9 películas se estrenan
el 26 de octubre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Cuatro producciones
son españolas, dos estadounidenses, una británica, una francesa, una polaca y
una austriaca. Esta semana se queda sin editar en nuestra ciudad “La leyenda de
Redbad” (Roel Reiné, 2018), una película de aventuras holandesa. Tampoco se
estrena en Sevilla “Director Z, el vendedor de ilusiones” (Oskar Tejedor, 2018),
un documental sobre José María Zabalza, cineasta irunés que durante la década
de los sesenta y setenta trabajó con los artistas más importantes de la época. Lamentamos
estas ausencias de la cartelera sevillana y nos vamos a nuestro repaso semanal
sobre los estrenos.
Quién te cantará. (España, 2018).
Dir. Carlos Vermut.
Premio Feroz Zinemaldia de la Crítica en el Festival de
Cine de San Sebastián 2018.
Melodrama musical interpretado por Najwa Nimri, Eva
Llorach, Carme Elías, Natalia de Molina, Julián Villagrán, Vicenta N'Dongo,
Inma Cuevas, Ignacio Mateos y Catalina Sopelana.
El score corre a cargo de Alberto Iglesias.
A pesar de la elegancia, finura y serenidad de su puesta
en escena, nada hay tan alejado de lo «zen» como el cine de Carlos Vermut:
¡Cuánta intranquilidad produce este cineasta! En «Magical Girl» cruzaba tres
hilos argumentales y eléctricos entre chisporroteos, y en «Quién te cantará»
pone a sudar la historia de una cantante sin voz, sin memoria, ante la imagen
falsa de un espejo.
Vermut trenza la relación de una estrella del pop que ha
renunciado a su ego con la de una admiradora e imitadora, es decir otra mujer
sin voz propia, que tiene el encargo de hacerle recordar su estilo, sus
canciones, y lo hace mediante la mecánica del melodrama y con una duplicidad
evidente en la puesta en escena.
El misterio de Lila Cassen (Najwa Nimri) se empieza a
resolver en el espejo de Violeta (Eva Llorach), mujer de karaoke y madre de una
especie de «niña de exorcista» (Natalia de Molina), y el relato entre ellas
contiene un fuerte olor a pasado traumático y la carga explosiva de un presente
tormentoso, todo ello con un aroma trufado de carga almodovariana, con la
tensión entre un pasado perturbador y el estilo frío y estético de un director
que conduce el misterio por pasillos siempre imprevistos: los planos, las
escenas, la historia provocan la sensación íntima de estar como bajo vigilancia,
y crean incomodidad con esa fusión de lo hierático y lo cordial en esos dos
personajes en busca de una copia original. Recomendada.
La noche de Halloween. (USA, 2018).
Dir. David Gordon Green.
Sección oficial (fuera de concurso) del Festival de
Sitges 2018.
Película de terror de la franquicia “Halloween” y secuela
de “La noche de Halloween” (1978) de John Carpenter. Esta nueva edición está
interpretada por Jamie Lee Curtis, Nick Castle, Judy Greer, Miles Robbins y Virginia
Gardner.
El score corre a cargo de John Carpenter, Cody Carpenter
y Daniel A. Davies.
En una secuencia de “30 minutos o menos” (2011) de Ruben
Fleischer, los cómicos Danny McBride y Nick Swardson, bajo la piel de dos
holgazanes inmaduros, contemplan en un apañado home cinema la versión 3D de “Viernes
13, parte III” (1982). Su entusiasmo les lleva, en un momento climático, a
levantarse del sofá y dialogar, mediante gestos obscenos, con el Jason Voorhees
que ocupa la pantalla. Resulta sencillo imaginarse al mismo Danny McBride, esta
vez acompañado del director David Gordon Green, entregado a la proyección en
bucle de una copia doméstica de “La noche de Halloween” (1978), el fundacional
clásico de John Carpenter que ahora han versionado ambos en calidad de
coguionistas y productores con el segundo al mando de la dirección. Eso sí, a
la vista de los resultados, parece claro que la figura de Michael Myers les
infunde mayor respeto que el pobre Voorhees.
