sábado, 9 de enero de 2016

La novia, de Paula Ortiz




Título original: La novia. Dirección: Paula Ortiz. País: España. Año: 2015. Duración: 96 min. Género: Drama. Guión: Javier García y Paula Ortiz, basado en la obra “Bodas de sangre” de Federico García Lorca. Producción: Alex Lafuente. Música: Dominik Johnson y Shigeru Umebayashi. Fotografía: Miguel Ángel Amodeo. Montaje: Javier García Arredondo. Estreno en España: 11 diciembre 2015.
Intérpretes: Inma Cuesta (La novia), Luisa Gavasa (Madre), Asier Etxeandía (El novio), Álex García (Leonardo), Leticia Dolera (Mujer de Leonardo), Carlos Álvarez Novoa (Padre), Manuela Vellés y Consuelo Trujillo.

Sinopsis:
Desde pequeños, Leonardo, el novio y la novia han formado un triángulo inseparable, pero cuando se acerca la fecha de la boda las cosas se complican porque entre ella y Leonardo siempre ha habido algo más que amistad. La creciente tensión entre ambos es como un hilo invisible que no se puede explicar, pero tampoco romper.

Fotograma de "La novia"

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La realizadora Paula Ortiz nos ofrece la cuarta adaptación cinematográfica de "Bodas de sangre", de Lorca, que obtuvo el Premio al Mejor Largometraje en la Sección Gran Angular en el pasado Festival de Cine de Gijón. Viene avalada por sus 12 nominaciones a los Premios Goya, incluido el de Mejor Película.
Tres habían sido, hasta la fecha, las adaptaciones cinematográficas de “Bodas de sangre”. La primera, en 1938 y protagonizada por Margarita Xirgú, fue rodada en Argentina poniendo de relieve los elementos más folclóricos y andalucistas del texto de Federico García Lorca. La segunda se rodó en 1977 y está ambientada en Marruecos. Finalmente, Carlos Saura en 1981 toma como referencia el ballet de Antonio Gades “Crónica del suceso de bodas de sangre” para, a través del cuerpo y el flamenco, narrar de una manera diferente esta historia de amor imposible. Las distintas aproximaciones al texto del autor de Fuente Vaqueros ponen de manifiesto su riqueza, pero a la vez la complejidad que supone trasladar al lenguaje cinematográfico el mundo lorquiano, lleno de referentes que emergen de la cultura popular y de elementos estilísticos (colores, figuras, personajes…) que adquieren nuevos significados a lo largo de toda la obra del andaluz. Y puede que ello también explique las escasas adaptaciones en pantalla grande del teatro de Lorca, siendo pocas además las que han logrado entender la compleja atmósfera de su ideario para evitar caer simplemente en la representación de un diálogo y una historia pensada para las tablas.
Tras debutar con la sugerente “De tu ventana a la mía”, la más malickiana de nuestros realizadores se atreve con la adaptación de una de las grandes piezas teatrales de nuestra literatura. Además, puede que se trate de una de las más complicadas por su fuerte carga simbólica. “Bodas de sangre”, escrita en 1933 y que combina prosa y verso, contiene el abecé del universo del escritor granadino: la luna (representación del erotismo mágico de la muerte), la sangre (siempre presente en sus historias, primera y última parada de sus personajes, capaz de crear y arrancar la vida), el caballo (la muerte representada en la masculinidad de su jinete), el bosque (donde surge y se materializa la pasión más primaria) y el color amarillo (la amargura de la tierra seca, que envejece el cuerpo y el alma). Paula Ortiz materializa en pantalla estos elementos para ofrecernos una versión totalmente alegórica, extrema, metafórica y puramente lorquiana. En el reverso de las imágenes se esconde el verdadero tema que recorre gran parte de la obra del dramaturgo: la fuerza de un destino inevitable marcado por la tradición y las costumbres ancestrales. El sino subyace en la textura de cada escena y cada plano de la película. Ortiz plantea su adaptación desde la arriesgada formalidad de una belleza que puede resultar por momentos abrumadora. Habrá quienes vean en su factura técnica un simple ejercicio preciosista vacío de significado y más cercano a la superficialidad impresionista. Pero lo cierto es que hay que poner en contexto estas decisiones con la materia prima de la que parte para descubrir que esta puesta en escena es la mejor compañera de viaje para la palabra y el verso lorquiano. Ortiz tiene la valentía necesaria para amoldar el texto original a un cine que busca conmover y emocionar a través del impacto estilizado de sus imágenes. De este modo, la directora aragonesa consigue esquivar el peligroso punto medio que habría colocado a su cinta en la nada para jugar todas sus cartas a la exuberancia cinematográfica y acabar ganando. La novia prefiere evocar todos y cada uno de los recovecos del universo lorquiano a golpe de estilo y palabra. Por un lado, la película es, en sí misma, todo un ejercicio de técnica al servicio de la metáfora y la alegoría propia de la obra que adapta, pero evita que el envite visual y la preciosidad de sus imágenes se coman al verdadero protagonista: el verso de Lorca.

Fotograma de "La novia"

Según el crítico Víctor Blanes, uno de los grandes aciertos es colocar la acción lejos del entorno típico andaluz. El contraste entre la sobria aridez de la Anatolia turca y la tosquedad de Los Monegros con la calidez en tonos azulados y sombríos de los austeros interiores nos traslada a un mundo atemporal, vacuo de cualquier referencia geográfica que permite que su significado se universalice al despojarse de los elementos de representación tradicional de la obra lorquiana (es decir, todo lo que tenga que ver con el sur de España). Al mismo tiempo, estos nuevos espacios enriquecen la propuesta al dotarla de nuevas texturas. Ortiz no se conforma con entender “Bodas de sangre” como un elemento aislado dentro del trabajo del poeta: intenta encontrar nuevos diálogos entre sus distintos textos. Acompañado por la estupenda música de Shigeru Umebayashi, introduce otros poemas, como el Pequeño vals vienés o La tarara, para lograr crear nuevas relaciones de significado, como una suerte de investigación literaria a través del lenguaje cinematográfico (no en vano, la propia directora es licenciada en Filología Hispánica). Esta decisión no está tan alejada de lo que aparece en la literatura de Lorca, donde la transmisión oral, la palabra rimada con ecos de otros tiempos, marca el ritmo, el carácter y la cadencia de su universo. Ortiz conserva la idiosincrasia de la historia a través de los elementos orales (como las canciones populares y las nanas, que sirven para establecer el tono y dotar de profundidad a la atmósfera fílmica) y la fuerza del verso en boca de unos actores que se dejan la piel en sus personajes. nma Cuesta dota de alma, vida y sentido a la novia en una interpretación excelente; Luisa Gavasa se come cada plano en su recreación de la madre del novio: inmensa, soberbia e incontestable. La novia es, en definitiva, uno de esos pequeños milagros que en ocasiones nos depara el cine donde un director es capaz de entender, asimilar y experimentar con un autor literario explorando los límites de la representación en imágenes, pero siempre guiándose por el universo del original. Estamos, sin lugar a dudas, ante una de las películas más bellas producidas por nuestro cine. Una verdadera obra de arte cuyas imágenes son como un susurro lleno de rabia, fuerza y dolor que «penetra frío por las carnes asombradas» para llevarnos a «ese sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito» del mundo lorquiano. Un placer para todos los sentidos. 


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