domingo, 23 de junio de 2019

El creyente (Cédric Kahn, 2018)


Título original: La prière. Dirección: Cédric Kahn. País: Francia. Año: 2018. Duración: 107 min. Género: Drama.  
Yves Cape (Fotografía), Fanny Burdino, Samuel Doux, Cedric Kahn (Guión), Nicolas Cantin, Sylvain Malbrant, Olivier Goinard (Música), Sylvie Palat, Benoît Quainon (Producción), Alice Cambournac (Vestuario).
Oso de Plata al Mejor Actor (Anthony Bajon) en el Festival de Cine de Berlín 2018.
Estreno en Sevilla: 7 Junio 2019.

Reparto:
Anthony Bajon (Thomas), Damiene Chapelle (Pierre), Alex Brendemühl (Marco), Louise Grinberg (Sybille), Zsolt Kovacs (Padre Luc), Antoine Amblard (Agnés), Magne-Havard Brekke (Olivier), Hannah Schygulla (Hermana Myriam).

Sinopsis:
Para superar su drogodependencia, Thomas, un joven de 22 años, se une a una comunidad religiosa aislada en el monte en la que los jóvenes se rehabilitan a través del recogimiento espiritual. Thomas habrá de pelear con sus demonios interiores, con su rechazo inicial y con la presencia de Sybille, de la que comienza a enamorarse. Solo venciendo esa lucha podrá descubrir los valores reales de la amistad, el trabajo, el amor y la fe.

Comentarios:
La música sacra y el technodance libran un conciso pulso por el alma de Thomas en un austero plano cerca del final de “El creyente”, particular ejercicio de estilo en torno a un cine de la trascendencia que firma Cédric Kahn. Es un momento que bordea lo risible y que, en realidad, no hace completa justicia a este trabajo que logra describir el funcionamiento de una comunidad aislada -un centro de desintoxicación que usa la plegaria para reconducir destinos-, pero esquiva una pregunta tan necesaria como insidiosa -¿no son acaso el ritual y la oración otro mecanismo de alienación?- y, sobre todo, no consigue transmitir con su esforzado juego caligráfico el proceso de redención espiritual que centra su relato. La obviedad de ese pulso entre lo sacro y el dance sirve de diagnóstico de las debilidades de la película: Kahn necesita recurrir a citas externas para enmascarar su pobreza léxica.
Thomas (Anthony Bajon) es un joven adicto a la heroína que llega a un centro rural de desintoxicación con enigmático bagaje vital a sus espaldas. Un plano que enfrenta su escorzo a un camino vacío, en el día de las visitas familiares, es la elegante manera que tiene Kahn de esquivar todo psicologismo. Sus dificultades de integración irán dando paso a una serie de momentos reveladores -la secuencia de la reparadora urgencia afectiva y sexual tras un súbito encuentro con la muerte transpira verdad- que desembocarán en una duda muy humana entre las posibilidades redentoras de la vocación o del amor.
Anthony Bajon es pura fisicidad con un cierto punto Dardenne. Los rostros de Álex Brendemühl y Hanna Schygulla delatan el buen ojo de Kahn: bajo su tranquilizador influjo uno incluso podría convertirse a una fe preconciliar. Pero el modo en que el cineasta invoca la larga noche oscura del alma de “Stromboli” (1950) y el largo y tortuoso camino de “Pickpocket” (1959) dejan claro lo lejos que estamos aquí de cineastas como Schrader, Dumont, Von Trier o Reygadas, capaces de someter a tensión (y no a mecánica reiteración) la estilística de la trascendencia. (Jordi Costa).
No Recomendada.

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