Título: "Rompecabezas". Países: Argentina y Francia. Año: 2009. Duración: 88 minutos.Dirección y guión: Natalia Smirnoff. Fotografía: Bárbara Álvarez. Música: Alejandro Franov. Reparto: María Onetto, Gabriel Goity, Arturo Goetz, Henny Trayles, Mirta Wons. Palmarés: Festival de Berlín 2010 (selección oficial a concurso).
Sinopsis: María del Carmen es una ama de casa de cuarenta y pico años cuya única preocupación en los últimos veinte ha sido el bienestar de su marido y de sus hijos, ahora mayores. Pero cuando le regalan un rompecabezas para su cumpleaños, descubre que tiene un don muy especial: puede hacer puzles a una velocidad increíble.
Gracias a Carlos Sorín (“Historias mínimas”, “Bombón, el perro”) estamos acostumbrados a ver en el llamado “minimalismo” una de las especialidades del cine argentino moderno, esto es, a contar historias cotidianas de aparente intrascendencia con medios casi “artesanales” con un acabado final que, aun dentro de la ficción, se da la mano con el documental o, al menos, con el “falso documental”. En el caso de esta “opera prima” de la argentina Natalia Smirnoff el “minimalismo” es un planteamiento narrativo y un envoltorio estético que no tiene nada que ver desde luego con la “artesanía”.
En “Rompecabezas” todo transmite una sensación de naturalidad: la verosimilitud del argumento, la credibilidad de las situaciones narradas, la ausencia del maniqueísmo plano al que nos tiene acostumbrado el cine Hollywood, los escenarios de la película (los interiores urbanos de la clase media y de la clase acomodada, y la “parcela” en venta). Y esto se consigue con un reparto magnífico y profesional (en especial María Onetto y Gabriel Goity) y con un uso muy particular de la fotografía y de la música. Con un eco “dogma” –que afortunadamente nada tiene que ver, entiéndaseme, con “dogmatismo”– la “steady-cam” nos acompaña sin concesiones estéticas a lo largo de toda la película, renunciando a la profundidad de campo y recreándose, sin encuadres ortodoxos, en los rostros y en los detalles de los personajes y de los objetos, en particular del gran protagonista de la obra: el rompecabezas. Y la música, tan sencilla como sugerente, al servicio de la narración y “confundida” con habilidad con los sonidos de la película, en especial los de las piezas de los puzles que van construyéndose y construyendo el argumento.
Pero una buena película es sobre todo un buen guión, y eso es sobre todo lo que tiene para mí “Rompecabezas”. Se trata de una historia muy bien narrada (aunque algún gurú de la crítica cinematográfica nacional dice que se aburría por momentos, cosa que me ocurre a mí por momentos con sus críticas "ex cathedra"). Y sus personajes son seres humanos reales: el marido, los hermanos adolescentes, la novia vegetariana, el compañero de rompecabezas y su harén de ociosas devotas, hasta la amable chica que le cede a María del Carmen su correo electrónico. La directora y guionista, a mi modo de ver, entrevera sutilmente el “armado” (me encanta esta palabra) de los puzles con el drama de la monotonía de una vida familiar que cae en una crisis repentina cuando la reina Nefertiti se le aparece en forma de rompecabezas a una mujer que se había limitado hasta entonces a ejercer de amante esposa, de ama de casa y de madre de sus hijos.
Pero lo mejor, al final –que no voy a contar–, cuando Natalia Smirnoff le permite a María del Carmen (María Onetto) disfrutar de un plano fijo que, ahora sí, responde a todos los cánones de la estética fotográfica del cine clásico. Era el momento. Y por eso en esta película es imprescindible leerse los créditos finales.
Que la disfrutéis.
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