viernes, 24 de mayo de 2019

El libro del 60 aniversario de “Con faldas y a lo loco”.

 

Nunca tuvieron un buen final, y decidieron mantener el que había escrito, que copiaba el cierre de un chiste famoso en la época. Aquel "Nadie es perfecto" que responde Joe E. Brown a Jack Lemmon cuando este le revela que no es una mujer -como aparenta por su disfraz de Dafne- sino un hombre, Jerry, es el cierre a una comedia perfecta, “Con faldas y a lo loco”, de la que esta primavera se cumplen 60 años de su estreno en Estados Unidos. Obra de un cineasta excepcional, Billy Wilder, que, como aseguraba su esposa, tenía el cerebro lleno de cuchillas de afeitar. Wilder era rápido de lengua, vivaz en los guiones, y discípulo aventajado de Ernst Lubitsch. De ese cóctel surgieron algunas de las más grandes películas de la historia del cine: “El apartamento”, “El crepúsculo de los dioses”, “Sabrina”, “Días sin huella”, “Uno, dos, tres…”, “La tentación vive arriba”, etc. Y muchas más. A “Con faldas y a lo loco” dedica ahora un libro colectivo, titulado como la película, la editorial Notorius, que realiza un amplio recorrido por la película, Wilder y sus influencias.

Como cuenta al inicio del volumen Joaquín Vallet, Wilder no se entiende sin Lubitsch, pero a cambio llegó más lejos, incluyendo muchos elementos políticos y sociales donde el primero jugaba solo con la seducción. Ese toque Lubitsch "Wilder intentó definirlo de la siguiente manera: 'Al público no hay que dárselo todo masticado, como si fuera tonto. A diferencia de otros directores que dicen que dos y dos son cuatro, Lubitsch dice dos y dos... y eso es todo. El público saca sus propias conclusiones".

Wilder realizó “Con faldas y a lo loco” a finales de los años cincuenta, tras “Testigo de cargo” y antes de “El apartamento”. Con ella comenzaron sus colaboraciones con Jack Lemmon, con el que rodará seis películas más, y con el guionista I. A. L. Diamond. Diamond y Wilder habían trabajado juntos en “Ariane”; después, Wilder recurrió a otros escritores en “El héroe solitario” y “Testigo de cargo”, y volvió al talento de Diamond en “Con faldas y a lo loco”. Nunca más se separaron.


La fuente de inspiración procedía del cine, de la comedia alemana “Ellas somos nosotros” (1951), que a su vez se basaba en una película francesa, “Fanfare d’Amour”, de 1935. En ambos títulos los músicos protagonistas se disfrazaban por hambre y travestidos ligaban con una chica sexy. Wilder y Diamond vendieron la idea a los hermanos Mirisch —productores forrados de dinero gracias a sus inversiones en los caramelos y chocolates Hershey—, quienes aprobaron un presupuesto de tres millones de euros sin tener reparto. Y un buen día de febrero de 1958, Wilder se acercó a la mesa que ocupaba Jack Lemmon en el restaurante Domick’s y le soltó: “Tengo una idea para una película en la que me gustaría que intervinieras. Ahora no tengo tiempo, pero te digo de qué trata. Son dos hombres que huyen de unos gánsteres porque corre peligro su vida, se disfrazan con ropa de mujer y se unen a una orquesta femenina”. Wilder y Diamond cambiaron el hambre por la muerte, mejor, por la amenaza de ser asesinados, y por ello trasladaron la acción a 1929, a Chicago, a la matanza del día de San Valentín, de la que son testigos los dos protagonistas.

Según Tony Curtis, en el reparto inicial estaban él, Frank Sinatra y Mirzy Gaynor como trío protagonista. A Wilder le costó convencer a los Mirisch de que Lemmon era la mejor opción tras la deserción de Sinatra, que ni siquiera fue a las citas concertadas con el cineasta. Y en cuanto a Marilyn Monroe, entró al proyecto tras recordar por carta al director lo feliz que fue trabajando en “La tentación vive arriba”. Y Wilder lo tenía claro: “El papel de Sugar era el más flojo, así que el truco era que lo interpretara la actriz más fuerte”. Monroe firmó tras leer un resumen y sin darse cuenta de que la película sería en blanco y negro, cuando en sus contratos imponía filmar en color. El blanco y negro se usó para enmascarar el maquillaje de Lemmon y Curtis. La actriz accedió a cambio de un sueldo de 200.000 dólares más un 10% de los ingresos brutos.

