Título original: To the wonder. Dirección: Terrence Malick. País: USA. Año: 2012. Duración: 113 min. Género: Drama.
Guión: Terrence Malick. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Hanan Townshend. Montaje: A.J. Edwards, Keith Fraase, Shane Hazen, Christopher Roldan, Mark Yoshikawa. Diseño de producción: Jack Fisk. Vestuario: Jacqueline West. Producción: Sarah Green, Nicolas Gonda.
Premio SIGNIS en el Festival de Venecia 2012.
Fecha del estreno: 12 Abril 2013 (España)
Reparto: Ben Affleck (Neil), Olga Kurylenko (Marina), Rachel McAdams (Jane), Javier Bardem (padre Quintana).
Sinopsis:
Neil, un norteamericano aspirante a escritor, y Marina, una madre soltera europea, se conocen en París y disfrutan de un momento de idilio en la isla francesa de St Michel, revitalizados por las sensaciones de estar de nuevo enamorados. Neil ha dejado su país buscando una vida mejor, dejando atrás una serie de hechos dolorosos. Mirando a Marina a los ojos, Neil cree estar seguro de que ha encontrado a la mujer que puede amar con dedicación. Es por ello que le propone irse a vivir junto a su hija Tatiana a los Estados Unidos. Pero cuando años más tarde, una serie de circunstancias personales y profesionales resquebrajan su relación, otra mujer aparece en la vida de Neil, con igual o incluso mayor fuerza: Jane, una vieja amiga de la infancia. ¿Logrará este Neil mantenerse fiel a su promesa inicial o aprovechará para cambiar su vida hacia el futuro que siempre anheló?
Comentarios:
En su ensayo El estilo trascendental en el cine, publicado en 1972, un joven Paul Schrader escogía como objeto de estudio la obra de Dreyer, Bresson y Ozu para aislar aquellas estrategias formales que permitían a la tríada de cineastas expresar la revelación de lo sagrado. Un territorio delicado, pues, como subrayaba Schrader, “el rechazo de la crítica en relación al arte trascendental es comprensible, ya que cuanto más puro y absoluto pasa a ser un arte menos útil resulta". Frente a la síntesis y el ascetismo expresivo de Ozu, Bresson y Dreyer, el esquivo y ahora insólitamente prolífico Terrence Malick parece buscar la trascendencia –especialmente en sus dos últimos trabajos- a través del desbordamiento, de un barroquismo místico que, eso sí, se sostiene sobre un denso tapiz de sutilezas e imágenes frágiles. Sería interesante saber qué nota le daría Schrader a Malick en un hipotético examen de estilo trascendental, pero conviene aducir, en defensa del autor de El árbol de la vida, que este emprende su particular tao hacia la revelación cuando toda imagen parece haber perdido su pureza, vampirizada por retóricas publicitarias y otras formas parasitarias de una esencialidad cinematográfica que quizá sea, ya, un paraíso perdido.
El árbol de la vida dividió a público y crítica, pero To the wonder parece haber segmentado el mapa de afectos incluso entre los hasta ahora incondicionales de Malick. La película, a primera vista, parece dar todas las armas a sus detractores: si alguien quiere acusarla de pretenciosa, afectada y falsamente lírica lo tiene fácil. Detenerse en To the wonder, dedicarle el tiempo que exige –no solo el tiempo de su metraje, sino también el de su sedimentación-, puede acabar revelando una imagen muy distinta. La estrategia formal es la misma –soliloquios sobre una sinfonía de imágenes trenzada en elaboradas rimas visuales-, pero hay quien solo ha querido ver arbitrariedad y aleatoriedad donde hay minuciosa arquitectura.
Si en El árbol de la vida, Malick asociaba las reminiscencias de una mirada infantil, incapaz de comprender el sentido de lo que está viendo –el dolor y la furia paterna, un ataque epiléptico en plena calle-, con el asombro del ser humano ante la imponencia de la Creación, aquí, en To the wonder, esas turbulencias indescifrables que uno intuye en una mirada o un silencio de la persona amada se contemplan como eco a escala del inabarcable –e insoportable- mutismo de Dios. Una pareja, sus alrededores y un sacerdote en plena crisis de fe son los elementos que usa Malick para preguntarse si en una relación amorosa se puede manifestar la gracia y para recorrer los claroscuros que conlleva todo compromiso: religioso, afectivo, social y, por qué no, político.
Las estrategias formales y narrativas de Malick liberan un torbellino de imágenes fluidas, que tiene su centro simbólico en la abadía de Mont Saint-Michel, cuna del romance entre los personajes de Ben Affleck y Olga Kurylenko que, en el último plano de la película, parece ya un horizonte inalcanzable. A lo largo del metraje, filtraciones tóxicas –literales y metafóricas- hablan de la caída en esta película portentosa, condenada a ser incomprendida en un presente cínico y celebrada en un futuro con vocación de diálogo. (Jordi Costa)
Recomendada (con reservas).
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