Título
original: Annie Hall. Dirección: Woody
Allen. País: USA.
Año: 1977. Duración: 94 min. Género:
Comedia.
Guión: Woody
Allen, Marshall Brickman. Fotografía:
Gordon Willis. Música:
Varios. Montaje: Wendy
Greene Bricmont, Ralph Rosenblum. Vestuario: Ralph
Lauren, Ruth Morlen. Producción: Charles
H. Joffe, Jack Rollins.
Ganadora de 4 Oscars 1977
(Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guion Original y Mejor Actriz). Globo de
Oro 1977 a la Mejor Actriz de Comedia/Musical (Diane Keaton). Premio BAFTA 1977
a la Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actriz (Diane Keaton).
Estreno en España: 22 febrero 1978.
Reparto:
Woody Allen (Alvy Singer),
Diane Keaton (Annie Hall), Tony Roberts (Rob), Carol Kane (Allison), Paul Simon
(Tony Lacey), Shelley Duvall (Pam), Janet Margolin (Robin), Colleen Dewhurst (Sra.
Hall), Christopher Walken (Duane Hall), Donald Symington (Sr. Hall), Helen
Ludlam (Abuela de Annie), Laurie Bird (Novia de Tony), Marshall McLuhan (Él
mismo).
Sinopsis:
Alvy Singer, un cuarentón
bastante neurótico, trabaja como humorista en clubs nocturnos. Tras romper con
Annie, reflexiona sobre su vida, rememorando sus amores, sus matrimonios, pero
sobre todo su relación con Annie. Al final, llega a la conclusión de que son
sus manías y obsesiones las que siempre acaban arruinando su relación con las
mujeres.
Comentarios:
La escena inicial define
lo que había sido la vida y obra de Woody Allen hasta ese momento y en lo que
se iban a convertir una y otra a partir de esta película. Aparece él, en un
plano medio corto, hablando directamente a la cámara. Cuenta un par de chistes,
no los mejores de su repertorio, y de repente deja de jugar al comediante y se
muestra preocupado: nos revela que cumplió cuarenta años y que su relación
amorosa con Annie fracasó. Quiere que lo acompañemos a rememorar lo que pasó,
en un viaje al pasado de su vida, que es así mismo el de su accidentada vida
romántica. Ese viaje con nombre de mujer, llamado “Annie Hall”, cambió el curso
de su cine e iba a entregarnos, a partir de allí, a un artista en pleno
esplendor.
Sus películas previas se
parecen a los chistes del inicio de esta escena. Parecía que el Woody Allen de “Bananas”
(1971) y “El dormilón” (1973) estaba condenado a la comedia absurda, al
slapstick burdo; mera disculpa para sus sketchs cómicos originados en las
rutinas de stand up comedy que hizo antes de iniciarse en el cine. Pero tras “La
última noche de Boris Grushenko” (1975) algo pasó. Camino al Damasco de los
cómicos convencionales (extravagantes pero predecibles) Woody Allen tuvo una
revelación. De ese modo supo expresar y verter en la pantalla sus angustias
sexuales, religiosas, afectivas y personales a través del filtro de su ironía e
inteligencia, pero (sobre todo) a través del tamiz de una humanidad de la que
carecía su filmografía. Por eso su confesión en esta primera escena es tan
conmovedora y honesta: Woody Allen, a quien conocíamos como payaso disparatado
y neurótico, se nos muestra en su frágil condición humana. Es uno de nosotros,
¿cómo no oírlo?
En esa franqueza es fácil
suponer que estamos ante un material de corte evidentemente autobiográfico, es
más, Woody Allen tuvo una relación (que se rompió) con Diane Keaton, la coprotagonista
del filme, cuyo nombre de pila es Diane Hall y era conocida como Annie. El
personaje que Allen representa como actor en este filme es Alvy Singer, un
comediante que oficia de escritor fantasma proveyendo de material a otros
cómicos, mientras a la vez hace una carrera propia en el stand up comedy. En
ese punto la frontera entre el personaje ficticio y el real se desvanece, pero
Woody Allen (estamos seguros) no va a contarnos su propia vida. Es evidente que
utiliza muchos elementos de ella para fines dramáticos, pero no en todo momento
estamos presenciando algo que a él le pasó. Quizá estemos viendo lo que él
hubiera querido que pasara. En una escena metacinematográfica al final del
filme, Alvy ha convertido en un drama teatral su relación con Annie, pero a
diferencia de lo que vimos que ocurrió (Alvy y Annie rompen definitivamente)
aquí hay un final feliz. Alvy (sintiéndose descubierto, pues nosotros sabemos
de dónde sacó el material original para su obra teatral) mira a la cámara y nos
dice “¿Qué quieren? Era mi primer drama. Ustedes saben, uno está siempre
tratando de que las cosas salgan perfectas en el arte, porque es realmente
difícil en la vida”.
La anécdota de su
frustrada relación con Annie es el telón de fondo para algo mucho más
elaborado, pues más que filmar un diario intrascendente, en el que pudiera
desquitarse con algunos y ofrecer disculpas a otros, lo que el director y
guionista pretende es darnos su opinión sobre los avatares del amor en el mundo
contemporáneo, lleno de angustias e interrogantes. ¿Es posible amar en estos
tiempos? ¿Vale la pena arriesgarse? ¿Por qué el amor tiene fecha de caducidad?
