lunes, 18 de octubre de 2021

Manuel Antín (1927-)

 

Una mujer muy joven afirma en Instagram que ha podido ver en una plataforma dedicada al cine argentino la única película de Manuel Antín que le quedaba por ver. Tras cerrar el ciclo con La invitación (1982) le agradece al cineasta por haberle prodigado horas de placer y estímulos a su inteligencia.

 

Cuando Antín tomó una cámara en los inicios de la década de 1960, una invención como Instagram pertenecía a la fantasía de un escritor o un filósofo, una posible especulación narrativa de Isaac Asimov sobre una sociedad futura obsesionada con la imagen o alguna intuición de Martin Heidegger sobre cómo nuestro ser se cifra en la imagen. Que una persona de veintipocos años publique en esa red social su estremecimiento por Antín tiene algo de insólito, pero también es lógico: la modernidad del cine de Antín se plasma en casi todos los relatos, siempre zigzagueantes y discontinuos, en sintonía con una cualidad perceptiva en ciernes desde la segunda mitad del siglo XX.

 

Manuel Antín nació el 27 de febrero de 1926. Su ciudad natal es Las Palmas, Chaco, aunque vive en Buenos Aires hace décadas. De 1960 a 1982 hizo diez películas, dos cortos y un mediometraje que es un segmento de una película colectiva. Antín pertenece a una generación que cambió el cine argentino. La década del sesenta no es una más de las del siglo pasado. Muchos jóvenes de ese período fueron desobedientes y vanguardistas a la hora de radicalizar las posibilidades expresivas concernientes a los medios elegidos para manifestar una época. Películas como La cifra impar (Antín), El dependiente (Favio), Pajarito Gómez (Kuhn), Invasión (Santiago), por citar algunas emblemáticas, constituyen un giro modernista que signó el cine argentino de esa década. Fue el final del clasicismo cinematográfico y el inicio de la modernidad vernácula en la materia. Una película como Los venerables todos, la mayor conquista estética de Antín, era inimaginable en 1940 o 1950.

 

Con la llegada de la democracia y la presidencia de Raúl Alfonsín prescindió de la cámara y dirigió por un tiempo el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Después de su paso como funcionario del gobierno radical sintió un nuevo impulso relacionado con la enseñanza de cine. En 1991 fundó la Universidad del Cine (más conocida como la FUC), una institución que no puede ser pasada por alto a la hora de pensar el cine argentino que comenzó en esa década y que hacia fines de esta conoció un período de refundación al que se le suele denominar Nuevo Cine Argentino. No faltan estudios que establezcan una relación entre la generación de los sesenta y la de los noventa.

 

El cine de Antín se destaca por su vigor formal y un interés por los meandros del psiquismo de sus personajes. En casi todas las películas existen planos fugaces sin explicación que materializan alguna operación mental de sus protagonistas. Puede tratarse de un recuerdo o un deseo, una intromisión subjetiva que interrumpe la fluidez narrativa. La cifra impar (1962), Los venerables todos (1963), Circe (1964), Intimidad de los parques (1965), La estrella del desierto (1965) y Castigo al traidor (1966), todas películas realizadas en la década de los sesenta, son rompecabezas fascinantes cuya opacidad semántica es la contracara del enigma que las sostienen, como si la lógica narrativa de estas películas estuviera más cerca del desarrollo de un sueño. A los personajes el deseo suele atravesarlos, también cierto ejercicio microscópico del poder. Si el relato transcurre en Buenos Aires o en el Machu Picchu poco importa, una cierta propensión a la abstracción envuelve el clima de estas películas, aunque a veces se inmiscuye una cierta violencia de naturaleza política, como en Los venerables todos.

 

Con Don Segundo Sombra (1969) y Juan Manuel de Rosas (1972) se atenúa la virulencia formalista de las películas iniciales y de La sartén por el mango (1972) a La invitación la experimentación narrativa es menor pero tampoco elidida. En algunas de estas películas, y en esto sí se percibe una diferencia, la realidad circundante tiene mayor espesor. Por ejemplo, en La invitación late indisimuladamente la violencia política de los setenta y del inicio de los ochenta. El malestar social tiñe los gestos y omisiones de los personajes.

 


Si bien no falta mucho tiempo para que Antín cumpla un siglo de vida, el cineasta está activo. Sigue al frente de la escuela que fundó años atrás, cada tanto presenta sus películas en algún ciclo dedicado a su obra y debe ser la persona que más velozmente responde un mail en todo el país. Es una pena que tanto tiempo atrás haya tomado la decisión de dejar de filmar. ¿Qué hubiera hecho un cineasta irreverente como él en 2010 o en el 2021? ¿Quién podría filmar hoy un verdadero ovni como Los venerables todos o Intimidad de los parques? Seguramente, la joven de Instagram sería feliz como nunca; probablemente, no sería la única. El cine argentino no tiene siempre en sus filas a un venerable cineasta como Manuel Antín, nuestro último moderno. (Roger Koza)

 

 

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