En el curso de las actividades del Taller de Cine he tenido que hacer una exposición sobre mis “terrores favoritos”. Este concepto lo he desarrollado mediante el comentario de algunas secuencias de dos películas: “Los crímenes del museo de cera” (House of Wax) y “El cabo del terror” (Cape Fear).
Sostenía en mi intervención que estas películas me habían elegido a mí antes que yo a ellas porque son las que han dejado huella en mi recuerdo, cada una correspondiente a una etapa de mi vida: la niñez y la adolescencia. Y es que, pienso, son en estas etapas de la vida cuando se afianzan, se modelan o se crean actitudes y posicionamientos acerca de cuestiones que posteriormente serán importantes en la vida de las personas. Entre ellas, creo, el concepto del terror o, al menos, una posición frente a él.
La primera de las películas es de la que guardo mi primer recuerdo de cine de terror. Recuerdo con toda nitidez el miedo de muchas de sus secuencias: la figura medio encorvada del criminal por las calles de Nueva York, el robo de los cadáveres, la “honorable” figura de Vincent Price en silla de ruedas, la transformación del mismo en el monstruo terrorífico, la enorme cacerola llena de cera caliente con la que moldeaba a sus víctimas… Todos estos elementos son los que pueden afectar a la mente de un niño, que se rige aun por los principios del pensamiento concreto. Del conjunto de factores, creo que son dos los que más impactan a largo plazo a dicha mentalidad: la figura monstruosa del protagonista, la fealdad repulsiva y extrema, que es una constante en muchas películas de terror (Monstruo de Frankenstein, King Kong, el Monstruo de la Laguna…) y la falsedad, la impostura del personaje, aquello que parece ser y no es, que constituye una lección inolvidable y “traumática” para el niño (este “transformismo” es otra constante: Jekyll y Hyde, Hombre Lobo, Drácula…). Y digo bien, para el niño, no para el adulto que con facilidad puede descubrir la trama de la película. El tercer elemento en que se apoya la trama ya no es visible para el niño, sino reflexión posterior del adulto, y no es otro que el carácter obsesivo patológico del monstruo, otra constante del género y que en este caso se concreta en un perfeccionismo obsesivo en la elaboración de las esculturas de cera.
De la segunda película no tengo un recuerdo tan nítido como de la primera; bien pensado, es síntoma de madurez: lo concreto terrorífico de la primera película, que ha quedado en el fondo de la mente del niño, deja paso ya a una concepción más abstracta y genérica del terror, con menos elementos enquistados en el recuerdo pero con una comprensión mayor de los orígenes del terror, de lo diabólico del comportamiento humano y de la sutileza con que se puede expresar en el cine esa maldad. Y es que el recuerdo más claro de la película está ocupado por la presencia magnífica de Robert Mitchum, su mirada libidinosa y su omnipresencia como constante perseguidor de la familia acosada.
Son varios los elementos que a mi juicio me han llevado a acordarme de esta película, además de esta identificación del protagonista con el actor mencionado. Un aspecto muy sugerente de la película que puede ser captado y “aprendido” por un adolescente es el contraste entre el mal, representado en la figura de Max Cady (R. Mitchum), y una familia que vive su vida de manera apacible y “normal”, que en un momento determinado puede verse involucrada de manera involuntaria en el terror. Esta sutileza de la génesis del terror sigue constituyendo para un adulto, para cualquier persona normal, una inquietud que, afortunadamente, sólo de tarde en tarde alcanza una dimensión dramática.
El factor más determinante de la película como generador de terror no es otro que la obsesión patológica del protagonista. Si en la primera película se manifestaba en el perfeccionismo del arte, en esta existe una doble obsesión. Max es un obseso sexual, razón por la que ha pasado 8 años de cárcel, pero es también un obseso de la venganza, de la persecución. El primer aspecto, así como las secuencias del maltrato a las mujeres, la fijación en la esposa e hija como objetos indirectos de venganza constituyen la estructura argumental de la película. Ahora bien, para el adolescente, que está en plena revolución hormonal, estos aspectos le llaman la atención, los comprende y, espero que en la mayoría de los casos, los rechaza.
Para terminar, pues, resumo diciendo que en mi opinión a lo largo de la vida se va cambiando la percepción que las personas tenemos del terror, volviéndose más sutil pero por eso mismo vamos encontrando motivos menos espectaculares pero quizá más inquietantes del miedo.
Tal vez por ello el género de terror, que a muchos puede parecer superficial, campo abonado para los efectos especiales, para una violencia gratuita, traduzca más profundamente de lo que pueda parecer las inseguridades, los miedos personales, regiones del pensamiento y de los sentimientos incontrolados.
Trabajo presentado en clase por José Melero Bellido
No he visto la primera, tendré que echarle un vistazo. Un saludo.
ResponderEliminar¡Guau!, vaya par de pelis.
EliminarLa primera dirigida por André De Toth, gran cineasta que sobre todo es conocido por sus westerns, muchos de ellos protagonizados por Randolph Scott.
Espléndido filme donde el lustroso Vicent Price da vida a un papel muy cercano a lo que sería sus cojonudas creaciones de personajes atormentados (casi siempre por un pasado, una maldición) para el ciclo de Poe con Roger Corman, años más tardes.
Y que decir de la otra, en la que lastimosamente su cacareado remake (dirigido por Martin Scorsese y protagonizado por De Niro) sea mucho más conocido.
Para mi no hay color, la original es sutil, sugerente, terrorífica y angustiosa y aunque el remake tiene algo de estos dos últimos adjetivos, a nivel de sugerencia y sutileza no hay señal alguna.
El papel de Mitchum puede asemejarse algo al de 'La noche del cazador'.
Saludos. Jesús.