Título original: La novia. Dirección: Paula Ortiz. País: España. Año: 2015. Duración: 96 min. Género: Drama. Guión: Javier García y Paula Ortiz, basado en la obra “Bodas
de sangre” de Federico García Lorca. Producción: Alex Lafuente. Música: Dominik Johnson y Shigeru Umebayashi. Fotografía: Miguel Ángel Amodeo. Montaje: Javier García Arredondo. Estreno en España: 11 diciembre 2015.
Intérpretes: Inma Cuesta (La novia), Luisa Gavasa (Madre), Asier
Etxeandía (El novio), Álex García (Leonardo), Leticia Dolera (Mujer de
Leonardo), Carlos Álvarez Novoa (Padre), Manuela Vellés y Consuelo Trujillo.
Sinopsis:
Desde pequeños, Leonardo, el novio y la novia han formado un triángulo
inseparable, pero cuando se acerca la fecha de la boda las cosas se complican
porque entre ella y Leonardo siempre ha habido algo más que amistad. La
creciente tensión entre ambos es como un hilo invisible que no se puede
explicar, pero tampoco romper.
Fotograma de "La novia" |
Comentarios:
La realizadora Paula Ortiz nos ofrece la cuarta adaptación cinematográfica
de "Bodas de sangre", de Lorca, que obtuvo el Premio al Mejor
Largometraje en la Sección Gran Angular en el pasado Festival de Cine de Gijón.
Viene avalada por sus 12 nominaciones a los Premios Goya, incluido el de Mejor
Película.
Tres habían sido, hasta la fecha, las adaptaciones cinematográficas de “Bodas
de sangre”. La primera, en 1938 y protagonizada por Margarita Xirgú, fue rodada
en Argentina poniendo de relieve los elementos más folclóricos y andalucistas
del texto de Federico García Lorca. La segunda se rodó en 1977 y está
ambientada en Marruecos. Finalmente, Carlos Saura en 1981 toma como referencia
el ballet de Antonio Gades “Crónica del suceso de bodas de sangre” para, a
través del cuerpo y el flamenco, narrar de una manera diferente esta historia
de amor imposible. Las distintas aproximaciones al texto del autor de Fuente
Vaqueros ponen de manifiesto su riqueza, pero a la vez la complejidad que
supone trasladar al lenguaje cinematográfico el mundo lorquiano, lleno de
referentes que emergen de la cultura popular y de elementos estilísticos
(colores, figuras, personajes…) que adquieren nuevos significados a lo largo de
toda la obra del andaluz. Y puede que ello también explique las escasas
adaptaciones en pantalla grande del teatro de Lorca, siendo pocas además las
que han logrado entender la compleja atmósfera de su ideario para evitar caer
simplemente en la representación de un diálogo y una historia pensada para las
tablas.
Tras debutar con la sugerente “De tu ventana a la mía”, la más malickiana
de nuestros realizadores se atreve con la adaptación de una de las grandes
piezas teatrales de nuestra literatura. Además, puede que se trate de una de
las más complicadas por su fuerte carga simbólica. “Bodas de sangre”, escrita
en 1933 y que combina prosa y verso, contiene el abecé del universo del
escritor granadino: la luna (representación del erotismo mágico de la muerte),
la sangre (siempre presente en sus historias, primera y última parada de sus
personajes, capaz de crear y arrancar la vida), el caballo (la muerte
representada en la masculinidad de su jinete), el bosque (donde surge y se
materializa la pasión más primaria) y el color amarillo (la amargura de la
tierra seca, que envejece el cuerpo y el alma). Paula Ortiz materializa en
pantalla estos elementos para ofrecernos una versión totalmente alegórica,
extrema, metafórica y puramente lorquiana. En el reverso de las imágenes se
esconde el verdadero tema que recorre gran parte de la obra del dramaturgo: la
fuerza de un destino inevitable marcado por la tradición y las costumbres
ancestrales. El sino subyace en la textura de cada escena y cada plano de la
película. Ortiz plantea su adaptación desde la arriesgada formalidad de una
belleza que puede resultar por momentos abrumadora. Habrá quienes vean en su
factura técnica un simple ejercicio preciosista vacío de significado y más cercano
a la superficialidad impresionista. Pero lo cierto es que hay que poner en
contexto estas decisiones con la materia prima de la que parte para descubrir
que esta puesta en escena es la mejor compañera de viaje para la palabra y el
verso lorquiano. Ortiz tiene la valentía necesaria para amoldar el texto
original a un cine que busca conmover y emocionar a través del impacto
estilizado de sus imágenes. De este modo, la directora aragonesa consigue
esquivar el peligroso punto medio que habría colocado a su cinta en la nada
para jugar todas sus cartas a la exuberancia cinematográfica y acabar ganando.
La novia prefiere evocar todos y cada uno de los recovecos del universo
lorquiano a golpe de estilo y palabra. Por un lado, la película es, en sí
misma, todo un ejercicio de técnica al servicio de la metáfora y la alegoría
propia de la obra que adapta, pero evita que el envite visual y la preciosidad
de sus imágenes se coman al verdadero protagonista: el verso de Lorca.
Fotograma de "La novia" |
Según el crítico Víctor Blanes, uno de los grandes aciertos es colocar la
acción lejos del entorno típico andaluz. El contraste entre la sobria aridez de
la Anatolia turca y la tosquedad de Los Monegros con la calidez en tonos
azulados y sombríos de los austeros interiores nos traslada a un mundo
atemporal, vacuo de cualquier referencia geográfica que permite que su
significado se universalice al despojarse de los elementos de representación
tradicional de la obra lorquiana (es decir, todo lo que tenga que ver con el
sur de España). Al mismo tiempo, estos nuevos espacios enriquecen la propuesta
al dotarla de nuevas texturas. Ortiz no se conforma con entender “Bodas de
sangre” como un elemento aislado dentro del trabajo del poeta: intenta
encontrar nuevos diálogos entre sus distintos textos. Acompañado por la
estupenda música de Shigeru Umebayashi, introduce otros poemas, como el Pequeño
vals vienés o La tarara, para lograr crear nuevas relaciones de significado,
como una suerte de investigación literaria a través del lenguaje
cinematográfico (no en vano, la propia directora es licenciada en Filología
Hispánica). Esta decisión no está tan alejada de lo que aparece en la
literatura de Lorca, donde la transmisión oral, la palabra rimada con ecos de
otros tiempos, marca el ritmo, el carácter y la cadencia de su universo. Ortiz
conserva la idiosincrasia de la historia a través de los elementos orales (como
las canciones populares y las nanas, que sirven para establecer el tono y dotar
de profundidad a la atmósfera fílmica) y la fuerza del verso en boca de unos
actores que se dejan la piel en sus personajes. nma Cuesta dota de alma, vida y
sentido a la novia en una interpretación excelente; Luisa Gavasa se come cada
plano en su recreación de la madre del novio: inmensa, soberbia e
incontestable. La novia es, en definitiva, uno de esos pequeños milagros que en
ocasiones nos depara el cine donde un director es capaz de entender, asimilar y
experimentar con un autor literario explorando los límites de la representación
en imágenes, pero siempre guiándose por el universo del original. Estamos, sin
lugar a dudas, ante una de las películas más bellas producidas por nuestro
cine. Una verdadera obra de arte cuyas imágenes son como un susurro lleno de
rabia, fuerza y dolor que «penetra frío por las carnes asombradas» para
llevarnos a «ese sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito» del
mundo lorquiano. Un placer para todos los sentidos.
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