Título
original: The Fabelmans. Dirección: Steven
Spielberg. País: USA. Año: 2022. Duración: 151 min. Género:
Drama.
Guión: Tony Kushner, Steven
Spielberg. Música: John Williams. Fotografía: Janusz Kaminski. Montaje: Michael Kahn, Sarah Broshar. Producción:
Kristie Macosko Krieger, Steven Spielberg, Tony Kushner.
Globo de Oro 2022 a la
Mejor Película Dramática y al Mejor Director. 7 nominaciones a los Premios Oscar
2022 (incluyendo Mejor Película). Premio del Público a la Mejor Película en el
Festival de Cine de Toronto 2022.
Fecha del estreno: 10 Febrero 2023 (España).
Reparto:
Michelle Williams, Paul Dano, Gabriel
LaBelle, Seth Rogen, Judd Hirsch, Mateo Zoryon Francis-DeFord, Julia Butters,
Jeannie Berlin, Oakes Fegley, David Lynch, Robin Bartlett, Gabriel Bateman,
Nicolas Cantu, Sam Rechner, Chloe East, Isabelle Kusman, Jonathan Hadary,
Sophia Kopera, Birdie Borria, Alina Brace, Keeley Karsten, Chandler Lovelle.
Sinopsis:
Film semiautobiográfico
de la propia infancia y juventud de Spielberg. Ambientada a finales de la
década de 1950 y principios de los años 60, un niño de Arizona llamado Sammy
Fabelman, influido por su excéntrica madre, artista, y su pragmático padre,
ingeniero informático, descubre un secreto familiar devastador y explora cómo
el poder de las películas puede ayudarlo a contar historias y a forjar su
propia identidad.
Comentarios:
Añorar es un recurso de estilo tan socorrido como el pleonasmo. El énfasis a fuerza de repetir la misma frase (en eso básicamente consiste 'pleonasmear', valga el neologismo) ayuda a ganar tiempo para ordenar las ideas. La nostalgia cumple el mismo objetivo y sirve a idéntico propósito. Se recuerda el pasado para conjurar la perplejidad ante el presente, para convertir el estupor por lo perdido en bálsamo, para no morir de repente. Para ganar tiempo, decíamos. En realidad, la memoria es puro pleonasmo, es vivir de nuevo y mucho mejor lo vivido para dar énfasis a la existencia, para que algo tenga sentido, para durar un poco más. Como decía el mítico chiste de Woody Allen, lo peor de todo esto no es lo mal que se come aquí sino lo pequeño que son las raciones.
Los Fabelman, como ya sabrán a estas alturas de la temporada de premios, es de forma declarada y consciente "la más autobiográfica" de las películas de Steven Spielberg. Lo que quiere decir, debido al grado de identificación que cualquier espectador normal tiene con su cine, que también es algo biográfica de todos nosotros. Si ya en E.T. y sin demasiados miramientos, nos contaba el divorcio de sus padres, ahora hace lo mismo, pero sin marciano. O, mejor, el extraterrestre que todo lo cura es el propio cine, el cine entendido como refugio, el cine como "mi casa". Pero de un modo u otro, esta misma pulsión ha atravesado todo su cine. No en balde, el verdadero motor de buena parte de una filmografía siempre descrita como un patio de recreo para los hijos del 'boom' fue siempre la nostalgia de la autoridad, el deseo doloroso de precisamente el padre ausente.
Si nos fijamos, el esquema del progenitor obsesivo, volcado en su trabajo y ajeno a nada que tenga que ver con la familia se repite de un modo u otro en cada uno de sus trabajos, personales o no, con tenacidad. Y siempre (o casi) de la mano de un final catártico que llena ese vacío con el sucedáneo de una figura paterna más o menos convincente. La primera trilogía del arqueólogo que odia a las serpientes se cierra con la reconciliación de nuestro héroe con su progenitor en Indiana Jones y la última cruzada con un explícito y marcial "Sí, señor". Y el personaje al que da vida Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase no deja de ser un hombre infantilizado en pleno estado de regresión que consigue su sueño de ser adoptado por unos adultos perfectos llegados del espacio.
En Los Fabelman se
repite el patrón, pero esta vez convertido no en mito sino en carne. Ahora el
protagonista es el propio Spielberg de niño. Él se cuenta y lo hace a través de
una fábula idealizada en la que la infancia y el propio cine se confunden. Se
diría que en esta cinta coincide todo Spielberg: el que entiende su profesión y
su arte como una forma de reescribir la propia realidad para quizá huir de
ella, y el creador torturado que tiene en el cine, que descubrió cuando vio por
primera vez El mayor espectáculo del mundo de Cecil B. DeMille, el
consuelo y sustitutivo perfecto de la figura paterna. Ahora, y esto es novedad,
el padre que interpreta Paul Dano no es alguien a quien recriminar su ausencia
sino a quien comprender. Y la madre (una Michelle Williams cerca del milagro)
es del mismo modo transformada en víctima de un tiempo que le impidió ser la
concertista de piano que quiso ser. De algún modo, Spielberg le agradece a ella
la herencia de la inspiración y le disculpa a él el carácter obsesivo que el
propio director vive como legado.
La autobiografía
idealizada que nos regala nada tiene que ver con los autorretratos torturados y
ligeramente infectados de melancolía de Truffaut en Los 400 golpes o de
Fellini en Amarcord u Ocho y medio. Es cine dentro del cine que
reclama para sí la gracia de lo ingrávido, lo feliz y, sobre todo, la nostalgia
sin sentimiento de culpa. Y es aquí, en su vocación hacia el autoperdón donde
la película gana y pierde a la vez. Gana implicación emotiva con el espectador
y pierde en profundidad, en verdadero examen de conciencia que ahora es, de
forma autocondescendiente, un mágico cuento de hadas sin heridas.
Spielberg se imagina y se
idealiza convertido en puro pleonasmo. Cuando Spielberg-Sammy (así se llama el
personaje ideado por el propio Spielberg en colaboración con, de nuevo, Tony
Kushner) descubra en la película familiar que acaba de rodar el secreto que
condena a la amada madre y, de paso, salva al odioso padre, la infancia
desaparece de golpe. Pero sin asomo de catarsis, sin drama, sin la hondura
debida.
Y el propio Spielberg,
merced al plácido y deslumbrante truco de magia que es Los Fabelman, se
salva a sí mismo para ganar tiempo, para durar más, para, feliz, 'pleonasmear'.
Nostalgia de la nostalgia. (Luis Martínez)
Recomendada.
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