La película de Autor designa la obra singular y original de un autor, distinguiéndose de este modo de la producción estereotipada industrial o artesanal. Está expresión no se refiere ni a una categoría de películas, ni mucho menos, a un género. Afirma la exigencia de un estilo y el predominio del autor sobre la obra, verdadero creador artístico. Toda la Historia del Cine da fe de la lucha llevada a cabo por las fuerzas del dinero para debilitar o contestar la autoridad del autor de la película.
La idea de autor de películas (e, inversamente, de película de autor) nació al mismo tiempo que la película se convirtía en obra y descubría una escritura propia. En los primeros tiempos de su esplendor, David W. Griffith, Cecil B. DeMille, Thomas H. Ince y Charles Chaplin fueron claramente considerados como autores. Disponían de los medios necesarios para su creación y sus nombres aparecían en grandes letras por encima del título de la película. En territorio americano y a principios del siglo XX, existió pues una forma de autor-system que fue deliberadamente sustituido por el star-system. A finales del siglo XX, la noción de película de autor sigue teniendo dificultades para imponerse en EE.UU. Las productoras que, en esa misma época, acrecentaban su poder creando Grandes Estudios, veían con efecto muy negativamente el poder de los directores-autores, que sus jefes presentaban como seres conflictivos, indisciplinados, caprichosos e incapaces de ajustarse al presupuesto. Pero como resultaba difícil prescindir del todo de sus servicios, hicieron lo posible para limitar su función a la dirección de los actores en el plató, desposeyéndolos de sus otras tareas. Stroheim y, más tarde, Orson Welles, fueron las víctimas emblemáticas de esta desposesión que tenía por objetivo establecer la dictadura de los estudios.
En Europa, debido a la debilidad económica de las productoras, la lucha contra el director-autor se libró en el plano jurídico. De este modo, aunque para las instancias directivas del cine, la película podía ser una obra de arte, también era fruto de un trabajo colectivo. ¿Con qué derecho pues el director pretendía ser el autor de una obra terminada, eliminando de este modo a sus numerosos colaboradores? El precedente de la arquitectura tendría que haber inspirado una reflexión a los juristas: un edificio es firmado por un único arquitecto y no por el promotor, el autor del proyecto o los diversos participantes en la construcción.
1959, François Truffaut allanó el terreno proclamando en los Cahiers du cinéma la “política de los autores” que llevaría a la Nouvelle Vague. Tuvo el mérito de reivindicar la importancia creativa de algunos directores (no de todos) y, concretamente, de directores americanos despreciados por aquel entonces (entre ellos Fritz Lang, Alfred Hitchcock y Howard Hawks fueron reconocidos como autores).
Desde los años sesenta, por lo menos en Europa, la idea de que el realizador es autor de la película es generalmente admitida. Y el estreno de una película de autor es recibida como un acontecimiento esperado.
No resulta fácil caracterizar aquello que se escapa la norma, a la serie, a la fabricación artesanal o industrial. La película de Autor puede definirse por contraposición a la película de género, aunque algunas películas de autor pueden inscribirse a un determinado género, por ejemplo, Encubridora (1952), de Fritz Lang (1952) o Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray, pertenecen sin duda alguna al western, pero en realidad se desmarcan perfectamente de éste por la originalidad del contenido o de la forma y por la exigencia de una expresión corporal, de un estilo propio, alejado de los clichés cinematográficos más al uso.
Entre la filmografía esencial vamos a destacar algunas de las películas de Autor más emblemáticas de la Historia del Cine.