Curtis recuerda en sus memorias: “Billy nos envió al baño de mujeres del estudio. Nos pusimos delante de un espejo a retocarnos el maquillaje mientras entraban y salían las chicas. Las saludábamos y ellas nos correspondían con risas. Tras un rato, sale la última, yo le suelto: ‘¡Adiós!’; y ella me mira y dice: ‘Hasta luego, Tony’. Aún me parto”. Al día siguiente, mejorado el maquillaje, ninguna mujer les reconoció, pensando que eran extras de una película de época. “La idea general era que yo acentuara un estilo Grace Kelly, y Jack... bueno, Jack debía acercarse a una prostituta”.

El rodaje, que comenzó el 4 de agosto de 1958, fue un infierno por culpa de Marilyn Monroe. Para el plano en que llama a una puerta y dice: “Soy yo, Sugar”, necesitó 47 tomas. Wilder llegó a escribirle la frase en una pizarra. Aunque la leyenda crece en el momento en que en el hotel Sugar entra en una habitación y mientras busca entre sus cajones pregunta: “¿Dónde está el burbon?”. Cuatro palabras. Empezaron por la mañana, siguieron por la tarde y llenaron los cajones de letreros con la frase. Según unas fuentes rodaron 59 tomas, otras aumentan a 83. Y aún así, en la película Monroe está de espaldas, truco para añadir su frase en posproducción. Wilder contaba esto de la actriz: “Tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató a las seis de la mañana cada día, y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés... pero, ¿quién querría verla? De todos modos, mientras todos los del equipo esperábamos a Marilyn, no perdíamos completamente el tiempo. Incluso pudimos hacernos con una cultura; yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y paz y Los miserables”.


En septiembre, cuando se trasladaron a Coronado, San Diego, al hotel Del Coronado, que recreaba los exteriores de una playa de Florida, la cosa fue a peor. Al séquito de Monroe, encabezado por Paula Strasberg como consejera interpretativa, se sumó un ginecólogo, Leon Krohn. La actriz estaba embarazada y tenía miedo de volver a perder al posible hijo, como le había ocurrido en ocasiones anteriores. Por eso el dramaturgo Arthur Miller, su marido, le pidió a Wilder que la actriz trabajara solo por las mañanas. “Dijo que estaba demasiado agotada para someterse al trabajo al aire libre bajo el sol de la tarde. ‘¿Por la mañana? ¡Si nunca aparece hasta después de las doce! ¡Arthur, tráemela a las nueve y podrás llevártela a las once y media!’. Trabajábamos con una bomba de relojería, llevábamos veinte días de retraso, y sabe Dios cuánto nos habíamos excedido del presupuesto [al final el sobrecoste superó los 500.000 dólares], y ella tomaba montones de pastillas. Pero trabajábamos con Monroe, y ella era una rubia platino..., y no solo era el pelo, ni su éxito de taquilla. Lo que veías en pantalla no tenía precio”, comentaba el director. Como ejemplo de la inmensa inteligencia de Wilder, en la secuencia en la que Jerry le cuenta a Joe que se ha comprometido con un millonario, el director le dio unas maracas a Lemmon. cada vez que dice un chiste, las toca como reflejo de su felicidad. En realidad, lo hace para que el público pueda reírse y no tapar la siguiente broma.

Marilyn perdió el bebé el 16 de noviembre y su relación con Wilder se deterioró. Por eso, en las fotos de promoción de la película, Jack Lemmon y Tony Curtis posan con una rubia que no es Monroe, sino Sandra Warner, una de las chicas de la banda, cuyo rostro después fue sustituido por el de la protagonista. Monroe sí estuvo en cambio en la gira durante febrero y marzo de promoción del filme, primero en Nueva York y posteriormente por Estados Unidos, y se comportó de manera profesional. No pasaron por Kansas, donde la película fue prohibida por “peligrosa”. 

El filme ganó, tras un arranque taquillero flojo, una cantidad increíble de dinero. Cuando se retiró de cartel cuatro años después, había superado los 8 millones de dólares. Con sus ganancias, Wilder aumentó su colección de arte con una pintura y un dibujo de Paul Klee, un cuadro de Egon Schiele y otro de Braque. Como remata en el libro Teresa Llácer, "Some Like It Hot se revela como toda una grieta en el conservador muro de la doble moral estadounidense sobre el sexo, el amor y el travestismo que quebró gran parte de los preceptos de la censura para terminar arrasando en taquilla y convirtiéndose en una de las mejores comedias de la historia del cine".


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