Título original: Körkarlen (The Phantom Carriage). Dirección: Victor Sjöström. País: Suecia. Año: 1921. Duración: 106 min. Género: Drama, Cine Mudo.
Guión: Victor Sjöström (basado en una novela de Selma Lagerlöf). Fotografía: Julius Jaenzon (B&W). Música: Eric Westberg (versión restaurada). Ayudante de dirección: Arthur Engborg. Producción: Charles Magnusson (Svensk Filmindustri).
Fecha del estreno: 1 Enero 1921 (Suecia)
Reparto: Victor Sjöström (David Holm), Hilda Borgström (Mrs. Holm), Tore Svennberg (Georges), Astrid Holm (Edit), Lisa Lundholm (Maria), Concordia Selander (Madre de Edit), Tor Weijden (Gustafsson), Einar Axelsson (Hermano de David), Olof Ås (Conductor), Simon Lindstrand (Compañero de David), Nils Elffors (Compañero de David), Algot Gunnarsson (Obrero).
Sinopsis:
Es Nochevieja. Tres borrachos evocan una leyenda según la cual si un gran pecador es la última persona que muere al terminar el año, entonces tendrá que conducir durante un año entero la Carreta Fantasma que recoge las almas de los muertos. David Holm, uno de los tres borrachos, muere cuando suena la última campanada de la medianoche....
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La Carreta Fantasma (Körkarlen, 1921) fue producida en 1920 por la Svenska Filmindustri, y estrenada en la muy significativa fecha de 1 de enero de 1921. Está considerada la obra cumbre de Victor Sjöström y, con el permiso de Stiller, del cine sueco mudo. No es de extrañar, pues, que Ingmar Bergman reconociera visionarla al menos una vez al año. A diferencia de su período americano, el Sjöström de la Svenska rodaba y terminaba las películas sin apenas modificaciones respecto del guion que él mismo había ideado previamente, en otras palabras, controlaba de antemano hasta el más mínimo detalle de la puesta en escena.
A partir de un relato de Selma Lagerdöf, Sjöström logra traducir a términos visuales los sentimientos, su gran respeto por el tema y realización literaria. Sjöström tuvo diversas discusiones con Lagerlöf durante el proceso de adaptación del film. Trasladar literalmente sus palabras a imágenes habría sido decir muy poco, ya que para eso existe la obra literaria. El elemento que hace discurrir la narrativa a través de la película es la sombra: explica el argumento, pero también los virados de color (azul en la oscuridad de la noche, y marrón en interiores), la sobreimpresión, la posición de la cámara…; en definitiva, articula toda la estética del filme.
La carreta fantasma es el mejor y a la vez más puro ejemplo del estilo del cine mudo sueco tal y como fue concebido y figurado por Sjöström. La madurez de esta obra reside en su desdramatizado estilo de actuar, la mesura, el respeto a la intimidad de los sentimientos y la empatía que logra comunicar. A la vez la trama del film está firmemente anclada en la configuración dramática de un ambiente que posee un carácter auténticamente humano y comunitario.
Sjöström parece ofrecernos una visión cruda y caótica en su película. El carretero, personaje central, es un fantasma condenado (por haber sido un gran pecador y además el último fallecido antes de la última campanada de fin de año) a recorrer los caminos recogiendo las almas de los muertos. Una figura espectral, un empleado de la muerte que supone una auténtica innovación técnica para la época: la superposición de negativos. Ilusión, fantasía, los mundos por venir, fantasmas… son puertas de escape del ambiente angustioso y de crisis en los que se encontraba la sociedad de la época.
La carreta fantasma no destaca sólo a causa de su realizador y perfil artístico. Es uno de los pocos clásicos de la época del cine mudo sueco. Este film causó una tremenda impresión en todo el mundo. No sólo por la maestría con la que el tema está llevado, sino también por la excelente actuación y por el toque firme y a la vez suave del que el director hace gala a lo largo de la narración del film. El modo técnicamente magistral y lleno de imaginación, con el uso de la doble proyección para plasmar en la pantalla la carreta de la muerte, hicieron famoso en el mundo entero, de la noche a la mañana, al fotógrafo y operador Julius Jaenzon.
Mientras que los pintores podían introducir una sombra donde en realidad no la había, en la cinematografía, al menos en la de aquella época, no era posible: la cámara capta la realidad y solo la realidad, que podrá manipularse hasta cierto punto. A ello hay que añadir que el espectador del siglo XXI está acostumbrado a la realidad mediada y a otras fuentes de distracción como el sonido, pero en cambio, el espectador de principios del siglo XX pone su atención en los detalles que están en la pantalla, entre ellos la sombra. Este publico educado en las representaciones teatrales de sombras, en las que la sombra era el único elemento narrativo, pueden apreciar los diversos elementos con los que Sjöström trabajó en el film.
Como afirma Román Gubern, Sjöström realizó un “auténtico tour de force técnico”, empleando magistralmente la sobreimpresión para visualizar los elementos sobrenaturales y el encadenado dentro de una misma escena y no como transición temporal, recursos que confieren un tono espectral y alucinante al relato.
Decía Picasso que “los buenos artistas crean y los genios roban”. A modo de curiosidad, merece la pena destacar la similitud que existe entre una escena de este film con El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick. El clímax de la narración de La carreta fantasma llega cuando el protagonista rompe a hachazos la puerta del cuarto en el que su mujer le ha encerrado, por miedo a que él le contagie de tuberculosis. Kubrick realizó un soberbio homenaje a esta película, copiando la misma escena de la puerta. Lo más conocido de este film, más allá del admirable homenaje de Kubrick, probablemente sea la presentación de ese mundo onírico-espiritual como una especie de limbo entre el cielo y la tierra, que el cine lleva copiando hasta la saciedad desde hace más de cien años.
Como señala L.M. Salas Acosta, “vivimos en una crisis permanente, cuando no ocurre a niveles globales, lo hace a niveles personales. El vivir día a día supone un continuo acto de creación (artística o no) convertido en una herramienta indispensable para soportar la angustia existencial del hombre. Una angustia que lo acompañará siempre, por tratarse del único ser que tiene conciencia del tiempo, que es conciencia del devenir, que es conciencia de muerte”. (Juan Francisco Costa)
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