En 1915, David W. Griffith dirige El nacimiento de una nación. Griffith fue considerado el padre del lenguaje cinematográfico, aportando innumerables invenciones al recién inventado cinematógrafo. La obra maestra de Giffith sólo puede describirse recurriendo a los superlativos. Es, en gran medida, el origen del lenguaje cinematográfico: apenas veinte años después de la invención del cine, Griffith utiliza con una sabiduría de experto el primer plano, el montaje paralelo, el flash back y la profundidad de campo; y, por si fuera poco, sienta las bases de la narrativa y la tensión dramática del cine clásico de Hollywood. Pero además, “El nacimiento de una nación” tiene, mas de un siglo después, interés por sí misma. La historia de los Estados Unidos durante y después de la guerra civil americana está soberbiamente contada a partir de la relación entre dos familias del Norte y del Sur, con escenas memorables que van del intimismo de un paseo de enamorados a la grandiosidad de una batalla a campo abierto. Lamentablemente, la película es también de un racismo sangrante. No sólo se hace apología del Ku Klux Klan a lo largo de todo su último tercio, sino que los negros (¡interpretados por actores blancos con las caras pintadas!) son retratados de forma absolutamente atroz, en un discurso que habría firmado encantado, un par de décadas después, el mismísimo Hitler (se menciona expresamente el carácter “ario” de la raza blanca). Pero, si se puede hacer abstracción de ello, la película se convierte en un espectáculo visual y narrativo realmente conmovedor.
Otra película de Autor emblemática es la obra de Erich von Stroheim titulada Avaricia (1924). Una mujer a la que le ha tocado la lotería se casa con un presunto dentista. El novio abandonado lo acusa de no tener licencia para ejercer como tal. A causa de ello, el matrimonio vive con dificultades, pero la mujer ahorra compulsivamente. Finalmente, la avaricia y los celos desembocarán en tragedia. Este film es de visión obligada para todos los amantes del cine. Una auténtica obra maestra. Un incunable del séptimo arte. Erich Von Stroheim fué un adelantado a su época. Pero no únicamente 10 ó 20 años como él mismo decía sino todo un siglo. Avaricia es un prodigio de imágenes y de símbolos entrelazados. Nada es casual. Cada fotograma tiene su propio e intrínseco valor. Cada gesto tiene su preciso significado. Nunca el cine mudo tuvo tanta expresividad. Es doloroso constatar la mutilación a que fue sometida esta película. No obstante, gracias a la versión reconstruida, podemos hacernos una idea de la magnitud de la obra original. Y lo que vemos más lo que imaginamos conforman un todo que ningún cinéfilo debe perderse. Es imposible destacar escenas, porque todas y cada una de ellas tienen valor por sí mismas. Nos hablan por sí solas desde la mudez del medio. Los pájaros y el gato, la escena de la boda (absolutamente perfecta en todos sus detalles), la huida en el desierto, los brazos y las manos que se alargan en pos del oro... En definitiva, un motivo más y rotundo para amar el cine.
Por otro lado, no podemos olvidar la obra magna de Orson Welles titulada Ciudadano Kane (1941). Plena guerra en Europa, los japoneses a punto de atacar Pearl Habor... y mientras tanto un primerizo llamado Orson Welles revoluciona el cine con una descomunal exhibición de talento. Sentenciada como la película que marca un antes y un después en la historia del séptimo arte, la "number one" en todas las listas de los críticos de las últimas décadas, Ciudadano Kane es una obra de arte de un poder insultante, una película magistral realizada por un joven prodigio de sólo 25 años de edad, que inventa con insólita personalidad -y de golpe- varios conceptos cinematográficos de primer orden. Lo curioso es que estando hoy considerada entre crítica y expertos como -seguramente- la mejor película de todos los tiempos, el caso es que en su día ni obtuvo un gran éxito de público ni se llevó los premios que, quizá, la juventud y poca modestia de su director le privaron de conseguir: el film obtuvo 1 Oscar al guión de 9 nominaciones. También es cierto que ese año el novato de Wells compitió con directores consagrados de la talla de John Ford, Howard Hawks o William Wyler, nada menos. Sin duda alguna, palabras mayores del firmamento del cine.
