martes, 1 de diciembre de 2020

“Ladrón de bicicletas” de Vittorio de Sica

“Se vive y se sufre”


Sólo un milagro podría arreglar la situación. Antonio (Lamberto Maggiorani) ha buscado su bicicleta robada por toda Roma, ha registrado los rastrillos y ha presentado una denuncia a la policía. Todo ha sido en vano. Sin bicicleta, que ha conseguido a cambio de empeñar sus últimas sábanas, perderá su trabajo, consistente en pegar carteles, y como consecuencia el salario que él y su pequeña familia necesitan con tanta urgencia. Los nervios incluso le han llevado a abofetear a su hijito Bruno (Enzo Staiola), quien no ha desfallecido ni un segundo en la búsqueda de la bicicleta. Padre e hijo entran en una trattoria y se dan una comilona. En ese momento, Antonio tiene una idea: ambos se dirigen a la calle de la Paja. En el primer piso vive la señora Santona (Ida Bracci Dorati). Al menos una docena de personas esperan para solicitar su ayuda. La imponente mujer está sentada en una butaca junto a una enorme cama. Lleva un batín de color claro. Su hija le lleva un café, que ella remueve con una cucharilla. Bruno aprovecha  esta pausa para arrastrar a su vacilante padre hasta la silla libre colocada ante la señora. Entre susurros, Antonio le explica su desgracia. Ella le hace una enigmática advertencia: o encuentra la bicicleta enseguida o no la encontrará jamás. En la calle, justo delante de la casa de la señora, Antonio y Bruno se tropiezan con el ladrón de la bicicleta que tantas horas lleva buscando y se encara con él. Pero todo es en vano. No la recuperará.


La principal característica de “Ladrón de bicicletas” es su sencillez clásica, lo que probablemente sea el motivo de su manifiesta belleza. Al menos ésta es la conclusión a la que llegó el francés André Bazin, famoso teórico del cine, en 1951. En su opinión, al renunciar a plasmar una historia espectacular, el director logró abrir los ojos del público a un espectáculo totalmente distinto: la realidad. Un hombre solo recorre la calle, y el espectador no puede sino sorprenderse ante la soltura de su caminar. Bazin vio en “Ladrón de bicicletas” la expresión definitiva del neorrealismo italiano, el influyente movimiento que revolucionó el cine en la segunda mitad de la década de 1940. El principal objetivo de los defensores de esta corriente era captar la realidad del modo más auténtico posible. Para ello, rodaron en localizaciones originales y trabajaban con actores no profesionales.


Vittorio de Sica y el guionista Cesare Zavattini crearon su propio método para retratar la vida cotidiana. Si otros cineastas intentaban realizar películas documentales, ellos se propusieron mostrar el verdadero rostro de la vida cotidiana a través de una especie de exageración poética. Si el objetivo de los demás era establecer una separación entre el espectador y los acontecimientos retratados en la gran pantalla para potenciar la reflexión, De Sica y Zavattini conseguían implicarle mediante la empatía y la emoción. La sinceridad y la simpatía con la que abordan sus personajes puede percibirse desde el punto de vista formal. A pesar de que cada vez se siente más desesperado, el protagonista de “Ladrón de bicicletas” no llega a perder la dignidad, ni siquiera cuando rompe a llorar por la vergüenza que le provoca su situación. El milagro de la señora Santona sólo ha sido un simple rayo de esperanza: aunque Antonio descubrirá al ladrón, nunca llegará a recuperar su bicicleta. Ante el estadio de fútbol, donde los asistentes al partido han aparcado innumerables bicicletas, no puede resistirse a la tentación. Así, se sienta sobre un sillín ajeno y se pone a pedalear. No obstante, no tardan en descubrirlo y una multitud furiosa le detiene, aunque al final le dejan libre. Cuando una lágrima rueda por sus mejillas, el pequeño Bruno le coge de la mano por primera vez.


Como vemos, el segundo nivel narrativo del film se ocupa de la relación entre padre e hijo, que intiman gracias a la búsqueda. De Sica presta una especial atención a la familia y le regala las escenas más hermosas. Tomemos por ejemplo el primer cuarto de hora de la película, durante el que Antonio y Bruno se preparan para salir de la casa al alba. Ambos llevan un atuendo muy parecido y guardan idénticos bocadillos, preparados por la madre, en el bolsillo izquierdo. Se trata de una escena feliz, un momento lleno de calor y optimismo en el desconsolado retrato que el director lleva a cabo de la Roma de la posguerra. Escasea el trabajo y la solidaridad, y las instituciones no funcionan. Todos luchan por su propia supervivencia y objetos tan simples como una bicicletas se convierten en imprescindible entre tanta miseria. Al final , el espectador pierde de vista a padre e hijo, quienes se mezclan entre el gentío que sale del campo de fútbol. Aunque se sienten totalmente humillados, los acontecimientos no han quebrado su voluntad y ahora caminan hacia un futuro incierto.



Sobre Vittorio De Sica diré que si las comedias lo convirtieron en una estrella, la última etapa de su carrera estuvo marcada por los melodramas. Entre sus primeros y sus últimas obras, trabajos como “El limpiabotas” (1946), “Ladrón de bicicletas” (1948) y “Umberto D” (1951) le sirvieron para dejar huella en el Neorrealismo italiano. Vittorio De Sica fue una de las principales personalidades del cine de su país como actor y director.

