El anciano general Sternwood (Charles Waldron) encarga al detective privado Philip Marlowe (Humphrey Bogart) que resuelva un caso de chantaje en el que está implicada su frívola hija Carmen (Martha Vickers). Sus pesquisas llevan al investigador a descubrir la pista de un complot asesino en el que la atractiva Vivien (Lauren Bacall), la otra hija de Sternwood, parece desempeñar un turbio papel. Cuando Marlowe se enamora de la chica, se convierte en objetivo de un gánster celoso. Este breve esbozo de la historia puede ocultar un tanto el hecho de que “El sueño eterno” carece de una trama lineal y bien definida, un rasgo quizás más acentuado en este caso que en cualquier otro clásico de Hollywood.
Es legendaria la anécdota que recoge la discusión entre su director, Howard Hawks, y el protagonista, Humphrey Bogartt, acerca de la muerte de uno de los personajes, del cual no estaba claro si había sido asesinado o se había suicidado. Hawks consultó a Raymond Chandler, autor de la novela en la que se basa el guion, quien tampoco fue capaz de llegar a una conclusión definitiva.
Aunque la primera versión de “El sueño eterno” presentaba una escena que arrojaba algo de luz sobre la historia, se eliminó del montaje final porque los espectadores de los pases previos reaccionaban negativamente ante la misma. Esta decisión no sólo contribuyó a acelerar todavía más el vertiginoso ritmo narrativo que caracterizaba a Hawks, también hizo que el argumento pareciera aún más laberíntico. La película parece negar al espectador la posibilidad de llegar a ningún conocimiento objetivo, con lo que trastoca por completo el patrón del cine negro clásico. Así, el desarrollo de la historia no viene determinado por la presentación y el esclarecimiento de un caso espinoso sino por la descripción atmosférica de un universo absolutamente criminal.
En esta jungla de traición, asesinato y perversión, tan típica del cine negro, Marlowe destila la soledad de un héroe existencialista. Su agilidad mental, su instinto certero y la impasibilidad propia de un tipo duro le permiten moverse con seguridad en un terreno peligroso. Sin embargo, el personaje, no nos resulta atractivo únicamente por su sangre fría. Si el Bogart de “El sueño eterno” logra erigirse en el ideal del detective cinematográfico, superando así su interpretación del cínico fisgón de Sam Spade de “El halcón maltés” (1941), se debe sobre todo a la integridad que rezuma. La forma decidida en la que celebra su incorruptibilidad, un rasgo que se expresa con más claridad que en la novela, nos permite intuir que su actitud no sólo responde a motivos éticos sino también estéticos. Indudablemente, Marlowe no se hace ilusiones acerca de las escasas consecuencias que puedan tener sus acciones pero es consciente de la belleza de su estilo… y del efecto que tiene sobre las mujeres.
Al contrario de lo que cabe esperar de un filme de su género, el punto fuerte de “El sueño eterno” no es tanto la acción como las frívolas disputas dialécticas, que Bogart adorna con toda una serie descaradas galanterías como si se tratara de una comedia romántica de Hawks. El hecho de que asuma su estatus de protagonista de la película con cierta ironía consigue que su personaje nos resulte todavía más atractivo. Así, cuando la lasciva Carmen intenta romper el hielo con la frase: "No es usted muy alto, ¿verdad?", Marlowe responde: “Bueno, yo hice lo que pude”.
Evidentemente, en la cinta de Hawks las pistolas son una más de las armas de las que disponen las mujeres. De hecho, parece que la verdadera lucha no se libra entre el bien y el mal, sino entre ambos sexos. Este pulso no tiene por qué excluir el romanticismo: la situación puede ser un estupendo detonante del mismo, algo que la pareja protagonista no duda en utilizar.
Como ya sucedió en “Tener y no tener” (1944) del mismo director, Bogart encuentra su contrapunto perfecto en Lauren Bacall. La manifiesta tensión sexual existente entre ambos actores, contribuyó indiscutiblemente a la consistencia de la película. Los instantes en los que la actitud fría que mantienen se rompe de improviso pertenecen al catálogo de “momentos mágicos” de la historia del cine. La que probablemente sea la escena más memorable de la pareja no estaba prevista inicialmente. La dirección del estudio considerando que no se estaba aprovechando suficientemente el potencial de las dos estrellas, presionó al director para que incluyera una conversación cargada de equívocos: Bogart intenta seducir a Bacall con la frase: “No sé hasta dónde puede usted llegar”. La respuesta de ella: “Depende mucho de quién sea el jinete”. En el cine hollywoodiense de los cuarenta difícilmente puede encontrarse una insinuación sexual más directa.
Aunque la intervención en “El sueño eterno” de Dorothy Malone dura poco más de tres minutos, resulta memorable. Nació en Chicago en 1925, interpreta a la seductora empleada de la librería Acme, en la que Marlowe entra únicamente para obtener información. Sin embargo, cuando ella se quita las gafas, se suelta el pelo y cierra la puerta de la tienda, el detective cambia de planes y decide quedarse toda la tarde… para beber whisky. A pesar de la fama de esta escena junto a Bogart y su evidente potencial, Malone tuvo que esperar casi 10 años para convertirse durante un breve periodo en una de las principales actrices de Hollywood. Cabe destacar que, mientras tanto, participó, entre otros proyectos, en una serie de wésterns que no han pasado a la historia, teñida de rubio platino.
El momento álgido de su carrera viene marcado por dos de los mejores largometrajes de Douglas Sirk: "Ángeles sin brillo” (1957) y sobre todo el maravilloso melodrama “Escrito sobre el viento” (1956), en el que encarnó a la hija ninfómana de un magnate texano del petróleo. Este papel no sólo le valió un Óscar a la mejor actriz secundaria sino que ejerció una influencia notable en su futura trayectoria profesional, que discurrió por derroteros decepcionantes si tenemos en cuenta sus cualidades como actriz. Así, en los años siguientes Malone se especializó en personajes femeninos con una clara tendencia a llevar una vida licenciosa en filmes mediocres. Una de las excepciones la constituye el wéstern “El último atardecer” (1961) de Robert Aldrich. Durante la década de 1960, la artista obtuvo una gran popularidad como estrella de la serie televisiva “Peyton Place” (1964-1969), un trabajo que, por cierto, no era precisamente un “tour de force” interpretativo. Aunque continuo haciendo cine, sus apariciones fueron irregulares. La última ocasión fue su colaboración en “Instinto básico” (1992) de Paul Verhoeven.
Muchas frases míticas han salido de este filme, yo me quedo con ésta:
Vivian: ¿Cómo la has encontrado?
Marlowe: No la he encontrado.
Vivian: Bueno, pues ¿cómo…?
Marlowe: Yo no he estado aquí, tú no me has visto y ella ha estado en casa toda la noche.
Virginia Rivas Rosa
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