Al cine italiano se le han
acabado los clásicos. Y a la gente de pie, la que sufrió a Berlusconi en Italia
y a cualquier político populista en el resto de Europa, la que aún vive
haciendo equilibrios por encima del vacío de la crisis económica, se les ha
muerto su caballero andante. El pasado 19 de enero en Roma a los 84 años
falleció Ettore Scola, y con él se despide un cine militante, un cine que
hablaba con y sobre la calle. De la generación de creadores que catapultaron el
cine italiano en la segunda mitad del siglo tan solo quedan vivos los hermanos
Taviani, pero la huella de Scola es más profunda, humana y sobrecogedora. A
Scola le importaba, y mucho, según confesaba, ser una buena persona, y por eso
sus películas destilaban bonhomía, algo que a la generación actual de estrellas
autorales de su país nunca les ha preocupado: mientras ellos alimentan su ego,
Scola animó el ego del pueblo. Ha muerto el rojo Scola.
Scola (Trevico-Avellino,
1931) amó Italia, y fue su más fiel retratista, pero su país natal no le
correspondió igual en las últimas décadas. “Para hacer una película debes amar
la ciudad o el país donde transcurre, y yo no siento amor por Italia. No la odio,
pero sí que me invade la tristeza”, le contó al periodista Gregorio Belinchón
del diario El País, en 2009, en un
viaje en coche de Madrid a Valladolid en cuyo festival iba a recoger la Espiga
de Oro de Honor de la Seminci. Muchas de sus críticas se dirigían hacia Silvio
Berlusconi, entonces en el poder. “Ni los políticos ni los intelectuales hemos
hecho lo suficiente para encararlo, para pararlo. Lo peor es que Italia no
mejorará si muere Berlusconi. Su ideología está ya enraizada”. En su lucha
contra los falsos héroes, el cineasta siempre defendió el enfado como un arma
muy útil para apoyar sus reivindicaciones ideológicas. “El interés privado, el
egoísmo, siguen por encima del rigor y la solidaridad. Así que las
reivindicaciones de los sesenta siguen tan vigentes hoy como entonces”, decía
al presentar en 1997 Historia de un pobre
hombre. “El pesimismo es mucho más progresista que el optimismo, encierra
más fe en el futuro. El optimismo es cosa de beatos”.
El director nunca se
declaró líder de nada, y en cambio marcó a espectadores y cineastas, como, en
España, Fernando León. “El cine es un arte de equipo. Militante es una palabra
que nunca me ha gustado. En el trabajo que hago se transmiten mis ideas; si no,
no sería una obra de autor. Cuando filmo películas específicamente políticas, incluso
documentales para el Partido Comunista, están en ellas mis convicciones
estéticas. Y en el cine que parece más profesional, como en Un italiano en Chicago están mis
convicciones políticas".
Sus últimos años los ha
pasado leyendo a los clásicos griegos y latinos, y su último trabajo tuvo mucho
que ver con ese respeto a sus mayores: en el documental Qué extraño llamarse Federico (2013), Scola repasaba la figura,
desde la admiración, de quien consideraba su hermano mayor, Federico Fellini.
Coincidieron trabajando a finales de los años cuarenta e inicios de los
cincuenta en la publicación satírica Marc’Aurelio, y las ilustraciones de
Scola, elegantes, sintéticas, parecían en las antípodas de aquel barroquismo
deformado que impulsaba la imaginería de Fellini: y sin embargo allí había dos
almas gemelas, amantes de Italia, unidos en su repulsa a cualquier acción que
significara actividad física, como el fútbol o nadar (ninguno sabía). El trío
lo completó el guionista Ruggero Maccari. “Con Fellini no podías insistir”,
contaba en ese documental. “Aun así le convencí para que hiciera de sí mismo en
Una mujer y tres hombres, pero me
puso una condición: ‘Nunca me filmes desde atrás. Se me ve la calva”.
