Fabienne es una de las
grandes estrellas del cine francés, una actriz que reina entre los hombres que
la aman y admiran, pero en su mundo interior tiene grandes conflictos con
Lumir, su hija. Lumir viaja con su marido e hija a París cuando se publican las
memorias de su madre. El encuentro no tardará en convertirse en enfrentamiento:
se revelarán verdades, se ajustarán cuentas, se hablará de amor y de
resentimiento.
Comentarios:
La universalidad del arte
y del talento se confirma con figuras como las de Asghar Farhadi e Hirokazu
Kore-eda. De pronto, tras una sólida, fundamental, maravillosa carrera en sus
respectivos países, el iraní y el japonés deciden hacer su siguiente película
en España y Francia, y en “Todos lo saben” y “La verdad” cada uno de ellos
parece haber mamado desde siempre el terruño castellano y los odios del pueblo,
la burguesía gala, el resentimiento y la inseguridad de los habitantes del
glamour cinematográfico. Y además, sin dejar de ser ellos mismos (Farhadi ya lo
había hecho en Francia con “El pasado”), con su personal estilo formal y
narrativo, ahondando en sus grandes temas de siempre.
Tras tocar techo con la
Palma de Oro de Cannes por la formidable “Un asunto de familia” (2018),
Kore-eda ha tardado poco en voltear su carrera sin dejar de seguir una línea
coherente, yendo a Francia a componer una película sobre la familia, su especialidad,
cargada de subtextos, he ahí la maestría, con intérpretes impensables en su
obra poco antes. “La verdad” es una hermosa, divertida y lacerante película
sobre la impostura. En muy variadas vertientes: las relaciones familiares,
madre e hija; las sentimentales, marido y mujer; las profesionales, entre
colegas artísticos. Y, sobre todo, sobre la impostura con uno mismo, con el
autoengaño para una supervivencia personal que en realidad supone un
hundimiento cuando no se tiene verdadera capacidad para la falsedad.
El director de obras
maestras como “After life” (1998) y “Nadie sabe” (2004), que no sabe francés,
habla de las divas del cine galo, de Hollywood y la lucha cotidiana de tantos
intérpretes por una estabilidad a veces imposible, de las relaciones entre vida
y arte en una profesión donde a cada momento hay que convertirse en un
impostor, del ego, la (in)seguridad y la ambición, de la decadencia del cuerpo
y de la fama, y de los falsos entresijos de la memoria. Con enorme
trascendencia y con la complejidad habitual de uno de grandes del cine
contemporáneo. Y con un fantástico duelo de actrices entre Juliette Binoche y
Catherine Deneuve, hija y madre, que además incluye varias capas de cebolla
metalingüísticas, pues ambas deben actuar bien, regular e incluso mal, dependiendo
del grado de efectividad de sus mentiras, ya sean personales o profesionales
dentro de la producción que la segunda está filmando durante el relato: por
cierto, una película dentro de la película que parece la versión femenina de “Ad
Astra”, y en la que, casualidad o no, hasta el director de ficción tiene un
sorprendente parecido físico con James Gray.
En “La verdad” todos
mienten porque la vida es una actuación. No se salva ni uno, de tres
generaciones distintas, y en un relato donde las mujeres tienen una enorme
personalidad y los hombres ejercen de timoratos floreros. Y Kore-eda se atreve
casi con un tabú: no redimir a un rol irredimible, y ciscarse en el concepto
“arco de personaje” de los gurús de los manuales de guion. (Javier Ocaña)
No hay comentarios:
Publicar un comentario