Frente a las relecturas que hizo Rob Zombie en clave de
poeta maldito del horror, desplazando el foco del relato de la víctima al
psicópata reinterpretado como figura trágica, “La noche de Halloween” de David
Gordon Green tiene, de principio a fin, la naturaleza de un devoto homenaje a
las fuentes rubricado con la pasión de un obsesivo ratón de videoclub. La
película no quiere ser transgresora, ni radical, pero tanto el afecto como la
inteligencia apartan el resultado de lo impersonal. La película reactiva la
saga en clave de secuela postraumática, convirtiendo a Myers y a una Laurie
Strode ermitaña y fanática de las armas y la autodefensa en casi igualitarios
litigantes de un combate épico.
Tan lejos de la poética indie de “George Washington”
(2000) como de sus incursiones en la comedia, Gordon Green sabe imprimir
originalidad a situaciones como la entrevista en el patio del psiquiátrico, el
acoso en el lavabo o el encuentro en la carretera con el autobús accidentado.
Por otra parte, el guion cuida la caracterización de personajes a través del
diálogo incluso en las figuras más episódicas: la niñera y el crío a su
cuidado, el padre cazador y su hijo bailarín, los policías y sus bocadillos
vietnamitas... No obstante, es el primer paseo de Myers durante la velada de
Halloween, con su control de la continuidad del plano y su preciso manejo del
fuera de campo, lo que revela no solo el alto compromiso con el original, sino
una comprensión profunda de las claves del género. Recomendada (con reservas).
Un día más con vida. (Polonia, 2018).
Dir. Raúl de la Fuente y Damian Nenow.
Premio del público de Festival de San Sebastián 2018.
Película de animación polaca-española para adultos que
realiza un relato autobiográfico de Ryszard Kapuściński, narrando los últimos
días de Angola como colonia portuguesa en 1975, y las terribles consecuencias
de esta descolonización: una guerra civil que asoló la región hasta hace muy
poco.
La libertad de actuación, la singularidad, la huida de lo
ya trillado, el salto mortal creativo respecto de géneros y formatos, suele ser
la mejor virtud de determinadas películas. Aunque luego sus resultados no
acaben de convencer, aunque esas mismas virtudes de inicio, al fin, se
conviertan en el principal de sus defectos.
¿En qué quedamos entonces? En que hay que valorar la
valentía por encima de sus cojeras. Al menos en el caso del documental de
animación (la categoría ya rechina tanto como fascina) Un día más con vida,
producción hispano-polaca dirigida por Raúl de la Fuente y Damien Nenow,
inspirada en la crónica periodística homónimo del mítico reportero Ryszard
Kapuscinski, y ambientada en la Guerra de Angola.
Con la magnífica “Vals con Bashir” como referente, el
trabajo de De la Fuente y Nenow amplifica la fórmula narrativa de la película
israelí de Ari Folman. Si ésta contaba en formato animado flash, muy semejante
a la antigua rotoscopia, la matanza de refugiados palestinos en Sabra y Chatila
durante la Guerra del Líbano, en 1982, con un leve apunte final con imágenes
reales de la masacre, aquilatando así su verdad, y volando libre tanto en el
formato como en la narrativa, Un día más con vida da un paso más. Varios pasos
más. Porque va mezclando a lo largo de todo el metraje los días de Kapuscinski
en el caos angoleño de 1975 y su guerra civil, relatados en formato animado,
creando varias capas a través del CGI, y consiguiendo un efecto a medio camino
entre la rotoscopia y la motion-capture, junto a entrevistas actuales con los
protagonistas aún vivos de aquellos acontecimientos, a imágenes reales de la
Angola actual, rodadas ad hoc, y a fotografías de algunos de los personajes,
completando de este modo un panorama formal ciertamente peculiar.
He ahí su grandeza, y quizá también su sombra. Porque la
fusión de elementos tan distintos no termina de cuajar en la estética, más
parecida a un amasijo que a un todo orgánico. Además, las declaraciones de los
personajes en la actualidad completan, sí, pero también redundan, repiten
información y desvelan innecesariamente actitudes, interioridades y subtextos
que ya habían quedado claros con las partes animadas, sin duda las mejores.
Sobre todo, cuando se salen de la hagiografía de Kapuscinski y explotan la
lírica de un hombre atrapado entre su oficio y sus ideales, con dibujos
animados de un bellísimo onirismo. Recomendada (con reservas).
El fotógrafo de Mauthausen. (España,
2018). Dir. Mar Targarona.