Scola llegó al cine en los
cincuenta, y empezó escribiendo guiones como negro de otros autores, tras
haberse licenciado en Derecho. Su primer compañero de aventuras
cinematográficas fue, por supuesto, Maccari. Como director debutó en 1964 con Se permette parliamo di donne, y al año
siguiente ya había logrado cierta consideración con El millón de dólares y El
diablo enamorado. Su gran década es la de los setenta: El demonio de los celos (rodada en Madrid con Manolo Zarzo), Un italiano en Chicago, Una mujer y tres hombres, Brutos, feos y malos, Buenas noches, señoras y señores y su
película más conocida: Una jornada
particular. Mastroianni fue candidato al Oscar por ‘Una jornada particular’, y la película, a la estatuilla al mejor
filme de habla no inglesa, premio al que aspiraron trabajos de Scola en otras
cuatro ocasiones.
En los ochenta y noventa, asentado
como cineasta de prestigio, siguió con su mirada a la historia y a Italia a
través de personajes muy humanos y a menudo anónimos: La terraza, Entre el amor y la muerte, La noche de Varennes, Macarroni,
La familia, Splendor, ¿Qué hora es?,
Mario, María y Mario, Historia de un pobre hombre, La cena, y ya en 2001 Competencia desleal. En 2003 pareció
despedirse con Gente de Roma, con la
que el napolitano subrayaba, agradeciendo a sus edificios y a sus habitantes,
la importancia de esa ciudad en su vida y en su carrera, donde devino en
habitual personaje secundario. Pero faltaba la despedida, una década después, a
su amigo Federico.
Con humor y admiración
aseguraba que el recuerdo imperecedero “es una fuga que se les permite solo a
los grandes: Dante, Maquiavelo, Leopardi, Fellini. Solo ellos consiguen huir de
la muerte, refugiándose en la inmortalidad”. Desde enero, junto a esa pléyade,
ríe Ettore Scola.
Demos un homenaje a Scola,
disfrutando de estas tres joyas del cine:
1) Brutos, feos y malos (1976), con guión
de Ettore Scola y Ruggero Maccari, interpretada por Nino Manfredi, Francesco
Anniballi y María Bosco. Esta comedia negra sobre la pobreza fue respaldada en
Cannes con el premio al Mejor Director y nos cuenta la historia del viejo
Giacinto, quien vive en los arrabales de una gran ciudad italiana con su
esposa, hijos, nueras y nietos. En total casi veinte personas en la misma
chabola. Casi todos los miembros de la familia son extremadamente egoístas, y
sólo quieren el dinero que guarda afanosamente el padre de familia, un hombre
huraño y tan miserable como los demás. Todos tratan de ganarse la vida, aunque
algunos necesitan parte del dinero del padre para subsistir.
2) Una jornada particular (1977), con guión
de Ruggero Maccari y el propio Ettore Scola, interpretada por Sophia Loren y Marcello
Mastroianni, nos habla del 6 de mayo de 1938, cuando Hitler visita Roma. Es un
día de fiesta para la Italia fascista, que se vuelca en el recibimiento. En una
casa de vecinos sólo quedan la portera, un ama de casa, Antonietta, y Gabriele,
que teme a la policía por algún motivo desconocido. Al margen de la celebración
política, Antonietta y Gabriele establecen una relación afectiva muy especial
que les permite evadirse durante unas horas de la tristeza y monotonía de la
vida cotidiana.
3) La familia (1987). Con guión
de Ruggero Maccari, Furio Scarpelli y Ettore Scola, interpretada por Vittorio
Gassman, Stefania Sandrelli y Fanny Ardant. Nominada al Oscar a Mejor película de
habla no inglesa, nos cuenta la crónica de la vida de varias generaciones de
una familia romana de la burguesía, desde 1906 hasta 1986. El narrador es
Carlo, un profesor de italiano que relata su vida desde el día de su bautismo
hasta que se encuentra rodeado de hijos y nietos. Los demás personajes, el
abuelo, el padre, la madre, las tres inseparables tías solteras, el hermano, la
criada enamorada del hermano... configuran un mundo lleno de vida y
sentimientos.
Fotograma de "La familia" |
Para homenajear a Scola, volver a ver, por ejemplo, las esplendidas "Macarroni" y "¿Que hora es? Ambas con unas interpretaciones maravillosas
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