Título
original: Sevmek zamani. Dirección: Metin
Erksan. País: Turquía. Año: 1965. Duración: 87 min. Género:
Drama.
Guión: Metin Erksan. Fotografía: Mengü Yegin. Música: Metin Bükey. Sonido: Yorgo
Ilyadis. Producción: Troya Film.
Fecha del estreno: 21 Abril 2023
(España)
Reparto: Müsfik Kenter, Sema Özcan,
Süleyman Tekcan, Fadil Garan, Oya Bulaner, Deniz Çakir, Ayban Erkmen, Adnan
Uygur.
Sinopsis:
Meral, una chica de alta
sociedad, viene a pasar un fin de semana a una isla donde posee una bella
mansión. En la mansión se encontrará con una gran sorpresa. Halil, un pintor de
casas hipersensible y enamorado de su retrato. Un extraña historia de amor
surgirá entre ellos.
Comentarios:
Hay muchas historias del cine. Tenemos la oficial, la que todos los que hemos estudiado cine conocemos, con sus nombres, películas y demás. Pero también hay otras, las que no conocemos, las que se reescriben cada año, porque cada año en lo más recóndito de una filmoteca o una casa olvidada, se descubren otros nombres y películas, descubriendo a cineastas que, desgraciadamente, quedaron en el olvido o muy pocos recuerdan. El nombre de Metin Erksan (Çanakkale, Turquía, 1929 – Bakirköy, Turquía, 2012), es uno de ellos, un cineasta que dirigió 42 títulos amén de una veintena de guiones para otros directores. Este descubrimiento viene con su última película, Sevmek zamani, traducida como Time to Love, en la que nos cuenta la fascinación de Halil, un pintor que decora las casas de los ricos, por un retrato, el retrato de Meral, una de esas jóvenes ricas que pasa su tiempo en casa de ricos suyas o de amigos. Los dos se conocen y se enamoran, aunque Halil tiene miedo, ese miedo del enamorado que sabe que la diferencia entre ellos, de posición social sobre todo, hará añicos el amor y por ende su vida.
El extraordinario arranque de la película con ese mar rodeado de un profundo bosque de árboles altos acompañado de un silencio sepulcral, que escenifica los barrotes de una prisión, igual que sucedía en Los amantes crucificados (1954), de Kenji Mizoguchi, nos lleva a pensar que estamos frente a un amor difícil, un “amour fou”, que mencionaba el gran Buñuel. La película ya tiene ese aroma triste y melancólico, con esa secuencia del inicio con la lluvia, una lluvia fiel compañera de este amor tan difícil como pasional, y el protagonista mirando a través de la ventana del café, y luego sale y la cámara lo sigue hasta la casa, donde entra y en soledad se queda embelesado mirando el retrato de la citada Meral. Un tono y unos paisajes tristes, desolados y vacíos que recuerdan enormemente el cine del bloque comunista, con nombres como Kieslowski y Béla Tarr, entre otros. El blanco y negro acentúa ese aire pesado y asfixiante de unas vidas sin más, unas existencias anodinas, sin esperanza y muy solitarias, en consonancia con el formato cuadrado que evidencia esa cárcel de la que hablábamos, en un gran trabajo del cinematógrafo Mengü Yegin, con más de 70 títulos a sus espaldas, y la música, constante y que resalta esas emociones contradictorias de ambos protagonistas, que firma Metin Bükey, con más de 130 películas en su filmografía, y el preciso y sólido trabajo de sonido de Yorgo Ilyadis con 80 títulos en su haber.
Halil y Meral son dos
almas enamoradas, pero también son dos almas muy diferentes, pertenecen a
clases sociales antagónicas, y eso lo cambia todo, porque una cosa es el amor y
otra muy distinta, la del patrimonio que se dispone, porque nunca habrá un amor
que no esté sometido a las leyes de lo material, y en esas están los dos
personajes. Erksan construye una película tan real como poética, donde cada
plano y cada encuadre evidencia la distancia y la cercanía que reside entre
Halil y Meral, y ese entorno duro y agreste, donde deja claro la influencia de
aquellos años sesenta, la inspiración de los “nuevos cines”, de los Antonioni,
de esos paisajes dolientes y desiertos, de esas playas desiertas, donde el mar
rompe y desgasta, de esos caminos pedregosos y embarrados en mitad de alguna
montaña, o esos lagos, donde el agua es densa y poco clara, rodeados de naturaleza
y también, de aislamiento, de ese mundo interior, tan complejo y tan difícil de
interpretar, de constantes huidas y (des) encuentros y reencuentros, de
diálogos en silencio, de palabras duras y cortantes, de miedos, de
inseguridades, de querer alejarse o quedarse para siempre, de saber y no saber,
de sentir y no saber qué sentir, de dudas, de incertidumbres, y sobre todo, de
amor y otras soledades.
El cine de Erksan tiene
inspiraciones literarias, que se centraba en los problemas de las gentes del
campo, convierte esa isla, que no es otra que las Islas de los Príncipes, al
sur de Estambul, en Turquía, en la isla del amor, o mejor dicho, en la isla
donde nace el amor, primero en forma de retrato/fotografía, que lo emparenta
con Jennie (1948), de William Dieterle, y con Laura, de Otto
Preminger y La mujer del cuadro, de Fritz Lang, ambas producidas en
1944, donde la obsesión por la imagen de una mujer deviene un trasunto más allá
del amor y el deseo, con raíces más profundas donde el sujeto se sacia con la
mera contemplación del retrato sin querer ir más allá cuando la mujer se
manifiesta en carne y hueso. Pero no sólo están los enamorados Halil y Meral,
excelentemente interpretados por Müsfik Kenter y Sema Özcan, respectivamente,
componiendo ese amor tan cercano y lejano, ese amor único, ese amor bello e
intenso, ese amor rodeado de las circunstancias, y los demás, como Basar, el
novio de Meral, al que da vida Süleyman Tekcan, un tipo que recuerda a los
matones del cine negro hollywodiense, con su séquito y toda su rabia después
que su amor se haya ido con el desconocido pintor de brocha gorda, y también,
está Mustafa que interpreta Fadil Garan, una especie de padre-escudero de
Halil, un amigo, un confesor y una ayuda, que trabaja con él, y canta con esa
voz en la que recuerda a través de su guitarra turca, en la que la melancolía y
la memoria se cruzan invocando otros tiempos, otros lugares y otros
sentimientos. (José A. Pérez Guevara)
Recomendada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario