La serie Arde Madrid
recientemente estrenada ha vuelto a poner de actualidad a uno de los mitos del
siglo XX, a la actriz Ava Gardner y es un buen momento para recordar la parte
de su vida que transcurrió en nuestro país.
Ava Lavina Gardner nació un 24 de diciembre de 1922 en un
pueblo de Carolina del Norte y falleció el 25 de enero de 1990 en Londres, a los
sesenta y siete años. Llegó a España por primera vez en 1951, tenía 29 años, 2
divorcios a sus espaldas y una tormentosa relación con Frank Sinatra. Vino para
el rodaje de la película Pandora y el holandés errante
en
Tossa de Mar, en la costa brava. Cuando
llego ya era uno de los rostros más
fulgurantes de la gran pantalla y era considerada una gran estrella,
películas como Forajidos,
o Mercaderes de ilusiones le habían convertido en un gran icono de
mujer fatal. Llego acompañaba por su hermana Beatriz, y antes de desplazarse a
Tossa de Mar, vivieron en Madrid unos días, agasajadas en el Museo de Bebidas
de Perico Chicote, donde conoció al torero y poeta Mario Cabré, que iba a
intervenir en la película. Durante el rodaje creció la idea de que estaban enamorados,
lo que le venía bien como promoción a la productora, pero parece ser que se
acostaron una sola noche y Ava escribiría muchos años después
en sus memorias que el torero era un pesado y un cursi “Mario era un chinche español a quien se le daba mejor la autopromoción
que el toreo o el amor” Pero las agencias de prensa divulgaron en todo el
mundo aquel supuesto romance y Frank Sinatra voló a España para estar junto a
su amada, con quien acabaría casándose unos meses después.
El declive del sistema de estudios de Hollywood provocó que
actores, productores, directores y guionistas tuvieran una mayor libertad de
movimientos. Así, en los años 50 comenzaron a llegar a España rodajes de
grandes superproducciones, como Alejandro El Grande,
protagonizada por Richard Burton, u Orgullo y pasión,
dirigida por Stanley Kramer y protagonizada por Cary Grant, Frank Sinatra y
Sophia Loren, El Cid con Charlton
Heston, Omar Sharif en Doctor Zhivago
y otras estrellas como Zsa Zsa Gabor o Marlon Brando. Este interés por las
localizaciones en España se debía a la variedad de escenarios naturales, los
bajos costes técnicos y las facilidades para obtener licencias de rodaje. En
ese contexto Ava formo parte del
desembarco de estrellas de Hollywood y productores como Samuel Bronston, en una España franquista que se abría poco a poco al mundo exterior. La España de Franco vivía prácticamente
aislada del mundo internacional, era un territorio de represión, pobreza
y autarquía donde los estudios de Hollywood sólo veían ventajas: técnicos
dispuestos a trabajar a cambio de muy poco, privilegios fiscales, más horas de
luz natural que otros países europeos y lo que el régimen definía como "flexibilidad
sindical".
La exposición “MAD about Hollywood” que puede visitarse del 4 diciembre 2018 al 13 enero 2019 en la Sala Águila de Madrid, y de la que os adjunto el folleto, nos descubre la huella que dejaron en Madrid los actores de cine de Hollywood que trabajaron y vivieron en España en los años 50 y 60, en ella podemos ver fotografías de época, revistas y audiovisuales, y podemos recorrer las calles madrileñas a través de fotografías de Ava Gardner, Orson Welles, Cary Grant, Elizabeth Taylor o Audrey Hepburn, realizadas por fotógrafos españoles del momento. En ese contexto la visita de la actriz parecía una fiesta nacional, pues era una de las pocas personalidades extranjeras que visitaba el país tras finalizar la Guerra Civil. No deja de ser una paradoja que la actriz encontrase un territorio de libertad personal en mitad de un páramo dictatorial.
La exposición “MAD about Hollywood” que puede visitarse del 4 diciembre 2018 al 13 enero 2019 en la Sala Águila de Madrid, y de la que os adjunto el folleto, nos descubre la huella que dejaron en Madrid los actores de cine de Hollywood que trabajaron y vivieron en España en los años 50 y 60, en ella podemos ver fotografías de época, revistas y audiovisuales, y podemos recorrer las calles madrileñas a través de fotografías de Ava Gardner, Orson Welles, Cary Grant, Elizabeth Taylor o Audrey Hepburn, realizadas por fotógrafos españoles del momento. En ese contexto la visita de la actriz parecía una fiesta nacional, pues era una de las pocas personalidades extranjeras que visitaba el país tras finalizar la Guerra Civil. No deja de ser una paradoja que la actriz encontrase un territorio de libertad personal en mitad de un páramo dictatorial.
