Cuando en los años 30 los
maquilladores de Hollywood se reunieron para designar a “la mujer perfecta”,
eligieron la mandíbula de Joan Crawford, la frente de Greta Garbo, los ojos de
Claudette Colbert, la boca de Lupe Vélez y la nariz de Constance Bennett, para
formar el retrato-robot correspondiente.
Nacida en Texas,
ilegítima, el verdadero nombre de Joan Crawford era Lucille Fay LeSueur. Desde
los 9 años trabajó duramente para huir de la miseria en la que se veía inmersa.
Su inquebrantable energía y la autodisciplina que se impuso le permitieron rápidos
progresos, y pronto se convirtió en la “tercera de la izquierda de la última
fila” de coristas de un conocido espectáculo neoyorquino, del que saltó al
cine.
Estrella exclusiva de la
Metro durante diecisiete años, su inicial imagen de ingenua y flapper fue evolucionando
hasta convertirse en un velado reflejo de su propia personalidad,
temperamental, dominante, autoritaria e indestructible.
El único Óscar de su
carrera lo recibiría en 1946 por Mildred Pierce (Alma en suplicio), cuando la
estrella ya había abandonado el estudio que la lanzó a finales del período mudo
y reanudaba como independiente su carrera, que se prolongaría hasta 1970 con
más de ochenta títulos.
Si el éxito la acompañó en
todas sus empresas, no ocurrió otro tanto con su vida privada. Sus tres
primeros matrimonios, con los actores Douglas Fairbanks, Jr, Franchot Tone y
Philip Terry, naufragaron estruendosamente. Solo el cuarto marido, Alfred
Steele, presidente de Pepsi-Cola, pareció llevarse bien con ella. Pero su súbita
muerte, en 1959, dejó sola a la estrella con sus cuatro hijos adoptivos, que
pronto abandonarían el hogar huyendo de la férrea disciplina y el cruel
autoritarismo que se les imponía.
Como dijo machistamente la
revista Life, que en 1937 la había
proclamada “Primera Reina del Cine”, “es
un axioma de Hollywood que las películas favoritas son normalmente hechas por
mujeres. El público de Joan Crawford es predominantemente femenino,
predominantemente ignorante. Antigua dependiente ella misma, fue elevada al
estrellato como el sueño de todas las dependientes”.
Hoy la recordamos en una
de sus primeras apariciones en el cine, de la mano de director Tod Browning,
interpretando el personaje de Nanon, en la película “Garras Humanas” (1927). En
la secuencia que veremos Nanon es el blanco de un lanzador de cuchillos manco,
Alonzo, interpretado por Lon Chaney. La Crawford esta jovencísima,
prácticamente irreconocible.
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