domingo, 20 de noviembre de 2022

Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock, 1959)

 

Título original: North by Northwest. Dirección: Alfred Hitchcock. País: USA. Año: 1959. Duración: 136 min. Género: Suspense.

Guión: Ernest Lehman. Música: Bernard Herrmann. Fotografía: Robert Burks. Producción: Metro-Goldwyn-Mayer.

3 nominaciones a los Premios Oscar 1959. Mejor Director en el Festival de Cine de San Sebastián 1959. Mejor actor extranjero (Cary Grant) en los Premios David di Donatello 1959.

Fecha del estreno: 17 Julio 1959 (Los Ángeles, USA).

 

Reparto: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Martin Landau, Leo G. Carroll, Philip Ober, Josephine Hutchinson, Edward Platt, Adam Williams, Jessie Royce Landis, Alfred Hitchcock, Edward Binns.

 

Sinopsis:

Debido a un malentendido, a Roger O. Thornhill, un ejecutivo del mundo de la publicidad, unos espías lo confunden con un agente del gobierno llamado George Kaplan. Secuestrado por tres individuos y llevado a una mansión en la que es interrogado, consigue huir antes de que lo maten. Pero cuando al día siguiente regresa a la casa acompañado de la policía, le espera una sorpresa.

 

Comentarios:

Durante el rodaje de Con la muerte en los talones, Cary Grant se dirigió en una ocasión a Hitchcock para presentarle sus dudas respecto al film que estaban rodando. Aunque el cineasta británico era uno de los realizadores con quien más le gustaba trabajar, el célebre actor le dijo que aquella debía ser una de las peores películas que había hecho, puesto que en todo lo que llevaban de filmación no habían parado de sucederle situaciones a cada cual más enrevesadas sin ser capaz de entender el porqué de todo aquello. Sea cierta o no esta famosa anécdota referida por el propio Hitchcock, resulta muy significativa porque desvela cuál es la clave de la que es una de las obras más célebres del maestro del suspense.

Con la muerte en los talones es en ciertos aspectos el Hitchcock definitivo, la película donde el cineasta se atrevió a llevar más lejos su concepción más pura del cine, trabajando con el poder de las imágenes sin preocuparse de lo irreal de muchas de sus escenas. Prueba de ello es que el film cuente con un MacGuffin casi inexistente: no es hasta el tramo final cuando se nos habla de ciertos secretos de estado que los antagonistas intentan sacar del país, y además se nos despacha dicha información (¡en realidad el meollo de toda la cuestión!) en unas pocas frases apenas inteligibles. A estas alturas, un Hitchcock en pleno estado de gracia creativa se atrevía a menospreciar más que nunca el reglamentario MacGuffin colocando además a su protagonista, el publicista Roger Thornill (Cary Grant), en una situación tan absurda como insostenible: ser confundido por un espía que no existe, George Kaplan, a partir de un gesto absolutamente insignificante y nimio que tiene lugar en el hall de un hotel. Desde el momento en que no puede demostrar que no es esa persona porque ésta no existe, Thornill se ve abocado a un callejón sin salida, haciendo de su huida una carrera hacia la nada. De esta forma todas las peripecias en que se ve envuelto tienen más que nunca en el cine de Hitchcock un componente irreal y de pesadilla: no hay lógica, no hay posibilidad de escape, no tiene siquiera derecho a réplica (¿qué haría un espía auténtico sino negar que lo es?). Lo único que puede hacer es mantenerse en constante movimiento esquivando todas las trampas que se le cruzan por el camino.



Hitchcock retoma la misma estructura que ya utilizara décadas atrás en 39 escalones (1935) y Sabotaje (1942) pero llevándola a un nivel más alto de virtuosismo e imaginación, haciendo que las escenas de acción tengan cada vez menos vínculos con algo real y tangible.  ¿A qué genio del mal en su sano juicio se le ocurriría intentar liquidar a su antagonista en un paraje desértico con un avión fumigador en lugar de enviar sencillamente a dos matones para que le peguen un tiro? Y no obstante, la escena resultante se ha convertido en una de las más emblemáticas de la historia del cine, que funciona tan bien precisamente por esa aura tan auténtica que tiene de pesadilla: una situación extraña de peligro de la que nos vemos incapaces de escapar precisamente por lo insólito de la situación. Aunque el momento más recordado es obviamente el ataque del avión, no hay que olvidar el inicio de la secuencia, un prodigio de dirección y montaje en que Hitchcock enfatiza la soledad de Thornill en mitad de la carretera hasta que de repente añade un segundo personaje en ese desierto. El plano de esos dos hombres en mitad de la nada tiene algo de absurdo, en la línea del resto del film, una sensación que va a más con el breve diálogo que intercambian. Y entonces aparece el peligro en forma de un elemento típico de ese entorno aparentemente inofensivo que, de repente, desvela una característica que rompe con su lógica o armonía (un rasgo muy común en otras obras del director: la monja con tacones en Alarma en el expreso, el molino girando en el sentido contrario al viento en Enviado especial, o el espectador del partido de tenis que no sigue el movimiento de la pelota en Extraños en un tren; elementos que dan a entender que algo no encaja en ese mundo teóricamente normal). En este caso es ese desconocido quien le deja caer la frase clave (“Qué raro, ese avión está fumigando donde no hay cosecha”) para ipso facto subir al autobús. Si Thornill hubiera sido más hábil habría intuido al instante la señal de peligro y se habría escapado con él, pero en esos segundos de duda se ve condenado a enfrentarse al ataque del avión en una de las secuencias más famosas de la historia del cine.



El guion, cuidadosamente preparado junto a Ernest Lehman desde hacía varios años, sabe conducir con suma habilidad al espectador de una situación a otra alternando entre momentos de mayor suspense, escenas románticas y otras más humorísticas que sirven para relajar al espectador (la madre de Thornill preguntando a los espías en el ascensor si piensan matar a su hijo, o la divertida escapatoria de la escena de la subasta, que permite desplegar las dotes cómicas de Cary Grant). Por otro lado, el reparto resulta muy astutamente seleccionado no solo por el papel protagonista y de Eva Marie Saint como rubia hitchcockiana (una pareja que nos brinda la que sin duda es la más tórrida secuencia de amor de toda la filmografía del director, inédita casi por completo en nuestro país hasta la década de los ochenta por mor de la censura franquista), sino también por los antagonistas: James Mason como pulcro y elegante villano y Martin Landau en su debut en el cine, que tuvo la ingeniosa ocurrencia de añadir sutilmente en su interpretación un tono homosexual y de celos hacia la amante de su jefe.

En cierto sentido, Con la muerte en los talones es la última obra maestra abiertamente comercial de la edad de oro de Hitchcock. Sus películas inmediatamente posteriores – Psicosis (1960) y Los pájaros (1963) – fueron apuestas más arriesgadas que afortunadamente funcionaron bien en taquilla, pero seguidamente el director vivió una etapa de incertidumbre en que temió haber perdido el favor del público o no haberse sabido adaptar a los nuevos tiempos. Con la muerte en los talones es por tanto el gran exponente del Hitchcock clásico llevado a su máxima expresión y sin duda una de sus obras definitivas. (Guillermo Triguero)

Recomendada.



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