jueves, 25 de abril de 2013

Tierra prometida, de Gus Van Sant

 


Título original: Promised land. Dirección: Gus Van Sant. País: USA. Año: 2013. Duración: 107 min. Género: Drama. Guion: Matt Damon y John Krasinski; basado en un argumento de Dave Eggers. Producción: Matt Damon, John Krasinski y Chris Moore. Música: Danny Elfman. Fotografía: Linus Sandgren. Montaje: Billy Rich. Diseño de producción: Daniel B. Clancy. Vestuario: Juliet Polcsa. Estreno en España: 19 Abril 2013.
Intérpretes: Matt Damon (Steve Butler), John Krasinski (Dustin Noble), Frances McDormand (Sue Thomason), Rosemarie DeWitt (Alice), Scoot McNairy (Jeff Dennon), Titus Welliver (Rob), Hal Holbrook (Frank Yates).

Sinopsis:
Steve Butler es un vendedor que ha recorrido un largo camino desde su granja natal hasta la empresa en la que trabaja. Pero su trayectoria cambia de rumbo cuando llega a un pueblo donde encuentra muchos corazones abiertos y también muchas puertas cerradas. Steve y su compañera de trabajo Sue Thomason llegan a McKinley, un pueblo duramente golpeado por la crisis financiera de los últimos años. Los dos representantes están convencidos de que los habitantes de McKinley estarán encantados de aceptar la oferta de su empresa a cambio de dejarles perforar pozos en sus granjas. Lo que en principio iba a ser un trabajo fácil y una estancia corta se complica profesionalmente cuando el respetado profesor de instituto reúne a los habitantes para explicarles de qué se trata, y personalmente cuando Steve conoce a Alice. Pero las cosas se ponen mucho peor con la llegada de un ecologista.

Matt Damon

Habló en su favor: Jordi Acosta.
Gus Van Sant es un estimulante enigma en movimiento. Con su Mala noche (1986) se situó a la vanguardia de la eclosión indie, pero cuando parecía encaminarse, sin remedio, hacia la integración, Gerry (2002) abrió una vía de radicalidad expresiva sostenida hasta la extraordinaria Paranoid Park (2007). Lo que vino después es una curiosa sucesión de problemas críticos, porque, incluso en sus propuestas en apariencia más mayoritarias, se detectan desafiantes singularidades: ni Mi nombre es Harvey Milk (2008) respondía mansamente al modelo del biopic oscarizable —en su seno se proponía un cristalino manual didáctico de estrategia ciudadana—, ni Tierra prometida es un rutinario ejercicio de estilo alrededor del cine liberal americano de los setenta.
A partir de una historia de Dave Eggers —autor en cuyo trabajo se armoniza la herencia del posmodernismo americano con las nuevas estrategias para el compromiso social y político—, Matt Damon y John Krasinski han escrito, en Tierra prometida, un guion que responde, de manera programática, al tradicional arco dramático de la toma de conciencia, pero incluye no pocas gratificaciones fuera de programa: desde el retrato de una comunidad donde la información googleada matiza la candidez de los habitantes hasta los ecos, levemente screwball, en la rivalidad que enfrenta a los personajes de Damon y Krasinski ante la maestra local. Un eficaz giro de guion y la capacidad del director para capturar ese limbo amenazado hacen el resto.

Frances McDormand

Habló en su contra: Carlos Marañón.
Ésta siempre será la ópera prima que Matt Damon nunca dirigió. Pero eso a Gus Van Sant no le importa: llegó in extremis, de apagafuegos para poner su cámara en este filme donde la autoría ha quedado diluida entre un texto original de Dave Eggers, un guión de Damon y John Krasinski, el trabajo de un grupo de actores con encanto y, finalmente, un director que logra pasar inadvertido, cualidad muy poco valorada en un cine para todos los públicos plagado de paliceros tratando de dejar su sello. De hecho, le importa también un bledo que llevemos una doble contabilidad con su curiosísima filmografía, como si le pillásemos saltándose un semáforo en rojo cada vez que hace una película comercial. Damos el alto desde ya: con Tierra prometida, Van Sant no sólo se pone al servicio de la historia, sino que revisita la fórmula que inauguró con El indomable Will Hunting: vuelve a ponerse además al servicio de sus amigos. Nada (malo) hay pues que comentar de una dirección transparente, que deja fluir un relato que han querido vendernos como un debate entre la protección del medioambiente y el futuro de la energía. Paparruchas. O más bien la excusa eterna para presentar el doble choque que va de lo general a lo particular, en la tradición de Capra o Sturges, del buen americano ante su moral particular por un lado y ante la sociedad por el otro.
Lo que en otras manos podía haber sido un desastre, aquí resiste con el piloto automático artesanal de un cine que tiene algo de falso compromiso setentero hecho vintage, pero que en realidad funciona como un filme de vuelta a casa, pero sin volver a casa de verdad. Matt Damon está a punto de lograr el salvoconducto johnwaynesco que le permite, desde sus camisas de cuadros bien rellenas, ser él mismo siempre y a la vez resultar diferente (y solvente) en todos sus personajes, mientras revolotean a su alrededor actores sobrados de talento (Frances McDormand, Hal Holbrook, Rosemarie DeWitt y el nuevo colega de máquina de escribir de Damon, Krasinski) con el tempo justo para dar alma a un guión agradablemente ajustado, que limita las ilusorias pretensiones de conciencia ecológica de una película que es ante todo la historia de un ajuste de cuentas con uno mismo: ese tipo que creía odiar todo lo que en realidad le hacía mejor persona. 
Una película mucho más sofisticada de lo que su envoltorio macarra sugiere.

Trailer de la película:

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