En mi opinión, la mayor parte de los “terrores” que, a lo largo de su vida, permanecen indelebles en una persona suelen ser aquellos que provienen de su infancia. En esos momentos, si se sufren, no pueden tildarse de “favoritos”, precisamente. Con los años, los “terrores” cambian, se modulan, atemperan o crecen, pero los que proceden de los años en que eres un niño no suelen modificarse: estarán ahí siempre, como tantas cosas de la infancia que se te quedan grabadas y marcan tu personalidad futura.
En ese contexto, y al “final de un pasillo” (luego lo entenderéis!), recuerdo mis primeros miedos y angustias terroríficas. Se trataba, entre otros, de la serie de TV tan famosa de Narciso Ibáñez Serrador “Historias para no dormir”.
La alusión al “final del pasillo” tiene su sentido ahora, y su punto especial complementario de terror, que paso a explicar seguidamente. Mi madre, fanática de la serie, no me dejaba verla pues yo aún era pequeño cuando la misma comenzó. En mi casa, existía un largo pasillo, al fondo del cual estaba mi habitación. Yo hacía como que me iba a la cama, pero cuando empezaba la serie, ya mi madre perdía todo interés en mi temblorosa persona y, por tanto, yo me iba acercando poco a poco a la salita donde estaba la tele y la veía detrás de una puerta y en la oscuridad. Oculto y siniestro como un bandido!
De momento, lo que más me gustaba y empezaba a aterrorizarme era la propia presentación de la serie. Ese sonido final de aquella puerta cerrándose, bajo el fondo blanco y negro, común por demás a la serie en sí, con ese grito desgarrador al final, como si fuera un penetrante aullido fantasmal, ya me ponía los vellos de punta y hacía que temblara de miedo y emoción al mismo tiempo.
Ya más adelante, dado el paso de los años, mi madre me permitió ver la serie acompañando al resto de la familia que “disfrutaban” todos de la emisión que tocase por la noche.
Por supuesto, como siempre y más en una familia numerosa, se producían opiniones encontradas sobre aquellas que nos aterrorizaban más o menos, según cada cual. Ello resultaba emocionante pues se abría un debate familiar muy interesante que revelaba los “terrores” de cada miembro de la familia…Pero, como lo que cuenta ahora son los míos, las series que a mí particularmente más me fascinaron y constituían el caudal de pesadillas nocturnas que me asolaban durante algunos días fueron, entre muchas otras, dos capítulos que me proporcionaron gran deleite terrorífico.
Un episodio que me resultó especialmente tenebroso y macabro fue el denominado “El Tonel”. En el mismo, se narraba la historia de un personaje que, abusando de la hospitalidad de un buen vecino, se aprovecha de dicho recibimiento y atenciones y, de paso, se marcha con la mujer de tan hospitalaria persona. La acción se desarrolla durante una fiesta de vendimia y, en dicho contexto, se produce una terrible venganza……
Lógicamente, hubo muchos episodios a lo largo de esos años 60 y 70 y es imposible rememorarlos todos, pero ya por acabar, sí quisiera hacer mención y destacar uno de ellos que a toda la familia, y a mí particularmente, nos aterrorizó sobremanera. La atmósfera de dicho capítulo y, sobre todo, la muy notable actuación de José Orjas; Paco Morán y la genial Irene Gutiérrez Caba, contribuyeron a ocasionarme numerosas pesadillas al respecto.
Llevaba por título “El Regreso” y su argumento central era la historia de dos primos que esperan con ansiedad el fallecimiento de su tío para heredar su inmensa fortuna. A través del médico que atiende al anciano, se enteran de que ninguno de los dos figura en el testamento, por lo que los sobrinos planean robar y matar al tío. Incluyo un breve fragmento, algo más largo, de este episodio, en el que os sugiero que os detengáis en la fuerza expresiva de la escena protagonizada por Irene Gutiérrez Caba, quien era realmente la auténtica malvada de esta emisión pues también se cargaba al primo. Con el mismo, pongo el punto final a esta exposición de “Mis Terrores Favoritos” que espero haya sido de vuestro agrado. Gracias.
Me gustaban muchísimo. Narciso Ibáñez Menta, padre de Chicho bordaba los papeles y tenía una voz grave, profunda, que acentuaba el terror.
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