Nacido en 1902, creció en Nápoles. Para contribuir a mantener a su familia, estudió contabilidad a pesar de haber descubierto muy pronto su talento para el teatro. En 1932 dio el salto a la gran pantalla con “¡Qué sinvergüenzas son los hombres!”, una comedia de  Mario Camerini, en la que creó el papel de joven lleno de vida que tantas veces repetiría a lo largo de su trayectoria. Convertido en uno de los actores más populares de Italia, a principios de los años 40 comenzó a dirigir sus propias películas. Su estrategia era actuar en cintas de dudosa calidad con el objetivo de lograr financiación para sus propios proyectos, más ambiciosos. Realizó también filmes que no se adscribían en el movimiento neorrealista, entre los que destacan los que dirigió para el lucimiento de una estrella como Sophia Loren: la actríz obtuvo un Óscar por el largometraje de De Sica “Dos mujeres”(1960) y protagonizó la película de episodios “Ayer, hoy y mañana” (1963), que le valió al director el premio de la Academia a la Mejor cinta extranjera. Fue el tercer galardón de este tipo para el realizador tras los obtenidos por “Ladrón de bicicletas” y por “El limpiabotas” (1946). Más adelante volverá a alzarse con este trofeo por “El jardín de los Finzi Contini” (1970), una coproducción italo-germana sobre las vicisitudes de una familia judía en la época fascista. Cabe destacar que De Sica abordó el tema en diversas ocasiones.

Vittorio De Sica fue un vividor y un idealista que supo utilizar su popularidad para sacar a la luz los problemas de las personas que viven en las sombras de la sociedad. El cineasta, que actuó en más de 150 películas y dirigió más de 30, falleció en Francia, su segunda patria. Es recordado sobre todo como humorista y humanista.



El filme de 1948 “Ladrón de bicicleta” es un drama neorrealista, que sigue la historia de un padre pobre que busca en la Roma de la posguerra su bicicleta robada, sin la cuál perderá el trabajo que sería la salvación de su joven familia (mujer y dos hijitos de corta edad.). Se trata de una adaptación de la novela de 1946 de Luigi Bartolini, el guionista fue Cesare Zavattini. La película fue éxito de taquilla en época de posguerra, y recibió el premio de la Academia de Hollywood como Mejor Película en Lengua Extranjera en 1950. En 1952 fue considerada como la mejor película ¡de todos los tiempos!.



Vittorio De Sica dedicó meses a buscar a sus dos actores protagonistas, cuya naturalidad constituye el verdadero atractivo del filme. De Sica ya había demostrado su talento para rodar con niños en “El limpiabotas” (1946). Y en “Ladrón de bicicletas” descubrió al niño de 8 años Enzo Staiola, cuando este niño obsevaba en la calle la producción del filme, mientras ayudaba a su padre a vender flores. A De Sica parece que le gustaron los andares del pequeño. A Lamberto Maggiorani lo eligió cuando éste llevó a su hijo pequeño al casting. Al finalizar el rodaje Lamberto volvió a la fábrica en la que trabajaba anteriormente, y cuando la empresa cerró, intentó en vano volver de nuevo a la industria cinematográfica. En cuanto a la esposa, María Ricci, fue interpretada por Lianella Carell. Ella era periodista y escritora en la radio RAI, en Roma. En 1948 entrevistó a Vittorio De Sica justo cuando el director buscaba a los actores para el filme. Tras realizarle una prueba de cámara, le ofreció el papel que la haría famosa en poco tiempo. En 1958 abandonó su carrera de actriz retomando su profesión de periodista, escritora y guionista.



La censura añadió una voz en off inexistente en la película, para hacer más digerible al espectador español ese final tan crudo. La voz en off dice: “El mañana aparecía lleno de angustia ante este hombre pero ya no está sólo. La cálida manecita del pequeño Bruno entre las suyas hablaba de tener fe y esperanza en un mundo mejor. En un mundo dónde los hombres llamados a comprenderse y amarse lograría el generoso ideal de una cristiana solidaridad”. Todo un añadido con el que el censor obliga a que veamos el filme con una mirada “cristiana” que alivie ese final tan dramático. La censura española no podía admitir la realidad social que reflejaba el neorrealismo italiano. También censuraron el título en italiano, allí era “Ladrones de bicicletas” y en español se tituló en singular, para que no fuera genérica la denuncia social y quedara en una mera anécdota particular. Como decía Luis Eduardo Aute: “Y el happy end, que la censura travestida en voz en off, sobrepusiera al pesimismo de autor, nos hizo ver que un mundo cruel se salva con una homilía del guión”. 



La prensa extranjera opinó:

El director Vittorio De Sica creó una melodía sobre los seres humanos a partir de un acorde básico, el retrato social, y toque de gran agudeza. Con ello no sólo ha demostrado su talento artístico sino también que tiene corazón. Desde “El chico” de Chaplin, ningún otro niño nos ha emocionado tanto en la gran pantalla” (Suttgarter Zetting).

El gran logro de De Sica, tal que hasta ahora nadie se ha acercado siquiera, es desarrollar una dialéctica cinematográfica capaz de superar la contradicción entre una trama teatral y los acontecimientos tal y como son. Desde este punto de vista, “Ladrón de bicicletas” es uno de los primeros ejemplos de cine puro, sin actores, sin historia y sin puesta en escena. En el marco de la ilusión totalmente estética de la realidad, esto tiene una implicación directa: el cien ha dejado de existir” (Esprit).


Virginia Rivas Rosa




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