En 1959, de la mano de la Nouvelle Vague encontramos varias películas de autor de referencia. La primera que comentaremos será Hiroshima mon amour, de Alain Resnais. Comparada con Ciudadano Kane en su día, la película es un festín del Resnais montador. Se conjugan, de ahí la comparación referida, multitud de enfoques: intimidad en close-up de los cuerpos y su lluvia de arena en la introducción, estilo documental y fotografías, la contradicción de una ciudad en presente mientras la voz en off evoca el pasado, el rodaje dentro del rodaje, flashbacks, planos serenos de Hiroshima anocheciendo… Una polivalencia técnica de imágenes donde, a pesar de que el tiempo interior sea elemento básico (asociación de ideas, vinculación de temporalidades), también se apela a la inmediatez de la carne y la sensación ("la piel, las manos y las impresiones táctiles... el comienzo del film revela estos temas". Resnais). El uso de las palabras monocordes y monólogos impávidos y despersonalizados (tan repetitivos como repetitiva es la obsesión) entroncan con el estilo literario y cinematográfico de las “voces” de Margarite Duras (novela-diálogo, objetivismo, 'India Song') redundando en la sensación de film donde la musicalidad visual y dialogada se impone a la linealidad narrativa: "Resnais pidió a Marguerite Duras que grabara el guion en un magnetófono. Más tarde me diría que había filmado algunas escenas con el ritmo de la voz de la Duras" (Anatole Dauman). Ese ritmo particular que conseguiría aglutinar, en 24 horas, una vida entera y cientos de miles de muertes.
Otra obra emblemática de la Nouvelle Vague, referente del cine de Autor es Los 400 golpes (1959) de François Truffaut. Asomarse a Los 400 golpes implica, en cierto modo, redescubrir el cine. O, quizá, redescubrir la forma de mirar el cine. Ver de nuevo Los 400 golpes puede conseguir que el espectador de hoy, más fatigado, vuelva a ser quien fue, un espectador de mirada virgen. Lo logran las transparentes y emotivas imágenes de Truffaut, el cineasta cinéfilo por excelencia, que reinventaba el cine junto con Godard y otros muchos... Truffaut creó a Antoine Doinel y le hizo correr en busca del mar en esta película mágica que es tanto un grito de rebeldía como un soplo de vida.
Y hablando también de ese genio llamado Godard, habría que referenciar su ópera prima, clave en el cine de Autor, la denominada “Al final de la escapada” (1959). Película clave en el despertar de la Nouvelle Vague del cine francés, renovador movimiento que tuvo en Jean-Luc Godard uno de sus más estimulantes creadores. Un film que rompió por completo los códigos narrativos tradicionales imperantes en el cine hasta ese momento.
Y no podemos dejar de nombrar a un director-autor por excelencia, Ingmar Bergman. El séptimo sello (1957) es una de las grandes obras del realizador sueco, que reúne en sus hermosas imágenes sus propias obsesiones con una inmensa fuerza visual. La temática de esta película no puede ser más trascendente: la muerte, el miedo a ésta, y la vida después de ella. A Bergman no le tiembla su pulso maestro a la hora de enfrentar a sus personajes cara a cara con la muerte, pero no de una manera superficial, como estamos acostumbrados en el cine. Aquí no hay personajes que mueren tras unos simples lloros más o menos dramáticos, aquí se trata la muerte como realidad inevitable y se cuestionan sus consecuencias posteriores: ¿el cielo? ¿el infierno? ¿la nada? Para colmo de genialidad, la película no está ambientada en una época de modernidad en la que estas cuestiones se planteen desde un punto de vista filosófico y sirvan de charla para intelectuales sino que está ubicada en una Edad Media asolada por la peste negra, regida por la sinrazón y sumida en el caos. Imposible sacarle defectos a esta auténtica joya, que cuenta con unos personajes maravillosamente bien trazados, tan humanos que los angustiosos latidos de sus corazones casi nos sacuden a nosotros también. Estos personajes son además reflejo de las diferentes maneras de afrontar la muerte: El miedo, que empuja a Antonius (inconmensurable Max Von Sydow) a encomendarse a un Dios que su razón le dicta que no existe, o la frialdad de un Jons (no menos genial Gunnar Bjornstrand) consciente de que le espera el vacío. En representación de una vida sin miedo a la muerte: María y José, dos maravillosos personajes surgidos de la esperanza que no necesitan decidir su destino en una partida de ajedrez. Gran obra maestra.