En abril de 1953 Ava Gardner volvió a España y estuvo en la Feria de Sevilla (minuto 7,25 del No-Do), volvió a Madrid y conoció los mejores restaurantes, fue a los toros y a tablaos flamencos. En el fondo, se sentía ya muy sola, había tenido dos abortos, detestaba a los periodistas, rodaba películas porque era su medio de vida, pero no estaba contenta con su profesión. En este segundo viaje después del estreno de La condesa descalza, venía decidida a instalarse, huía de Hollywood, del férreo control de los estudios, y de Frank Sinatra, su marido.
Las razones que contribuyeron a que se quedase en nuestro país fueron que no sufría a los paparazzi (en sus palabras “No podía salir a pasear a mi perro, ni ir al aeropuerto ni a mi restaurante, no podía siquiera ir al aseo de señoras sin que alguien estuviera vigilándome, informando sobre mí, espiándome. Me sentía encarcelada por el estilo de vida de una estrella de cine y sencillamente ya no podía aguantarlo más”), que no pagaba impuestos y algunos cuentan que siguiendo los pasos del torero Luis Miguel Dominguín, al que había conocido en Roma durante el rodaje del filme de Mankiewicz. Si ha habido un romance que haya dado que hablar ese fue el de Dominguín y Ava Gardner, una historia de amor que tuvo de cabeza a media prensa mundial, ella vivía un tormentoso matrimonio con Frank Sinatra y tuvo con el torero un romance volcánico, pero pasajero, Dominguín conoció enseguida a Lucía Bosé con la que se casaría y Ava por su parte, decidió darle una nueva oportunidad a su matrimonio con Sinatra y volvió a EEUU, pero su relación acabo en divorcio y desde diciembre de 1955 y con casi 33 años de edad se instaló en España.
Según describe en sus memorias: “He de admitir que España me fascinó desde el primer momento. Sentí una especie de parentesco con el flamenco; entonces estaba vivo, era puro. Las corridas eran espectáculos bellos y emocionantes, lo mismo que las fiestas populares, cunado todo el mundo se vestía con aquellos maravillosos trajes regionales. Todo era maravilloso, y continuaba sin tregua día y noche. Me encantaba”
Inicialmente se
instaló en el Hotel Hilton en el Paseo de la Castellana, actual Hotel Intercontinental,
en una suite presidencial, la habitación
716 (también llamada Miró), pero posteriormente se compró una casa en la Moraleja llamada “La
Bruja”, un edificio de ladrillo rojo con ocho mil metros
cuadrados de jardín, que le costó 66.000 dólares y, según cuentan, no tenía
teléfono para asegurar a la estrella un mayor aislamiento. Según relata ella
misma en sus memorias llenó la casa de libros y discos, allí tomaba
regularmente clases de español de un profesor al que llamaba “señor Martini” “pero,
aunque terminé por leer y escribir muy bien, mi español hablado nunca fue lo
que debiera haber sido, porque mi timidez innata me lo impedía”.
La vida de Ava en Madrid estaba dedicada a las fiestas, los
toros y el flamenco, era amiga de la condesa viuda de Romanones, acudía a
fiestas de sociedad, y no se perdía reuniones flamencas, por ejemplo, en casa
de Lola Flores. Aunque le
gustaba vivir en “La Bruja”, parecía que la casa estaba demasiado alejada del
centro de Madrid: “Aquel maldito sitio tenía vida. Las calles estrechas
estaban llenas de bares con tapas en el mostrador y jamones colgando de las
vigas. Lugares llenos de sonidos de guitarras, castañuelas y baile flamenco. Si
conocías bien la ciudad, las noches no se acababan nunca”. Por ello vendió
“La Bruja” y alquiló un dúplex en el
número 11 de la calle del Doctor Arce, en el que tuvo como
vecinos a Juan Domingo Perón y a Blas Piñar.
Su vecino de abajo, el general Juan Domingo Perón, llegó a
denunciarla a causa de las ruidosas fiestas que noche tras noche celebraba Ava
con sus amigos, entre los que abundaban toreros, bailaores, cantaores y actores
y las llamadas de Perón a la guardia civil eran una constante. En relación con Perón, Ava refiere en sus memorias como lo
ridiculizaba cuando él ensayaba en su balcón discursos a un público invisible,
ya que en momento de su discurso ella, sus sirvientas o sus invitados cantaban
a voz en grito “Perón maricón”. La hostilidad entre ambos alcanzó un
grado notable, tanto que el militar argentino terminó mudándose a la
urbanización Puerta de Hierro antes de regresar a su país. El portero de este
inmueble dice "No quiero hablar sobre ella ni sobre lo que ocurrió en esta casa.