Thriller español basado en hechos reales, interpretado
por Mario Casas, Richard van Weyden, Alain Hernández, Adrià Salazar y Stefan
Weinert.
Francesc Boix fue un exiliado republicano español que,
tras dejar atrás la Guerra Civil, cayó prisionero de los alemanes en Francia y
pasó la II Guerra Mundial recluido junto a otros 7.000 españoles en el campo de
concentración de Mauthausen, donde logró colocarse en el servicio fotográfico y
documentar gráficamente los horrores del Holocausto. Esta película se enfrenta
a la intrépida tarea de reconstruir la peripecia heroica de poner a salvo los
negativos de sus fotos con la ayuda solidaria de un grupo de prisioneros, la
mayoría españoles, que arriesgaron su vida en el empeño.
El relato se mantiene en el terreno de lo novelesco,
volviendo con más voluntad que inspiración sobre las crueles vejaciones que los
carceleros infligieron con proverbial insistencia a sus prisioneros,
sobradamente ilustradas en los mejores clásicos del género. Los intérpretes,
con Mario Casas a la cabeza, ponen su mejor empeño en dar credibilidad, física
al menos, a unos personajes de escaso relieve que se mueven como guiñoles en
situaciones carentes de atmósfera. Recomendada (con reservas).
Egon Schiele. (Austria, 2016). Dir. Dieter
Berner.
Drama biográfico sobre el pintor Egon Schiele, uno de los artistas más provocadores de Viena en los inicios del siglo XX.
Coproducción entre Austria y Luxemburgo, interpretada por
Noah Saavedra, Maresi Riegner, Valerie Pachner, Marie Jung y Larissa Breidbach.
Con un retorcido trazo que anticipa la estética tortuosa
del expresionismo, dos cuerpos se abrazan sobre lo que podría ser sábana o
sudario, en medio de un paisaje árido que quizás evoque una trinchera de la
Primera Guerra Mundial. La figura masculina, vestida de negro, luce una mirada
perdida en la que fluctúa el brillo obsesivo de la locura. La figura femenina,
con los brazos esqueléticos propios de una futura víctima del Holocausto, se
abraza al amante que parece estar sorbiendo hasta el último aliento de su esencia
vital. Así es “La muerte y la doncella”,
el óleo con el que el austríaco Egon Schiele selló el final de su historia de
amor con Wally Neuzil, modelo de Gustav Klimt, mentor del artista. Si en el
imaginario del pintor de “El beso” la sensualidad bañaba de oro la mirada del
receptor, en la obra de Schiele el sexo siempre reveló su inquietante
proximidad con lo thanático.
“La muerte y la doncella” sirve en bandeja su subtítulo a
este biopic del artista que no se ha planteado dialogar, a través del estilo,
con las aristas de un legado que, a día de hoy, ha seguido activando miradas
censoras: las del nuevo puritanismo de la hipervisibilidad digital. La agonía
de Schiele va pautando aquí un recorrido narrativo que centra cada uno de sus
capítulos en una figura femenina: desde la hermana Gertie, foco de una
atracción incestuosa, hasta esa Edith Harms que cumplió el ingrato papel de
apaño una vez el pintor no pudo seguir esquivando sus deberes militares,
pasando por la exótica e independiente Moa Mandu y la central Wally Neuzil, el
amor de su vida. Dieter Berner recurre a un estilo grandilocuente para contar
una historia que pasa de puntillas sobre lo conflictivo –la pederastia- y evita
hablar de arte. No Recomendada.
La sociedad literaria y el pastel de
piel de patata. (Reino Unido, 2018). Dir. Mike Newell.
Drama ambientado en los años 40, interpretado por Lily
James, Michiel Huisman, Glen Powell, Jessica Brown Findlay y Matthew Goode.
Según transcurre de forma agradable pero sin sobresaltos
esta película es imposible no acordarse de «I Know Where I’m Going», una de las
joyas menos conocidas del inmenso Michael Powell. Hasta el marco temporal es el
mismo: Powell rodó en 1945, nada más acabar una guerra que dejó muchas heridas
por curar, un mundo que recobraba vacilante su pulso y que ahora le toca
recrear a Mike Newell y su equipo. Y al igual que allí Wendy Hiller, aquí Lily
James es una chica desenvuelta e independiente, un paradigma natural de un
feminismo que no pide permiso pero tampoco ataca al varón, que cree saber a
dónde va: es una escritora de éxito, su editor la adora y tiene un novio
americano que al principio le regala un anillo de pedida con un pedazo de
diamante.
