Este año proyectamos en nuestro Taller
de Cine un maravilloso cortometraje de Basilio Martín Patino realizado en 1962
titulado “Torerillos, 61”, un tesoro inigualable que nos ofrecía su autor sobre
la triste realidad de la España de principios de los años 60.
Recientemente, Diego Galán, ha escrito
un maravilloso artículo sobre él, cuando está a punto de cumplir 85 años de
edad, quizás algo cansado, pero incombustible en la defensa de sus principios y
valores. A continuación reproducimos este estupendo artículo:
Tiene una apasionada y apasionante
trayectoria como fabulador, creador de imágenes propias y también manipulador
de otras ajenas, inventor de conceptos y artilugios. Basilio Martín Patino
(Lumbrales, Salamanca, 1930) es un cineasta singular. Ahora está cerca de
cumplir 85 años y hace apenas cuatro se lanzó a la calle a rodar el movimiento
de protesta del 15-M. “Yo estaba muy a gusto en Salamanca, descansando unos
días, pero cuando me enteré de lo que estaba pasando, dije ¡vámonos a Madrid!,
y a las nueve de la mañana en la Puerta del Sol comenzamos a rodar aquella
alegría, aquellos aires nuevos… Hacía mucho tiempo que no pasaba en España nada
parecido, y tenía finalmente que suceder. Y es que ahora hay gente muy valiosa
que ya no se anda con tonterías”. La película que resultó de esta aventura fue Libre te quiero, como libre ha sido él
a lo largo de su vida. Porque Patino ha hecho siempre lo que le ha dado la
gana, y aunque también, como dice, ha “pagado las consecuencias por ello”
concluye reconociendo: “Nos hemos divertido”.
El que ahora es doctor honoris
causa por la Universidad de Salamanca, estudió allí Filosofía y Letras,
pero cuentan que no recogió el título porque no quería que nada le atara. En su
lugar creó un cine-club y la revista Cinema universitario, que tuvo una
vida breve, pero importante, ya que de ella partió nada menos que la convocatoria
de las hoy míticas Conversaciones de Salamanca sobre el cine español, que
agrupó a gente de todas las tendencias políticas, católicos, falangistas,
comunistas, requetés… ¡en 1955!. Luego, tras estudiar en la Escuela de Cine,
dirigió su primera película, Nueve cartas a Berta, que se convirtió en
referencia ineludible para la juventud española del momento a pesar de la
censura.
No
sé si llego tarde a unos horizontes nuevos que intuyo espléndidos. Hago cosas
para entretenerme y, aunque no valen para nada, me alegro mucho de haberlas
hecho”
Recientemente, se ha rodado un
documental sobre su obra con el título La décima carta, en alusión a
aquel su primer trabajo, y a Patino le asombra que “la gente joven” siga viendo
sus películas. “No sé qué entenderán de ellas… Estoy perplejo, pero quizás es
que todo sigue siendo lo mismo”. Enseguida rectifica: “Qué va a ser lo mismo.
Tenemos ahora una libertad como nunca”.
Se ríe mucho: “Ya era hora de reírse,
coño, o al menos de no sufrir, de no tomarse las cosas tan a pecho”, y
concluye: “Yo ya estoy que me importa un carajo todo”. Lo dice repetidas veces,
pero no parece verdad; da la impresión de que coquetea. Porque sigue soñando
proyectos: “No sé si llego tarde a unos horizontes nuevos que intuyo
espléndidos. Hago cosas para entretenerme y, aunque no valen para nada, me
alegro mucho de haberlas hecho”.
Harto de la censura y de las presiones
de productores, tras su segunda película, Del amor y otras soledades,
Patino decidió mandarlo todo a hacer puñetas y realizar cine por su cuenta.
Refugiado en su estudio, pergeñó la inolvidable Canciones para después de
una guerra, que fue prohibida y hubo que esperar a que se muriera Franco
para estrenarla. Luego localizó a los tres verdugos que aún había en España
aplicando el garrote vil y realizó con ellos clandestinamente un retrato atroz,
Queridísimos verdugos; hizo una crónica de la guerra en la
imprescindible Caudillo, también clandestinamente; y cuando se pudo
grabar en vídeo realizó junto a su inseparable José Luis García Sánchez un
sinfín de documentos, entre ellos La Nueva Ilustración Española, que
pretendió convertirse en una revista semanal, algo que no pudo ser. Y organizó
la televisión clandestina El Búho en un municipio de Toledo, que sólo duró
cinco semanas por la oposición de la autoridad competente. Y montó exposiciones
nada convencionales como Las edades del hombre, en la que “combinaba el
vídeo, el láser y la holografía a modo de retablo moderno frente a otro retablo
medieval, como contrapunto de formas de ver la realidad”. O Artilugios para
fascinar, compuesta de 200 aparatos de cine de su propiedad y más de mil
imágenes. O Espejos en la niebla, “un relato en caleidoscopio” sobre la
vida de una ilustre salmantina de principios del siglo XX, Inés Luna Terrero,
“adelantada a su tiempo”. O su espectacular trabajo para la exposición
universal de Shanghái, que sacudía “la pasividad del espectador para lograr una
experiencia interesante y muy liberadora”. Sin olvidar aquella serie de siete
capítulos para Canal Sur, Andalucía, un siglo de fascinación, en la que
cambió el carácter documental por el de la experimentación, inventándose todo
cuanto se daba como cierto, sembrando con ello el desconcierto entre los
espectadores… “Mi trabajo no es el de historiador, sino el de fabulador”, dice.
“No me gusta investigar, pero me meto en las cosas que me gustan. Me lo han
criticado a veces, pero no me importa nada. Son una forma de expresión aunque
puedan parecer chorradas”.
Y aunque cree que
“las películas convencionales son más frívolas que estos experimentos, porque
no son intelectuales”, no por ello ha dejado de hacerlas. En su caso, además,
nunca han sido convencionales: Los paraísos perdidos, Madrid, La
seducción del caos, Octavia… y tiene nuevos proyectos, “pero se me
olvidan”. Este flirteo con la memoria le viene de antiguo; no es, como
pretende, por su edad actual. “Me empiezo a encontrar viejo; no sé ni los años
que tengo, a veces le tengo que pedir a Pilar, mi mujer, que haga las
cuentas... Pero me gusta ser viejo, no hago más que estar a gusto; vivo en una
casa hecha a medida, me quedo aquí como fuera del mundo, hago lo que me da la
gana, y como no veo a nadie…”. Pero su actividad sigue: “Estoy recuperando
libros que tenía como abandonados. Tengo que poner orden en la biblioteca…
Encontré unos libros antiguos muy interesantes sobre Salamanca. Leo mucho; a
veces me viene la tentación de escribir pero no tengo disciplina. Antes me
levantaba temprano y me ponía a escribir. Pero de momento tengo mucho que
leer”.
Y mientras presume de anciano se
levanta de la silla porque desde la calle llegan sonidos de una manifestación y
corre a la terraza para tratar de averiguar de qué se trata. “El ambiente está
tan cochino que hay que echarle valor para seguir adelante”, murmura cuando
regresa. “En fin, es tiempo de recogida… pero por otra parte me quedan ganas de
hacer tantas cosas…”.
Basilio Martín Patino |
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