Un artículo de José Melero Bellido.
Uno
de los mejores conocedores de Jean Renoir, André Bazin, considera que la
principal característica de su cine es el realismo. Definir este concepto, la
interpretación que hace Renoir del mismo, es el objetivo de estas líneas.
Sabemos
que en el origen de su dedicación al cine está la influencia entre otros de
Chaplin, un cineasta que desarrolla historias con personajes populares en el
contexto de una sociedad con fuertes diferencias de clase, en la que aquellos
mostraban sus angustias, necesidades y anhelos.
En
su etapa muda, es decir desde el comienzo de su carrera cinematográfica, Renoir
se incardina en la corriente realista francesa de los años veinte. La
influencia del Teatro Libre, de André Antoine, matiza el carácter que Renoir
otorga a esta tendencia: el realismo deriva de la dialéctica entre la
naturaleza y su representación, lo que constituye el alma de su cine, de todo
el cine según Bazin.
El
documentalismo está presente desde su primera película, una característica que
no hará más que afianzarse a lo largo de su carrera.
El
impresionismo pictórico, el arte que cultivó su padre con gran talento, está en
el origen de su pulsión realista. El deseo de reflejar aspectos de la
naturaleza, de la realidad, se traducía en el estudio de las luces y las
sombras, el aspecto epidérmico de las cosas, o sea los colores que las plasman
según sean las horas del día o las circunstancias atmosféricas. El esbozo
inicial debe sufrir las transformaciones que se estimen necesarias para
reflejar el momento puntual.
De
igual manera, en las películas de Renoir, el guión inicial no es sino el punto
de partida sobre el que se va perfilando la trama según las aportaciones,
improvisadas durante el rodaje, de los actores, el propio Renoir o alguna otra
instancia presente. El papel de los colores de la pintura, la clave para
reflejar las apariencias externas, en el cine de Renoir lo ejercerá la
diversidad y oposición de los caracteres de los personajes.
La
influencia de la literatura naturalista, corriente literaria de la segunda
mitad del XIX que analiza la sociedad contemporánea con gran minuciosidad y
detallismo, no hace sino ahondar la tendencia realista del cineasta. Por tanto,
Renoir, como otros cineastas franceses de los años treinta, participa del
llamado realismo poético, producto de la novelización del discurso fílmico.
Algunas de sus películas más significativas se inspiran en relatos de reputados
autores literarios como Émile Zola, Máximo Gorki o Guy de Maupassant.
Renoir rodando "El río" |
El
tratamiento realista de sus películas, que en ocasiones se inspiran en hechos
reales, convierte al cineasta en auténtico notario de la realidad histórica de
los años treinta, el período en que realiza sus mejores obras.
Ahora
bien, la verdadera naturaleza realista de sus películas no consiste en la
credibilidad de las historias que cuenta sino en la veracidad de los detalles.
No es necesario creerse las historias pero sí es importante valorar el esfuerzo
por reflejar los elementos reales en que se basan. Renoir es un autor no de
grandes tramas sino de cosas, hechos, datos, personas. Su realismo procede de
la veracidad en la construcción del guión, de la ligereza de la interpretación,
de la autenticidad del mobiliario, etc. Y dentro de ello, hay temas que se
repiten en los que su realismo se hace virtud: la caza, el agua, la relación de
la máquina y el hombre, etc.
A
partir de 1931, el sonido se convierte en un elemento clave de su realismo,
tanto como la imagen, proporcionando a su cine la presencia no visible de
acciones que transcurren en el fuera de plano. La captación modulada del
sonido, desde el más cercano hasta el más alejado de la escena permite hablar
del relieve sonoro.
La
concreción práctica de su concepción del realismo parte del convencimiento de
que la pantalla de cine no es ni un cuadro ni un escenario teatral sino un
artificio que logra captar la simultaneidad de los espacios y de las acciones
valiéndose esencialmente de: los travellings laterales para ampliar el
objetivo, la panorámica para describir, la profundidad de campo, el fuera de
campo que introduce en la narración espacios sugeridos mediante el sonido, la
velocidad y coordinación en la ejecución de los actores. La visualización
resultante produce en el espectador la sensación de estar asistiendo al rodaje
de la película, como reconocía Truffaut, se concreta en el plano-secuencia y
dota al espectador de una posición semejante a la de un ojo omniscente.
otograma de "La regla del juego" |
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