Durante
la preparación de mi trabajo sobre el erotismo en el cine, a presentar en
breve, dentro del impagable programa confeccionado por nuestro ilustre Paco
Bellido para este curso, he tenido ocasión de adentrarme en unas
consideraciones para espectadores de cine que me han parecido
interesantes.
En
mi condición de cinéfilo “pardillo” confeso, como saben los que conocen mis
primeras aportaciones a estas páginas, siempre he tenido una cierta aprensión
al llamado cine independiente cuando sus temáticas y contenidos, más que
contribuir al esparcimiento, te suministran molestas inquietudes, durante y
después del visionado de las películas.
Cuando,
además, ese tipo de cine aborda problemáticas costumbristas y está realizado
con asombrosa sencillez, de tal manera que la cámara parece haber entrado en
casa de cualquier vecino, cuando no en la nuestra, para rodar vivencias humanas
reales y no ficticias, aquellas inquietantes sensaciones llegan a resultarnos
más perturbadoras todavía.
Hemos
visionado y comentado recientemente el corto “Luisa no está en casa”, de Celia
Rico, que bien podría acercarnos a lo que quiero referirme. Pero después,
sacando datos para ilustrar el trabajo a que aludía al principio, me he topado
casualmente con una película, del mismo corte intimista, titulada “Año
bisiesto” y dirigida por un tal Michael Rowe en el 2010. Me llamó la atención,
al encontrarla en un listado de supuestas películas eróticas, por la
controversia que había originado entre los espectadores su inclusión en el
mismo. Después de haberla visto, coincido con quienes no ven en la cinta unos
parámetros para clasificarla como tal. Si bien el componente sexual prevalece y
de manera explícita durante todo el metraje, su estética resulta desagradable y
sórdida, aunque le aporta una credibilidad inusitada, que es el asunto a que
venía a referirme.
Como
os decía también, he escudriñado en las influencias de ese cine en nuestras
sensaciones y descubierto personalmente algunas de sus motivaciones, muy
relacionadas con el grado de sensibilidad del espectador y de sus
circunstancias, por otra parte. Francamente, desconocía el término
“escopofilia” de escopo (espejo) y filia. Aunque puede aplicarse a otros
conceptos, parece tener mucha relación con el cine, en su acepción de placer de
percibir o algo por el estilo. Y es su distinción con el voyeurismo puro y
duro, tan clásico del cine erótico por cierto, lo que puede llamar la atención
si consideramos el mucho mayor recorrido de aquel otro vocablo, en películas
con cargas de profundidad abundantes aunque no aparezcan submarinos.
Porque,
efectivamente, la sensación escopofílica tiene unas vertientes más subjetivas.
Se trata de que lo que vemos en la pantalla, haya veces que tiene mucho de
contenido, pero poco de placer el cómo lo percibimos. De ahí mi alusión al
espejo de dos caras. Y eso sucede cuanto más nos involucramos con unos
personajes y situaciones que, lejos de retratar sus existencias en tiempos
históricos, quiméricos futuros o situaciones de peregrina credibilidad, se nos
acercan peligrosamente hasta la misma butaca. Si esto se consigue, además, con
la perfección que exhiben muchas de estas producciones, de escaso presupuesto
crematístico pero con derroches de inteligencia en su realización e
interpretación, cuesta trabajo abstraerse de que lo que se nos ofrece sea
ficción. Ahora me explico yo que, de muchas películas, haya salido uno
escopofílico perdido, incluyendo algunas eróticas, dicho sea de paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario