Cuando Pedro Almodóvar va a
estrenar película, el crítico se remueve en su asiento. Despierta filias y
fobias, apasionadas unas, recalcitrantes las otras. Lo que casi nadie le
discute, cómo se podría, es su impecable estética. Fotografía, diseño, música,
interiorismo, vestuario, todo se aúna a la perfección en sus películas. Y si
solemos hablar de la conexión entre las artes y el cine, en La piel que habito tenemos un buen
ejemplo de ello.
Comentemos algunos detalles. En
la pared donde están situadas las puertas de acceso a los dormitorios de los
protagonistas, tenemos dos grandes reproducciones pictóricas: Venus de Urbino y Venus recreándose con el amor y la música, ambas de Tiziano. La
diosa del amor tiene su representación renacentista en estos cuadros (ante los
que tiene lugar una importante secuencia) y su representación contemporánea al
entrar en la habitación del personaje interpretado por Antonio Banderas: en una
pantalla de televisión también de grandes dimensiones puede contemplar su
“obra” y recrearse en su creación, su objeto de deseo.
Otra referencia mitológica que
hace un guiño a la trama tenemos, por ejemplo, en el encuentro amoroso entre
Dionisos y Ariadna, sin rostros, pintado por Pérez Villalta. También disfrutamos del diseño
de un colaborador habitual de Almodóvar, Juan Gatti, que el 16 de septiembre ha
inaugurado exposición en Madrid incluyendo estos trabajos últimos que ha
realizado para el director: unas bellas composiciones que beben de las
tradicionales láminas de anatomía humana y de los estudios del reino animal y
vegetal.
Pero lo que estimula a
Almodóvar, como él mismo reconoce en los títulos de crédito finales, es la
producción creativa de Louise Bourgeois (1911-2010). La artista experimenta la
catarsis a través de su arte: es lo que le permite enfrentarse a su identidad y
a los traumas vividos. Trata los temas del aislamiento, el dolor, el
resentimiento, la sexualidad, la feminidad y el binomio
vulnerabilidad/fortaleza, ingredientes todos ellos que construyen el personaje
de Vera. Ésta conoce la obra de Bourgeois y, junto con el yoga, es lo que le
permite sobreponerse a su realidad.
Le inspira para la creación de
sus maniquíes, afición previa del personaje. Le inspira para adoptar posturas
que disciplinen mente y cuerpo. Le inspira para realizar la pared-diario, donde
incluye elementos recurrentes de los trabajos de Bourgeois como el de la Mujer-casa
(la artista se confesaba escritora compulsiva de diarios que contenían tanto
palabras como dibujos). Le inspira, no para la
destrucción del padre (obra aclamada de Bourgeois), puesto que no tiene,
pero sí para la destrucción de su “creador”.
Louise
Bourgeois decía que había hecho de su dolor su negocio y La piel que habito es deudora de dicho dolor.
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