¿Qué puede torcer su camino? Pues algo tan inesperado y
literario como recibir una carta de un admirador, un granjero de la remota isla
de Guernsey, en el canal de la Mancha, ocupada durante la contienda por los
nazis. Como le cuenta que tienen un club de lectura (de ahí el prolijo título
de la película), la arrojada escritora decide hacerles una visita. Lo que se
encuentra al llegar es imbatible: una historia oscura que nadie acaba de
contarle, lo que excita su mente de escritora. Y algo que parece excitarle
bastante menos, en un principio: el granjero de diseño Michiel Huisman, tan
guapo y bondadoso, que es como una parodia de fantasía femenina de regreso al
campo con derecho a romance.
La historia de esta pareja (habría que decir eso de que
falta química…) resulta predecible y poco inspirada, como de hecho le pasa a
toda la película. Un par de actores secundarios y el resplandeciente rostro de
miss James mantienen nuestro interés; pero uno tiene tiempo de pensar en lo
poco estimulante que es el trabajo de Newell (mira que tiene títulos famosos) y
el recuerdo del filme de Powell añade nostalgia por esas películas que reflejan
su época y no, como esta, se limitan a recrear vagamente un pasado más o menos
ensoñado. No Recomendada.
Pesadillas 2: Noche de Hallowen. (USA,
2018). Dir. Ari Sandel.
Secuela de “Pesadillas” (Rob Letterman, 2015). Adaptaciones
de una novela de R.L. Stine, con música de Danny Elfman.
Comedia de aventuras y terror interpretada por Dylan
Minnette, Odeya Rush, Amy Ryan, Jillian Bell, Jack Black y Ryan Lee.
“No hay terror más imponente que el de la página en
blanco”, afirma Jack Black en la piel del prolífico escritor R. L. Stine en “Pesadillas
2: Noche de Halloween”, y seguro que la némesis del popular autor, Stephen
King, no le quitaría la razón en esto, toda vez que el bloqueo del literato ha
recorrido como un tema obsesivo buena parte de su también cuantiosa producción.
Stephen King y R. L. Stine, el maestro de la literatura de terror contemporánea
y su contrapartida en el ámbito de la ficción juvenil, son dos estajonivistas
escapando del horror vacui que, en su huida hacia adelante, no han dejado ni
arquetipo, ni tema heredado de la tradición sin abordar.
Con “Pesadillas” (2015), de Rob Letterman, la fundación
de una nueva franquicia basada en la popular serie de libros de Stine adoptó
una interesante estrategia autorreflexiva; convertir el escritor en un
personaje más, atravesado de narcisismo, golpeado por su complejo de
inferioridad con respecto a King, mientras la producción revivía en clave
nostálgica el espíritu del cine Amblin de los ochenta. En esta competente, pero
muy inferior secuela, el toque Amblin sigue ahí, reforzado con ecos de Stranger
Things, aunque aquí Jack Black/Stine se ve condenado a una aparición meramente
testimonial. Una araña gigante construida con globos y una legión de feroces
ositos de gominola aportan a esta entrega sus imágenes más representativas. En
el fondo, el espíritu de la serie Pesadillas –y del propio Halloween- fue
siempre ese: acaramelar el miedo, neutralizarlo. No Recomendada.
Bernarda. (España, 2018). Dir. Emilio
Ruiz Barrachina.
Drama sobre el tema de la prostitución que adapta una
obra de Federico García Lorca.
Interpretada por Assumpta Serna, Victoria Abril, Elisa
Mouliaá, Miriam Díaz Aroca y Will Shephard.
