Título
original: Un autre monde. Dirección: Stéphane
Brizé. País: Francia. Año: 2021. Duración: 96 min. Género:
Drama.
Guión: Stéphane Brizé, Olivier
Gorce. Fotografía: Eric Dumont. Música: Camille Rocailleux. Montaje:
Anne Klotz. Producción: Nord-Ouest
Films, France 3 Cinéma, Canal+, Ciné+, SofiTVciné 7, Cinéventure.
Sección Oficial del
Festival de Cine de Venecia 2021.
Fecha del estreno: 13 Mayo 2022 (España)
Reparto: Vincent Lindon, Sandrine
Kiberlain, Anthony Bajon, Marie Drucker, Olivier Lemaire, Guillaume Draux,
Christophe Rossignon, Sarah Laurent, Joyce Bibring, Olivier Beaudet, Didier
Bille, Valérie Lamond, Mehdi Bouzaïda, Myriam Larguèche, Daniel Masloff, Jerry
Hickey, Alexandre Martin, Saïd Aïssaoui, Julie Goria, Alexandre Merino, Letizia
Storti, Michel Benzi, Michel Freyne, Jérôme Soufflet, Jean Boronat.
Sinopsis:
Con su vida personal
eclipsada por las exigencias de su trabajo, un hombre llega a un punto de
ruptura cuando su esposa abandona su matrimonio.
Comentarios:
Despedir a 58 para salvar a 500. Esa es la teoría; la de los de arriba, claro. ¿Por qué no salvar a 558?, se preguntan los de abajo. Pero, ¿cómo?
Cuántas situaciones así se viven cada día en las empresas de cualquier país. La de Un nuevo mundo, nueva película del siempre interesante director francés Stéphane Brizé, es una multinacional estadounidense de electrodomésticos con plantas en diferentes países, y cinco de ellas en Francia. El protagonista, interpretado por el formidable Vincent Lindon, es el director de una de ellas: la de los 558. Es decir, en principio, parece más cerca de la élite empresarial que de la clase trabajadora, aunque en realidad tenga no pocos escalones hacia arriba con los que debe bregar. Y eso es muy sugestivo, sobre todo por desacostumbrado: componer una película de cine social, y también moral, desde el empresariado, con un buen patrón como el de Fernando León, aunque alejado del tradicional provincianismo patrio del personaje de Javier Bardem, y por supuesto de los toques de comedia de la película española.
Un nuevo mundo,
opresiva de principio a fin, abarca además la vida privada de ese hombre
atrapado en la telaraña del capitalismo salvaje desde siete años atrás, cuando
aceptó su puesto. Desde entonces, ganando una pasta, su vida se ha derrumbado.
La primera secuencia del relato, que dura exactamente diez minutos, es un
prodigio de precisión en la puesta en escena, las interpretaciones, el tempo,
la verosimilitud, y la fusión entre el drama, el sentido común, la cercanía
vital y la lejanía moral entre el personaje principal y su esposa, mientras
ponen fin a su matrimonio en un despacho, con los abogados verbalizando
cantidades de dinero como finiquito del amor.
La segunda secuencia, no
menos perfecta, enfrenta al patrón con los distintos departamentos de su
fábrica, en plena búsqueda de soluciones a los despidos requeridos desde
arriba. De nuevo, la cámara, la mirada de Brizé, se planta siempre donde debe,
casi más veces en el gesto del que escucha que en la voz del que habla. A una
serie de reuniones laborales consecutivas, con los de arriba y los de abajo, se
suma la terrible situación mental de uno de los hijos de la pareja. Y a la
labor de Lindon se añade el trabajo portentoso de Sandrine Kiberlain.
En la película, con
bellos fragmentos de música barroca en los interludios, hay credibilidad,
emoción, desesperanza, derrota. Y así un día tras otro. ¿Demasiadas tazas del
mismo caldo? ¿No estará Brizé apuntándose a una cierta ola tremendista del cine
social europeo? No. Lo que ocurre es que todas esas tazas de caldo envenenado
están conectadas las unas con las otras. Concatenadas, casi como una relación
de causalidad filosófica, agujereando las más diversas áreas de nuestra
cotidianidad.
A poco que cada cual,
dentro de su círculo de poder —unos, más amplio; la mayoría, mucho más
reducido—, examine su conducta, su colaboración (o no) con la podredumbre del
sistema y sus esfuerzos para intentar reducir el aplastamiento cada vez más
generalizado de las condiciones laborales en demasiados sectores, seguro que
podrá sacar conclusiones, a no ser que se siga engañando a sí mismo. ¿Somos o
podemos llegar a ser esos seres despreciables de los que habla el protagonista
en su reflexión final? Por desgracia, la decencia es una palabra tan pasada de
moda que apenas se utiliza en nuestro nuevo mundo.
Es evidente que unos
tienen más posibilidades que otros de convertirse en figuras morales, de poder
aflojar la manivela de la autodestrucción del capitalismo, de las condiciones
de trabajo, de las leyes del mercado y, como consecuencia, del aplastamiento de
nuestras vidas privadas. Pero quizá llegue un momento en la existencia en el
que, desde un reducto individual, se deba decidir si se quiere seguir siendo
parte relevante de la rueda de ese sistema que viene convirtiendo nuestro mundo
en un estercolero. (Javier Ocaña)
Recomendada.
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