Antes de que la Organización
Mundial de la Salud denunciara la mortífera contribución del cine a la moda del
tabaquismo, el tabaco jugó un papel importante en el cine. El cigarro ha sido
utilizado como un objeto temporal que maneja la estética y el lenguaje de una
manera, más que argumentativa visual. El humo del cigarro dota al director de
fotografía de elementos para que una escena brille de manera que, un espacio
cerrado, una luz contrastante, etc. juegue con el humo dotándola con aspectos visuales de claros y
oscuros.
El habano: Los realizadores Orson Welles, John Huston,
Michael Curtiz, Ernst Lubitsh, Luis Buñuel, John Ford, Alfred Hitchcock, Billy
Wilder, Fritz Lang, a todos les aunaba no sólo el arrollador talento, sino que
todos, absolutamente todos, concibieron sus memorables títulos bajo el influjo
de una inmensa cantidad de Habanos.
Quién sabe cuántas secuencias,
planos, o toques geniales surgieron tras degustar un puro importado desde Cuba.
Orson Welles decía: “Mi inspiración son los puros, cuánto más grandes mejor”.
El cine negro es el imperio del
delito pero también del habano. Todo gánster que se precie -en “Scarface”
(1932), “La Dalia Azul” (1946) y tantas otras películas emblemáticas- tiene al
alcance de su mano el gatillo de un arma y un puro torcido en alguna tabaquera
cubana.
Cuando Marilyn Monroe era una
principiante, en “Amor en conserva” (1949) le bastó entrar fugazmente en la
oficina para con su espléndida anatomía suscitar que a Groucho Marx se le
cayera el puro.
El profesor de psicología
interpretado por Edward G. Robinson, en
la película “La mujer del cuadro” (1949)
cuya vida apacible cambia al
conocer a la mujer del cuadro, exhala aliviado el humo de su cigarro cuando se
percata de que todo fue una pesadilla. Edward G. Robinson es considerado el
mejor fumador de puros dentro y fuera de la pantalla.
En la película dirigida por
Alfred Hitchcock La sombra de una duda” (1943) el protagonista Joseph Cotten,
es un maníaco-depresivo con un puro, que fuma ávido cuando se siente maníaco, o
que sostiene sin encender en su mano, cuando está depresivo.
El cigarrillo: La industria del cine ha justificado durante
años el halo de humo que tiñe muchas de sus películas clásicas, como un “dispositivo artístico”. Las industrias
tabaqueras pagaron millones de dólares a las estrellas de Hollywood a cambio de
promocionar sus marcas. La atmósfera humeante del tabaco ya se detecta en el
cine mudo, pero la explosión publicitaria de los actores llegó con el cine
sonoro.
El tabaco como elemento del
lenguaje cinematográfico forma parte incluso de la caracterización de muchos
actores que han pasado a la historia vinculados a su consumo, destacando entre
todos Humphrey Bogart. Qué sería de Bogart sin un cigarrillo entre
los dedos, recio, intrigante y seductor en “Casablanca” (1942).
Lo cierto es que, al menos entre
1930 y 1990, el cine no sería el mismo sin el tabaco, marcando pausas,
silencios, momentos de tensión y desenlaces, reflejando el mundo de la calle,
siendo como la vida misma.
También el tabaco sirve para
caracterizar clases sociales y comportamientos, amplificando, mitificando e
incluso creando connotaciones simbólicas del tabaco, que se convierte en objeto
de seducción, glamour y descripción de personajes y situaciones: una mujer fumando sola en un bar era una chica mala, o en
camino de comportarse como tal; un tipo de corbata e impermeable fumando en una
esquina era un detective o un sujeto involucrado en algo ilícito.
Fumaban los vaqueros, los
galanes, los gánsteres, los policías, los políticos, los hombres de
negocios, las mujeres libres...
American
Tobacco pagó a los actores que promovieron los cigarrillos “Lucky Strike” unos
218.750 dólares a finales de los años treinta, que equivalen a 3,2 millones de
dólares de dinero actual. Ligget&Myers gastó en 1946 el equivalente a 50
millones de dólares actuales en anuncios de Hollywood, más que todos los fondos
invertidos, para que los estudios Paramount, 20th Century Fox, Warner Bros y
Columbia Pictures publicitaran sus marcas.
Los beneficios de las tabaqueras se multiplicaban cuando uno de los
actores aparecía fumando en una escena.
Las tabaqueras intentaban ampliar
su mercado captando al público femenino. De ahí, la asiduidad de actrices
fumadoras como Lauren Bacall o Bette Davis en la gran pantalla. También los
grandes actores promocionaron el tabaco, Clark Gable, Gary Cooper, John Wayne.
Entre 1979 y 1984, Brown &
Willianson Tobacco invirtió más de un millón de dólares para que sus marcas
aparecieran en veintidós películas. Para
que se fumaran sus cigarrillos en la gran pantalla la tabaquera pagó coches y joyas
a actores como Clint Eastwood en “Impacto súbito” (1983), Paul Newman en “Harry e hijo” (1984) y Sean Connery en “Nunca
digas nunca jamás” (1983).
El cigarrillo proporciona al
protagonista carisma, estilo poder, independencia, enfatizando el papel. La
pipa da imagen de carácter tranquilo. El puro -según la calidad- opulencia o
dureza. El cigarrillo a la mujer le da sensualidad, formando parte de una
sexualidad que emerge al tener libertad.
Rita Hayworth no sería la misma
sin un cigarrillo en sus roles de mujer fatal. Ella no podía faltar en este
recorrido por el “Tabaco en el cine”.
Ana Márquez Vázquez
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