Centauros
del desierto (1956), todo un clásico del Oeste, no es en absoluto
un western clásico. En esta cinta el bien no triunfa sobre el mal,
ni la civilización se impone a la naturaleza. Las contradicciones y
secretos que personifica el protagonista –al que resulta difícil
denominar “héroe”- quedan sin resolver. Tres años después de
finalizar la guerra de Secesión, Ethan Edwards (John Wayne) visita
la granja que su hermano Aaron (Walter Coy) tiene en Texas. El
reencuentro no dura mucho. Tras buscar infructuosamente a unos
cazadores furtivos, Ethan regresa a casa de sus familiares para
descubrir un panorama desolador: Aaron y su esposa Martha (Dorothy
Jordan) han sido asesinados por unos comanches nómadas, que también
han secuestrado a sus dos hijas, Lucy y Debbie. Ethan, respaldado por
un grupo de exploradores, se lanza inmediatamente a su persecución.
Entre los hombres que le acompañan se encuentra el joven Martín
Pawley (Jeffrey Hunter), hijo adoptivo de la familia al que el propio
Ethan encontró años atrás en el desierto. No tardarán en
encontrar el cadáver de Lucy. Mientras que los demás deciden
abandonar, Ethan y Martin continúan la búsqueda en solitario. Su
aventura durará cinco años, durante los cuales crecerá en el
interior de Martin la terrible sospecha de que el deseo de Ethan no
es dar con su sobrina. En realidad, desea matar a Debbie, que en
compañía de los comanches se ha convertido en una india.
Sin
despojar al western de su mítica fuerza, John Ford (¡precisamente
él!) adopta una inusitada distancia respecto al género. Este
posicionamiento se manifiesta en aquello que no se dice, en el
misterio que rodea a Ethan. Nunca descubrimos qué hizo desde el
final de la guerra. ¿Fue
un héroe?, ¿un
bandido?, ¿el orígen de su desmesurado racismo es realmente
la venganza?. Sabemos que odia a los indios, sobre todo a la tribu
comanche. Sin embargo, durante su delirante búsqueda también
descubrimos que posee un profundo conocimiento de las necesidades y
estilo de vida de los pieles rojas. Cuando la partida de vaqueros
encuentra la tumba de un indio, Ethan dispara a los ojos del cadáver
para que el muerto tenga que “vagar eternamente entre los vientos”.
Cuando por fin se enfrenta a su archienemigo “Cicatriz” (Henry
Brandon), el demoníaco jefe de los comanches, parece como si se
mirara al espejo.
Ethan,
como revela cada uno de sus gestos, no tiene raíces. En compañía
de blancos, siempre es un extraño. En las escenas más famosas de la
película, al principio y al final del metraje, aparece solo frente a
la puerta de la granja, que simboliza la frontera entre la
civilización y el mundo sin leyes, y que él nunca llega a cruzar
realmente. Tampoco la cruzó en el pasado, cuando mantenía una
relación con Martha, algo que permiten entrever las escasas escenas
familiares. Ford cierra la puerta con un recurso cinematográfico
denominado “cortinilla”. Ethan se queda solo en la inmensidad de
Monument Valley. Al igual que el indio muerto, el perseguidor,
acosado por los demonios de su pasado, no encontrará la paz.
Pasó
mucho tiempo antes de que la cinta de Ford fuera acusada de racista y
todavía más hasta que se reconoció la modernidad de su inusual
estructura episódica. La postura del director, tan contradictoria
como la de su protagonista, se pone de manifiesto al contemplar la
obra en su totalidad. Mientras que nunca se ve a un indio cometer un
asesinato, Ethan mata a los pieles rojas que intentan escapa, un
hecho sin sentido que horroriza incluso a sus embrutecidos compañeros
de aventuras. Hasta la caballería de los EE.UU., la perla de los
anteriores filmes del director, comete una horrible masacre. A ellos
se contrapone Martin, un hombre de buena fe al que Ethan trata con
desprecio desde el principio porque tiene sangre cherokee. El hecho
de que el “héroe” termine aceptándole denota su transformación
interna. Cuando encuentra a Debbie (Nathalie Wood), que se ha
convertido en una india de la mano de “Cicatriz”, podrá por fin
abrazarla, no sin antes cortarle la cabellera a éste último. En
palabras del actor protagonista, el western más complejo y oscuro de
John Ford -cuya estructura de tragedia no se ve en absoluto aligerada
por la banal historia secundaria sobre los vecinos suecos, la familia
Jorgersen- es también el mejor. John Wayne adereza su rabia de
dimensiones épicas con una fuerza y un individualismo irrefrenables.
El resultado es aún más impresionante de lo habitual.
Centauros
del desierto es un hito dentro de la cinematografía
estadounidense y algunos de sus motivos se han reinterpretado, entre
otras, en Taxi Driver (1975), de Martin Scorsese y La guerra
de las galaxias (1977), de George Lucas. Según Los Ángeles Times
“un racista cargado de amargura al que no le cuesta nada
enfadarse ni defenderse, el enemigo implacable de todas las tribus,
especialmente de los comanches… Ethan Edward es uno
de los retratos más sorprendentes de furia devastadora y sin
motivaciones jamás realizados en la pantalla, un aterrador vistazo
al lado oscuro de los hombres que dominaron las llanuras, que nadie
se molesta en embellecer.”
Marion
Michael Morrison nació en Iowa, estudió en la University of
Southern, California, donde destacó como jugador de fútbol
americano. En 1928 empezó a interpretar pequeños papeles en las
películas de su amigo John Ford. Su gran lanzamiento se produjo en
1939, gracias a su trabajo en un western clásico de Ford, La
diligencia. Director y actor colaboraron en unas 20 cintas, entre
las que destacan La legión invencible (1949), Rio
Grande (1950) y El hombre que mató a Liberty Valance (1962).
Juntos crearon su imagen de hombre duro: arisco, firme, parco en
palabras, certero, fiel a los ideales norteamericanos y que no le
hacía ascos al uniforme. Wayne se tomaba con filosofía la acusación
de que, básicamente, se interpretaba a sí mismo.
John Wayne, el actor más popular de los EE.UU. |
En
el filme El hombre tranquilo (1952), el homenaje nostálgico de
Ford a sus raíces irlandesas, actuó junto a Maureen O´Hara en la
que fue una de su pocas incursiones en la comedia. El intérprete fue
fiel a su imagen incluso al pasarse a otros géneros, como la
aventura africana de Hatari (1962), o el drama bélico Boinas
verdes (1968). El hombre fuerte de Hollywood, que siempre
defendió con agresividad su ideología reaccionaria, tampoco perdía
ocasión de parodiar su propio mito. Así, en El Dorado (1967)
y Río Lobo (1970), dos de los célebres westerns crepusculares
de Howards Hawks, vemos a un envejecido Wayne en la piel de un
pistolero en decadencia. Ganó su único Oscar por su interpretación
de un alguacil alcohólico en Valor de ley (1969) de Henry
Hathaway. Su último papel fue el de un vaquero enfermo de cáncer en
El último pistolero (1976) de Don Siegel.
John Wayne murió en 1979, víctima de un cáncer de pulmón. Según dicen, hasta el último momento estuvo dispuesto a pegarse con quien fuera.
John Wayne murió en 1979, víctima de un cáncer de pulmón. Según dicen, hasta el último momento estuvo dispuesto a pegarse con quien fuera.
Virgina
Rivas Rosa
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