix (aquí se puede escuchar la sugerente Suey) y, lo más sorprendente y
delirante de todo: en su haber tiene un disco titulado Shakespeare,
Tchaikovsky & Me, una rareza que ahora mismo ronda los 100 dólares en
el que Mansfield se dedica a declamar a Shakespeare sobre los acordes del
compositor ruso.
Jayne era como la Coca-Cola,
las camisas de cuadros o los vaqueros: la esencia de lo americano. Era la
versión directa y sin rodeos de Marilyn. Mientras esta sugería o jugaba al
despiste, Mansfield exigía; mientras Marilyn se contoneaba con perfección sinuosa,
Jayne lo hacía descoyuntándose a cada golpe de cadera; mientras Marilyn
susurraba, Jayne emitía esos grititos suyos tan característicos e inimitables.
Todo lo que Marilyn tenía de intensa, Jayne lo tenía de autoparódica, de
extravagante y de decadente. Si Marilyn explotó esa imagen de inocente bomba
sexual, Jayne se rio del prototipo llevándolo a la caricatura. En definitiva,
mientras Marilyn simbolizaba una fantasía, Jayne encarnaba un dibujo animado.
Con Sofia Loren protagonizó
una celebérrima foto que, a fecha de hoy y según ha reconocido la propia Loren,
le siguen pidiendo que autografíe (ante la negativa de la italiana, a la que le
parece una falta de respeto). La foto tiene su historia: en 1957, Loren acaba
de firmar un contrato con la Paramount. Para celebrar su debut americano, la
compañía organizó una fastuosa fiesta de presentación. Y, claro, apareció Jayne
con ese vestido, ese escote y esos pechos. De la famosa instantánea, Loren ha
explicado que lo que sintió básicamente fue pavor, terror de que aquel vestido
explotara y “sus pezones cayeran sobre mi plato”. Según Hollywood Reporter, a
pesar de que Mansfield negara cualquier tipo de premeditación y alevosía,
Robert Wagner la recuerda en su coche, antes de entrar a la velada, poniéndose
colorete en los pezones.
A Mansfield la fama le
duró poco. Tras sus éxitos iniciales y su divorcio de Paul Mansfield, vendría
su matrimonio con Miklós Hargitay (con quien tendría tres hijos, uno de ellos
es Mariska Hargitay, conocida por la serie Ley y orden). Hargitay
(Mister Universo en 1955) y Mansfield constituían, una vez más, la parodia de
la pareja perfecta. Tan musculados, tan neumáticos, tan exagerados. Baste decir
que para la película The Jayne Mansfield Story (1980), la pareja fue
encarnada por Loni Anderson y Arnold Schwarzenegger. Aunque Mansfield expresó
su deseo de una boda tranquila, lo cierto es que el noventa por ciento de los
invitados eran periodistas. El resultado fue una locura en la que se dieron
cita unos ocho mil curiosos. Tras el enlace, en 1958, Jayne decidió retirarse
temporalmente y dedicarse a tener hijos (siempre decía que quería tener 500
niños). Fox la despidió.
En realidad, los estudios
nunca llegarían a perdonarle del todo la afrenta. Ahí empieza la decadencia del
mito. Si a eso le unimos la revolución del feminismo que vio encarnado en Jayne
todos los clichés de una feminidad anticuada y tóxica y el evidente cansancio
del público por la triada de las rubias sexis (Monroe, Mansfield y Mamie Van Doren)
que propició la llegada de un nuevo patrón de bellezas lánguidas, sofisticadas
y bastante menos explícitas como Sharon Tate o Faye Dunaway, el ocaso de
nuestra protagonista estaba cantado.
El golpe de gracia le
llegaría con Sam Brody, su última pareja, al que casi todos consideran el
verdadero responsable de la caída en desgracia de Mansfield. Brody la empujó al
alcohol y al LSD. Al caos. Para muchos, la destruyó. Fue la estocada final en
la imagen de la actriz.
Con una vida totalmente
descontrolada, no es de extrañar que Jayne acabara literalmente en las garras
del mal. Entró en contacto con Anton LaVey y su círculo de satanismo. LaVey,
antiguo músico y fotógrafo para el Departamento de Policía de San Francisco, la
convenció de que una malévola maldición se cernía sobre ella.
El 29 de junio de 1967,
Mansfield, Brody y su chófer fallecieron en un accidente de coche. Su automóvil
se empotró contra un camión tráiler. LaVey calculó mal, pero no tanto: los tres
hijos (de los cinco que tenía) que viajaban en el coche resultaron ilesos.
Inmediatamente se dijo que Mansfield había quedado decapitada. Era mentira. Lo
que sucedió en realidad fue que su peluca salió volando. Pero para no restarle
truculencia a la historia, LaVey contaría luego que cuando recibió la llamada
notificándole la muerte de la estrella, estaba recortando una revista en la que
aparecía él depositando unas flores en la tumba de Marilyn. Cuando dio la
vuelta al recorte, comprobó con horror que acababa de cortarle la cabeza a una
foto de su querida Jayne.
Su trágica muerte, cuando
con solo 34 años era ya una mujer acabada, no fue sino su última y más patética
representación pública.
Filmografía esencial.
·
1968 / Single Room Furnished. Dir. Matteo
Ottaviano
·
1967 / Guía para el hombre casado. Dir. Gene
Kelly
·
1966 / Las Vegas Hillbillies. Dir. Arthur C.
Pierce
·
1966 / The Fat Spy. Dir. Joseph Cates
·
1964 / La Morte Vestita di Dollar. Dir. Ray
Nazzaro
·
1964 / L'Amore Primitivo. Dir. Luigi Scattini
·
1963 / Promises! Promises! Dir. King Donovan
·
1963 / Heimweh Nach St. Pauli. Dir. Werner
Jacobs
·
1962 / Sucedió en Atenas. Dir. Andrew Marton
·
1962 / Operación Fisco. Dir. George Sherman,
Giuliano Carmineo
·
1961 / The George Raft Story. Dir. Joseph L.
Newman
·
1961 / Too Hot to Handle. Dir. Terence Young
·
1960 / Gli Amori di Ercole. Dir. Carlo
Ludovico Bragaglia
·
1960 / El reto. Dir. John Gilling
·
1958 / La rubia y el sheriff. Dir. Raoul Walsh
·
1957 / Bésalas por mí. Dir. Stanley Donen
·
1957 / The Burglar. Dir. Paul Wendkos
·
1957 / The Wayward Bus. Dir. Victor Vicas
·
1957 / Una mujer de cuidado. Dir. Frank
Tashlin
·
1956 / The Girl Can't Help It. Dir. Frank
Tashlin
·
1956 / The Female Jungle. Dir. Bruno Vesota
·
1955 / Pete Kelly's Blues. Dir. Jack Webb
·
1955 / Hell on Frisco Bay. Dir. Frank Tashlin
·
1955 / Illegal. Dir. Lwis Allen
Vamos a ver de nuevo la
explosiva imagen de Jayne Mansfield en el cine gracias a esta secuencia de la
película “The Girl Can't Help It” (1956), dirigida por Frank Tashlin. Su
compañero de reparto fue el actor Tom Ewell, que había interpretado un año
antes junto a Marilyn Monroe “La tentación vive arriba”. ¡Casualidades de la
vida!
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