Mis recuerdos son para mí y para ella. Hay que respetar a los difuntos".
También se cuenta una historia en relación con Blas Piñar,
aunque no existen pruebas concluyentes de que ocurriera, parece que Piñar llamó
a la puerta de Ava unos dicen que para entregarle un requerimiento notarial y
otros que se acercó harto de los ruidos, el caso es que lo recibió desnuda y
notablemente borracha, y que lo expulsó entre improperios.
Se solía decir que
"no hay hombre en Madrid que no se haya acostado con Ava Gardner ni bar en
el que no se haya emborrachado Hemingway". Paco Miranda, pianista del bar
Oliver y muy amigo de la actriz detesta esta afirmación. "Ella elegía a quién se llevaba a la cama
porque podía, pero desde luego no era a cualquiera". El solía
acompañarla en sus rutas por Madrid: el Zambra, la terraza del restaurante Riscal,
el Chicote,
El Corral de la Morería, Torres Bermejas, Los Gabrieles, Villa Rosa,
propiedad de Lola Flores y El Pescaílla, o El Duende. Después seguía la juerga en
una venta, la más habitual la de Manolo Manzanilla, en la carretera de Barajas
a la que acudían los famosos para continuar la fiesta a partir de las tres de
la madrugada, cuando cerraban todos los locales de la ciudad.
Pero además de
las noches locas, el flamenco y los toros, la estancia de Ava en Madrid dio
lugar a otras pequeñas historias, por ejemplo, su relación con grupos
estudiantiles. Una de estas historias ocurrió el 8 de marzo de 1956 en el Colegio Mayor Ximénez de Cisneros, de
la que existe constancia en una fotografía, en la que podemos ver a un montón
de colegiales rodeándola con miradas embelesadas. Se trataba de un acto
literario organizado con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino. Este acto quedo reflejado En La Vanguardia Española:
“Entre los asistentes
figuraban la estrella cinematográfica Ava Gardner, que fue muy festejada por
los estudiantes. Ava Gardner siente por Madrid una gran simpatía y aprovecha
todas sus vacaciones profesionales para venir a nuestra capital. Su figura es
tan popular en las calles madrileñas como en la pantalla. Se la ve por la Gran
Vía, en cines, teatros y salas de fiestas. Es una madrileña más".
A pesar de estos comentarios amables en la prensa, los escándalos de Ava Gardner no gustaban a la España oficial, pero a Franco no le convenía dar publicidad al asunto (De lo que no se habla no existe), en las revistas de la época lo que nos cuentan de Ava es casi angelical. Dicen que Perón habló con el Abad del Valle de los Caídos (Justo Pérez de Urbel) y este visito a Ava en su casa intentando reconducir la vida de una “pecadora”, en sus memorias Ava habla de un encuentro con un cura que se insinuó de forma sibilina a cambio de aplacar las iras de Perón, que tanto se quejaba a Franco de la conducta de su vecina. Tras esta escena, casualmente, Hacienda reclamó a la actriz un millón de dólares en concepto de impuestos, ella pidió ayuda a la condesa de Romanones (Aline Griffith), quien le procuró una entrevista con Manuel Fraga Iribarne, Ministro de Información y Turismo y este le rebajó la deuda a diez mil dólares, pero ella se enfadó y decidió que “Mi tiempo aquí ha terminado”.
Ava Gardner se fue de España y nunca más quiso volver, se instaló en Londres y solo aceptaba algunos trabajos en cine puramente alimenticios para poder seguir viviendo bien, haciendo una vida completamente opuesta, apenas salía y no era retratada por las revistas del corazón.
La huella que Ava dejó en España entre 1952 y 1967 la han seguido autores como el novelista y crítico teatral Marcos Ordoñez en el libro Beberse la vida del año 2004, una crónica testimonial de aquellas noches locas que Ava pasó en el Madrid de los cincuenta, la mejor y más completa crónica de su estancia en la España franquista, o el cronista estadounidense Lee Server en su biografía Ava Gardner, una diosa con pies de barro. El último en hacerlo ha sido Isaki Lacuesta en el documental La noche que no acaba, estrenado en el festival de San Sebastián en el año 2010 y que podéis ver en el siguiente enlace: "La noche que no acaba" (nueva ventana)
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