Federico Fellini es otro de los directores a los que siempre se ha considerado director-autor. De entre toda su filmografía, me quedo con Amarcord (1973) Magnífico y entrañable trabajo del genio llamado Fellini. Una maravilla poética sólo al alcance de los grandes. Todo en ella me parece un sueño. La banda sonora es de las más recordadas de la Historia del Cine. La fotografía ofrece un colorismo y una profundidad impresionante. El reparto es tan mágico como elocuente y numeroso. La dirección impecable. Las cuatro estaciones están bien marcadas en ese pueblo encantador del norte de Italia. Tiene momentos muy grandes: la presentación de la caterva de profesores, el loco en el árbol, la salida al mar para despedir al Duce que recuerda a Bienvenido Mr. Marshall, los dos pechos enormes, dándole a la zambomba en grupo dentro del coche, la belleza de la nevada y el mejor gramófono que ha sonado nunca desde lo alto de un campanario, por poner algunos ejemplos. Los personajes tampoco tienen desperdicio: el viejo y ciego músico, el borrachín mentiroso, el cura, la loca, el hermano, el fascista, los amiguetes, las buenorras, el padre, la madre... en fin... un poco de todo para dar sentido a lo que uno pueda esperar cuando imagina cómo sería vivir en un pueblo italiano en aquella época.
No podía faltar en nuestro recorrido por las películas de Autor, una obra de ese gran director alemán llamado Win Wenders. París, Texas (1984) es una obra maestra gracias a quince minutos inolvidables. Hasta la mitad de la cinta estamos ante una película normal, gran fotografía y excelente banda sonora. Sin embargo, desde el momento en el que Travis comienza el viaje con su hijo para encontrar a su madre, la película adquiere un clima indescriptible. Sabemos que la explicación a todo lo que ha sucedido anteriormente se aproxima, nuestro cerebro lleva rato en marcha, pero es incapaz de imaginar la causa del comportamiento de Travis. Y la respuesta a todo esto nos la sirve Wenders en bandeja de plata, con un plano secuencia que tardará tiempo en ser superado. Quince minutos en el peep-show (cuando veáis la película entenderéis todo) rodados con ese plano secuencia y con una "cámara en off" para los primeros planos de Jane (una Nastassja Kinski memorable). Esta escena nos enseña las consecuencias del amor, de un amor de verdad pero imposible al mismo tiempo, de un amor cuya única solución es el abandono de mujer e hijo. Por favor, no os perdéis esta película (en versión original claro). Seguramente, su principio no entusiasme, e incluso algunos (los menos pacientes) caeréis en la tentación de dejar de verla. Sin embargo, cuando la veáis, tendréis ganas de visionarla otra vez. Yo lo hice. Después estaréis durante una semana o más (depende de lo filosóficos que seáis) estremecidos por toda la película, pero sobre todo por esos quince minutos que ya forman parte de la historia del cine, y que hacen de una película normal, una película imprescindible.
Y finalizamos con otra obra de autor de impresionante belleza, In the mood for love (Deseando amar), de Wong Kar-wai, fechada en el año 2000 y recientemente reestrenada en los cines. Wong Kar-Wai se supera a sí mismo y entrega una de las películas más memorables de la última década del siglo XX. Un melodrama sencillo, cotidiano, pero narrado con un arrojo inusitado, con una perfección formal inimaginable en el cine contemporáneo. Kar-wai traza la crónica de un encuentro platónico entre un hombre y una mujer, cuyas respectivas parejas son amantes. El arte del cineasta se basa en la estética preciosista y una puesta en escena sofisticada. Con mimbres livianos, la película se convierte, gracias a la pasión de su director, en una profunda reflexión, casi susurrada, sobre las relaciones personales, la amistad y el amor. Una maravilla.
Almodóvar, Allen, Scorsese, Buñuel, Malick, Haneke, Loach, Cronemberg, Yimou, Varda, Rohmer, Pasolini, Renoir, Visconti, Von Trier, Berlanga, Jim Jarmusch, Chabrol, Kubrick, Kurosawa, Rivette, Bertolucci, Anderson, Gutiérrez Alea, Tarantino... La lista de directores-autores sería interminable. Y sus obras, auténticas joyas. Elige tu favorita y disfruta del cine de Autor.
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