Cuando el director Emilio Ruiz Barrachina decidió
acercarse a la figura de Jesucristo en su polémica “El discípulo” (2010), su
discurso creció y se desarrolló en los intersticios que separaban a una figura
histórica de un icono religioso. Su película, áspera e imperfecta, partía de la
confrontación entre la herencia y la contemporaneidad para abrir un diálogo
orientado a cuestionar todo pensamiento dogmático. Desde entonces, la obra de
ficción de este realizador formado en el ámbito del documental ha abordado la
adaptación de imaginarios propios arraigados en un cierto realismo poético –La
venta del paraíso (2012)- y ha tanteado lo que, en cierto sentido, también
puede considerarse como una de las expresiones de lo sagrado: el teatro
lorquiano. Tras trasladar “Yerma” a escenarios londinenses en una metaficcional
versión del drama que tuvo un limitado recorrido en salas, el cineasta aplica
ahora su particular estrategia cuestionadora a “La casa de Bernarda Alba”.
Rodada en la granadina fábrica de la Azucarera de
Guadalfeo, en la Caleta de Salobreña, Bernarda toma la bastante temeraria decisión
de extirpar su relato del claustrofóbico universo familiar para trasplantarlo a
los bastidores de un moderno, aunque un tanto pintoresco, negocio de trata de
blancas. Entre las intenciones de ese cambio de contexto quizá esté la de
subrayar algo obvio –la vigencia de la opresión sobre la identidad femenina que
retrataba Lorca- y la de ampliar el campo de batalla del simbolismo original,
pero el conflicto gana gratuidad y pierde verosimilitud: ¿era necesario meter
con calzador un flashback con ablación de clítoris para que el espectador
entendiese que en ese enlutado grupo humano imaginado por el poeta granadino
estaban sintetizadas todas las agresiones pasadas, presentes y futuras sobre el
deseo femenino?
Con violentos desniveles en la dramaturgia, un marcado
desaliño general que delata la inexistencia de una puesta en escena y el
ingenuo empeño de mimetizar referentes como la orgía de Eyes Wide Shut (1999)
en clave demasiado precaria, Bernarda parece rodada y montada contra el texto y
contra sus intérpretes, asfixiando la musicalidad lorquiana entre acentos
inarmónicos, un confuso tratamiento del espacio y abruptos cortes de plano. No Recomendada.
Un seductor a la francesa. (Francia,
2018). Dir. Laurent Tirard.
Comedia francesa ambientada en el siglo XIX, interpretada
por Jean Dujardin, Noémie Merlant, Mélanie Laurent y Christophe Montenez.
Subvertir los códigos del clásico producto francés de
qualité, con ambientación de época, exquisito diseño de producción y cierto
toque político y social, a través de un tono paródico con el que autoflagelarse
desde la risa. Contar exactamente lo mismo de siempre, una historia de amor
entre clases durante la época napoleónica, con venganzas, adulterios, sofocos,
rencillas, batallas y asaltos al poder, pero de cachondeo.
No es fácil lo que pretende Laurent Tirard en “Un
seductor a la francesa”, fiándolo casi todo a que sus intérpretes alcancen los
matices exactos. Sin pasarse en el histrionismo, porque la película tampoco
pretende ser una parodia descacharrante, pero sin quedarse cortos, porque el
guion tiene los suficientes elementos burlescos como para perder su imagen
impoluta de brillo y elegancia en cuanto las actuaciones se pasen de rosca. La
dificultad, y la clave, por tanto, están en tomárselo todo a risa manteniendo
la imagen de seriedad. Y le sale relativamente bien.
Tirard, también coguionista junto a Grégoire Vigneron,
compone el divertido retrato de un estafador de batalla y alcoba, un falso
héroe tan cobarde en las guerras napoleónicas como hábil en el guiño chulesco y
el fornicio. Y ahí Jean Dujardin, encasillado desde el éxito mundial de “The artista”,
y que quizá no tenga muchos más registros, encaja como un candado. Pero no solo
él. También su contraria, una especie de heroína feminista de novela de Jane
Austen, a la que interpreta Mélanie Laurent, además de las formidables Noémie
Merlant, desternillante como hermana zumbona y sadomaso, y Evelyne Buyle, vieja
dama del teatro francés, acostumbrada a Molière y Pirandello, que estalla en
cada réplica y cada segundo plano como madre en la inopia.
Comedia de enredo de amor y lujo, con jocosos ecos de “El
regreso de Martin Guerre” (1982) y hasta de “Barry Lyndon” (1975), junto a
divertidos anacronismos (las estafas piramidales nacieron en la Francia de
1812), “Un seductor a la francesa” tiene aspecto de bobada de corto alcance y
de poca entidad. Pero sorprende de principio a fin. No Recomendada.
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