sábado, 28 de diciembre de 2019

Una gran mujer (Beanpole) (Kantemir Balagov, 2019)


Título original: Dylda. Dirección: Kantemir Balagov. País: Rusia. Año: 2019. Duración: 130 min. Género: Drama.  
Kseniya Sereda (Fotografía), Kantemir Balagov, Aleksandr Terekhov (Guión), Evgueni Galperine (Música), Ellen Rodnianski, Alexander Rodnyansky (Producción), Olga Smirnova (Vestuario), Vladimir Golov (Casting).
Mejor Dirección en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes 2019.
Estreno en Sevilla: 20 Diciembre 2019

Reparto:
Konstantin Balakirev (Stepan), Andrey Bykov (Nikolay Ivanovich), Olga Dragunova, Timofey Glazkov (Pashka), Kseniya Kutepova (Lyubov Petrovna), Viktoria Miroshnichenko (Iya Sergueeva), Vasilisa Perelygina (Masha), Igor Shirokov (Sasha).

Sinopsis:
Leningrado, 1945. La Segunda Guerra Mundial ha devastado la ciudad y derruido sus edificios, dejando a sus ciudadanos en la miseria tanto a nivel físico como psíquico. El asedio (uno de los peores de la Historia) ha terminado, la vida y la muerte continúan combatiendo en el desastre que la guerra deja tras de sí. Dos mujeres jóvenes, Iya y Masha, tratan de encontrar un sentido a sus vidas para reunir fuerzas de cara a reconstruir la ciudad.

Comentarios:
De igual modo que Dostoievski instaba a no olvidarse de que las causas de las acciones humanas suelen ser inconmensurablemente más complejas y variadas que las explicaciones posteriores sobre ellas, el cineasta Kantemir Balagov invita en su segundo largometraje –basado en una novela de la Premio Nobel Svetlana Alexiévich– a no olvidar el empuje avasallador de la guerra. Ni el eco que se mueve arbitrario en el vacío de los cuerpos que una vez la vivieron. «No tengo nada dentro de mí, Masha. Soy inservible», le confiesa tartamudeando Iya a su compañera del frente advirtiéndola indirectamente de su imposibilidad para tener hijos. En «Una gran mujer», la vida no vale nada y la muerte apenas sirve para algo. No es de extrañar teniendo en cuenta que hablamos de 1945, de Leningrado y del final de la Segunda Guerra Mundial.
Balagov aproxima con acertado realismo e intencionada visión pictórica el ojo de la cámara a un entorno asolado por las ruinas, a los edificios devastados por la metralla y al hacinamiento post conflicto en pisos rebosantes de papel pintado, temblorosos suelos de madera y llantos de criaturas que han tenido la desgracia de nacer en tiempos de hambre. Sin embargo, no es esta una narración clásica masculina de los horrores del conflicto. Muy contrario al análisis de las peripecias de la soldadesca que mostraba Jean Jacques Annaud en «Enemigo a las puertas», el ruso galardonado con el Premio a Mejor Director de Cannes opta por un prisma mucho más plástico, estético y al mismo tiempo profundo otorgando el peso interpretativo de la historia a dos mujeres, Iya y Masha, cuya readaptación a la vida después de haber estado en las trincheras resulta igual de irregular que los filos de la rosa de papel que le regala un veterano señor del bloque de pisos donde mal viven las protagonistas a Iya. Dos mujeres, dos fuerzas, dos impulsos maternales, dos anhelos, dos gritos ahogados librando extenuantes batallas; la particular de cada una de ellas consigo mismas y la extensible al resto de la población contra la escasez, el frío y los traumas.
Dos mujeres, dos fuerzas, dos impulsos maternales, dos anhelos, dos gritos ahogados librando extenuantes batallas; la particular de cada una de ellas consigo mismas y la extensible al resto de la población contra la escasez, el frío y los traumas.
«Desde que leí el libro “La guerra no tiene rostro de mujer” de Svetlana, tuve claro que quería construir un reflejo de la coyuntura histórica desde la perspectiva femenina. Me interesa profundamente la experiencia de las mujeres en la guerra y me sorprende además que sea un territorio tan poco transitado por el cine», comenta con incredulidad al otro lado del teléfono Balagov. Como ya hiciera con su primer trabajo como director, «Demasiado cerca», el realizador, de tan solo 28 años, escarba en la desintegración de una sociedad anquilosada que se resiste a sobrevivir al presente porque le cuesta en exceso despegarse de su pasado. De la historia de ese pasado bebe la figura del creador, pero también de la del ciudadano: «Si algo me ha enseñado la historia de mi país, como te comentaba antes, es que hay pocas películas dentro de la cinematografía Rusa que hayan mostrado interés por el papel que desempeñó la mujer en la contienda. Y ellas también escribieron la Historia. Y tanto que lo hicieron. Era mi deber personal huir de la mirada patriótica y acercarme a una reflexión antibelicista», añade.
Advertir los paralelismos de la cinta con elementos de la literatura rusa existencialista y romántica de los siglos XIX y XX y la consiguiente disección del alma humana a la que escritores como Tolstói, Nikolai Gogol, Pushkin o Dostoievski se acogieron con fervor casi religioso parece un ejercicio inevitable en este caso, a pesar de que el cineasta opte por simplificar y reducir ligeramente el mensaje: «Aplicar el concepto de insondable en esta película con respecto al tratamiento de las emociones y los comportamientos humanos podría ser acertado, pero desde luego no ha sido mi intención. Mi propósito era realizar una aportación universal a través de la cotidianidad de las personas. De la sencillez que muchas veces porta el dolor». Y en ese punto concreto Balagov brilla. Porque se agarra con la belleza de un Tarkovski a los ángulos más difíciles de filmar. Los de quienes temen «no ser dignos de sus sufrimientos». (Marta Monleón)
Recomendada.

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