Título
original: Dylda. Dirección: Kantemir
Balagov. País: Rusia. Año: 2019. Duración: 130 min. Género:
Drama.
Kseniya Sereda (Fotografía), Kantemir Balagov,
Aleksandr Terekhov (Guión), Evgueni
Galperine (Música), Ellen
Rodnianski, Alexander Rodnyansky (Producción),
Olga Smirnova (Vestuario), Vladimir
Golov (Casting).
Mejor Dirección en la
sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2019.
Estreno en Sevilla: 20 Diciembre 2019
Reparto:
Konstantin Balakirev
(Stepan), Andrey Bykov (Nikolay Ivanovich), Olga Dragunova, Timofey Glazkov
(Pashka), Kseniya Kutepova (Lyubov Petrovna), Viktoria Miroshnichenko (Iya
Sergueeva), Vasilisa Perelygina (Masha), Igor Shirokov (Sasha).
Sinopsis:
Leningrado, 1945. La
Segunda Guerra Mundial ha devastado la ciudad y derruido sus edificios, dejando
a sus ciudadanos en la miseria tanto a nivel físico como psíquico. El asedio
(uno de los peores de la Historia) ha terminado, la vida y la muerte continúan
combatiendo en el desastre que la guerra deja tras de sí. Dos mujeres jóvenes,
Iya y Masha, tratan de encontrar un sentido a sus vidas para reunir fuerzas de
cara a reconstruir la ciudad.
Comentarios:
De igual modo que
Dostoievski instaba a no olvidarse de que las causas de las acciones humanas
suelen ser inconmensurablemente más complejas y variadas que las explicaciones
posteriores sobre ellas, el cineasta Kantemir Balagov invita en su segundo
largometraje –basado en una novela de la Premio Nobel Svetlana Alexiévich– a no
olvidar el empuje avasallador de la guerra. Ni el eco que se mueve arbitrario
en el vacío de los cuerpos que una vez la vivieron. «No tengo nada dentro de
mí, Masha. Soy inservible», le confiesa tartamudeando Iya a su compañera del
frente advirtiéndola indirectamente de su imposibilidad para tener hijos. En
«Una gran mujer», la vida no vale nada y la muerte apenas sirve para algo. No
es de extrañar teniendo en cuenta que hablamos de 1945, de Leningrado y del
final de la Segunda Guerra Mundial.
Balagov aproxima con
acertado realismo e intencionada visión pictórica el ojo de la cámara a un
entorno asolado por las ruinas, a los edificios devastados por la metralla y al
hacinamiento post conflicto en pisos rebosantes de papel pintado, temblorosos
suelos de madera y llantos de criaturas que han tenido la desgracia de nacer en
tiempos de hambre. Sin embargo, no es esta una narración clásica masculina de
los horrores del conflicto. Muy contrario al análisis de las peripecias de la
soldadesca que mostraba Jean Jacques Annaud en «Enemigo a las puertas», el ruso
galardonado con el Premio a Mejor Director de Cannes opta por un prisma mucho
más plástico, estético y al mismo tiempo profundo otorgando el peso
interpretativo de la historia a dos mujeres, Iya y Masha, cuya readaptación a
la vida después de haber estado en las trincheras resulta igual de irregular
que los filos de la rosa de papel que le regala un veterano señor del bloque de
pisos donde mal viven las protagonistas a Iya. Dos mujeres, dos fuerzas, dos
impulsos maternales, dos anhelos, dos gritos ahogados librando extenuantes
batallas; la particular de cada una de ellas consigo mismas y la extensible al
resto de la población contra la escasez, el frío y los traumas.
Dos mujeres, dos fuerzas,
dos impulsos maternales, dos anhelos, dos gritos ahogados librando extenuantes
batallas; la particular de cada una de ellas consigo mismas y la extensible al
resto de la población contra la escasez, el frío y los traumas.
«Desde que leí el libro
“La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana, tuve claro que quería
construir un reflejo de la coyuntura histórica desde la perspectiva femenina.
Me interesa profundamente la experiencia de las mujeres en la guerra y me
sorprende además que sea un territorio tan poco transitado por el cine»,
comenta con incredulidad al otro lado del teléfono Balagov. Como ya hiciera con
su primer trabajo como director, «Demasiado cerca», el realizador, de tan solo
28 años, escarba en la desintegración de una sociedad anquilosada que se
resiste a sobrevivir al presente porque le cuesta en exceso despegarse de su
pasado. De la historia de ese pasado bebe la figura del creador, pero también
de la del ciudadano: «Si algo me ha enseñado la historia de mi país, como te
comentaba antes, es que hay pocas películas dentro de la cinematografía Rusa
que hayan mostrado interés por el papel que desempeñó la mujer en la contienda.
Y ellas también escribieron la Historia. Y tanto que lo hicieron. Era mi deber
personal huir de la mirada patriótica y acercarme a una reflexión
antibelicista», añade.
Advertir los paralelismos
de la cinta con elementos de la literatura rusa existencialista y romántica de
los siglos XIX y XX y la consiguiente disección del alma humana a la que
escritores como Tolstói, Nikolai Gogol, Pushkin o Dostoievski se acogieron con
fervor casi religioso parece un ejercicio inevitable en este caso, a pesar de
que el cineasta opte por simplificar y reducir ligeramente el mensaje: «Aplicar
el concepto de insondable en esta película con respecto al tratamiento de las
emociones y los comportamientos humanos podría ser acertado, pero desde luego
no ha sido mi intención. Mi propósito era realizar una aportación universal a
través de la cotidianidad de las personas. De la sencillez que muchas veces porta
el dolor». Y en ese punto concreto Balagov brilla. Porque se agarra con la
belleza de un Tarkovski a los ángulos más difíciles de filmar. Los de quienes
temen «no ser dignos de sus sufrimientos». (Marta Monleón)
Recomendada.
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