La versión original estrenada
en cines en Italia consta de dos películas: 'Loro 1' y 'Loro 2'. Para su
distribución en el resto del mundo se ha hecho una sola película de 150 minutos
de duración (54 minutos menos que la suma de las dos partes).
Silvio Berlusconi se
encuentra en el momento más complicado de su carrera política, recién salido
del gobierno y con las acusaciones de corrupción y de sus conexiones con la
mafia a punto de llegar a los juzgados. Sergio Morra es un atractivo hombre
hecho a sí mismo que sueña con dar el salto de sus cuestionables negocios de
provincia a escala internacional. El camino más rápido para conseguirlo es
acercarse a Silvio, el hombre más poderoso de Italia. Para Sergio solo hay una
manera de llamar la atención de Il Cavaliere: las fiestas, las velinas, las
extravagancias y el exceso.
Comentarios:
Erik Gandini esgrimió el
concepto de la maldad de la banalidad —inversión de la banalidad del mal de
Hannah Arendt— para describir el patológico universo que documentó en su
brillante “Videocracy” (2009), descenso a los infiernos del Berlusconismo en el
que no resultaba tan importante la figura del mandatario como el alto radio de
infección moral que se extendía a su alrededor. El material parecía pedir a
gritos una mirada satírica, pero Gandini prefería no frivolizar y dejar al
espectador con la sangre progresivamente helada. En uno de los momentos más
inenarrables de “Videocracy” se mostraba el vídeo de la campaña presidencial de
Berlusconi, con la canción “Meno male che Silvio c’è!”, que acabaría alcanzando
el top 10 en Spotify tras su resurrección para las elecciones de 2018.
En “Silvio (y los otros)”
—montaje internacional de lo que originalmente es un díptico: “Loro” y “Loro 2”—,
Paolo Sorrentino recupera el himno y reconstruye, a su particular manera, un
vídeo electoral, pero lo que transmiten sus imágenes, bajo el subrayado de que
todo es una supuesta sátira feroz, no es lo mismo que transmitía la película de
Gandini: palpita una extraña fascinación por ese imaginario hipersexualizado de
velinas loando al amado líder. Fascinación que no sólo recorre esta secuencia,
sino que se convierte en clave estética dominante de toda la película. La
pregunta a formularse es si es posible contar a Berlusconi evitando la
vulgaridad estética de un sistema de poder fundamentado en lo que podríamos
llamar la proxenetización de la política. En otras palabras, “Silvio (y los
otros)” es una película que grita bien alto su intención de burlarse de Berlusconi
al tiempo que se rinde una y otra vez a la seducción de su obsceno imaginario.
Toni Servillo galvaniza
la pantalla —y, quizá, llega al hueso del personaje— en el largo monólogo en el
que Berlusconi recupera su esencia de vendedor al llamar a una solitaria
votante posible, pero en el resto de la película rara vez logra trascender la
máscara. “Silvio (y los otros)” llega incluso a flirtear con la idea de un
Berlusconi contemplado como héroe trágico romántico, con esa alusión al
parecido entre sus amantes y su esposa hostil y esquiva que tiene todas las
trazas de un blanqueado de esencias cipotudas. Al final, el terremoto de
L’Aquila sirve la excusa para un enfático gesto ideológico disfrazado de duelo
religioso, que llega tarde y suena falso. (Jordi Costa)
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