¿Qué lo hace morir? Woody Allen aspira resolver preguntas como estas y a
explicarnos su filosofía de la vida, mediante un ensayo cinematográfico,
recurriendo a todas las posibilidades que le da el medio para exponer con
claridad su tesis. Para lograrlo va a empezar por despojar al relato de
linealidad narrativa, para quitarle importancia a la historia de la relación
amorosa. Y esto lo consigue introduciendo constantes saltos entre el pasado, el
presente y el futuro, en una libre asociación de remembranzas. Es más, no
sabemos exactamente cuál es el presente, pues cuando la película empieza su
romance con Annie ya ha concluido. Su personaje parece estar más allá de la
diégesis del filme, oficiando de omnipotente maestro de ceremonias de su
ensayo, pues es capaz de hablarle a la cámara, dejando a los demás personajes
en el mundo de la película, mientras él se dirige a nosotros. Ese personaje (en
homenaje al cine de su admirado Ingmar Bergman) logra también volver al pasado
para observar, ya adulto, pasajes de su infancia, hacer comentarios al respecto
y realizar proyecciones sobre lo que será la vida de aquellos a su alrededor.
Como vemos, las imágenes
son aquí una especie de tablero fácil de borrar, en el que Allen va escribiendo
lo que quiere explicarnos, recurriendo para sus fines expositivos a dividir la
pantalla en dos e intercalar dos escenas que ocurren en un tiempo y en un
espacio diferentes, (como ya hizo Elia Kazan en “El compromiso”); mostrarnos lo
que los personajes piensan en contraposición a lo que dicen; abordando a
desconocidos en la calle para interrogarlos sobre su vida y sobre la de él;
llevando personas del mundo real a la ficción que nos muestra; o introduciendo
una secuencia de animación basada en Blanca Nieves. A sus argumentos suma su
deseo por enseñarnos sus gustos artísticos, cinéfilos y literarios, como una
manera de decirnos que las dificultades y tristezas del existir pueden
aliviarse, sino con el amor, con el bálsamo del arte. Hay alusiones al cine de
Groucho Marx, Marcel Ophuls, Bergman, John Huston, Coppola, Fellini, Chaplin y
Jean Renoir. También referencias a Samuel Beckett, Henry James, Sylvia Plath,
Balzac, Henrik Ibsen, Kafka, Thomas Mann, Salinger; a obras de Ernest Becker y
Jacques Choron; a las pinturas de Norman Rockwell y a la Sinfonía Júpiter de
Mozart. Así mismo, Woody se muestra implacable con la seudo intelectualidad y
con la banalidad artística, representada esta última en Hollywood, el cine
comercial y la televisión.
El humor en “Annie Hall”
está totalmente integrado al desarrollo explicativo propuesto y ese es uno de
los mejores aciertos del filme. Alvy Singer no es un personaje de por sí
gracioso (a veces es abiertamente patético), pero sus palabras, sus comentarios
y respuestas sí lo son, aunque no pretenda que así sean. Tampoco se trata de
bromas abiertas, son expresiones ingeniosas y agudas en el contexto en que son
expresadas, algunas quizá un poco elevadas para el común de los espectadores,
lo que ha hecho que muchos consideren difícil el cine de Allen. Lo que ocurre
es que el director no va a rebajar, por ningún motivo, la calidad de su humor
cerebral para ganar la complacencia del público. A ese humor inteligente hay
que acercarse sintonizado en la misma frecuencia cultural, política, religiosa
y artística de su autor, seguros de encontrar una recompensa intelectual que
pocos cineastas ofrecen. Sus blancos favoritos de burla son el psicoanálisis,
Freud y la religión judía. Judío de nacimiento y cliente habitual del diván
psicoanalista, Allen ve en ambas instancias un filón inagotable de humor
autoreferencial, que se suma a la descripción de sus angustias, traumas y
complejos, muchos de los que al parecer se originaron en su infancia.
Woody Allen entiende que
las relaciones afectivas tradicionales estaban ya agotadas y que nos
enfrentábamos a un nuevo modelo, en el que cada cual pensaba primero en sus
necesidades, antes que en las del otro. Su búsqueda de la mujer ideal,
simbolizada en los dos matrimonios previos del personaje de Alvy, lo llevan a
encontrar a Annie, una mujer ingenua a la cual modelar y poderle servir como
mentor en temas como la vida en Nueva York, el cine, la política y el sexo. A
la manera de un Pigmalión moderno, Allen le da alas a Annie, sin medir que su
pupila va a reclamar una ganada y por fin comprendida libertad. Alvy Singer se
queda solo, pues no es posible (en la óptica de Allen) atar a una mujer sólo
por el hecho de amarla. Las coincidencias y puntos en común entre ambas vidas
son los que sostienen la relación, pero la mujer ya no va a someterse a los
planes que el hombre tenga para ambos, si estos no coinciden con su plan de
vida, tema al que volvería en “Manhattan” (1979).
Actualización de la
comedia romántica de los años cuarenta y filme inspirador de muchas otras
comedias contemporáneas, “Annie Hall” marcó un antes y un después en la carrera
de Woody Allen. A partir de aquí su cine se hizo más personal e intimista,
hasta hacerse imprescindible como el gran relator de la comedia humana que
dibuja día a día, como sin notarlo, la sociedad de los Estados Unidos. (Juan
Carlos González)
Recomendada.
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