7 películas se estrenan
el 5 de octubre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Pero,
lamentablemente, otras 5 películas se han estrenado en España y no nos ha
llegado a nuestras salas sevillanas. Se quedan sin editar, por tanto, bastantes
películas: la francesa “Gauguin, viaje a Tahití” (Edouard Deluc, 2017), película
biográfica sobre la vida del famoso pintor; el drama israelí “Aprendiendo a
vivir” (Matan Yair, 2017); la película de animación española “Black is Beltza”
(Fermín Muguruza, 2018); la película documental española “Querido Fotogramas” (Sergio
Oksman, 2018), un homenaje al 70
aniversario de la icónica revista de cine “Fotogramas”; y el documental español
de espionaje “Mudar la piel” (Ana Schulz, Cristóbal Fernández, 2018).
Lamentamos todas estas ausencias de la cartelera sevillana y continuamos con
nuestro repaso semanal a los estrenos.
Viaje al cuarto de una madre. (España,
2018). Dir. Celia Rico.
Premio de la Juventud en el Festival de San Sebastián
2018.
Drama familiar protagonizado por Anna Castillo, Lola
Dueñas, Pedro Casablanc, Adelfa Calvo y Marisol Membrillo.
Una película sobre la aventura de la vida que no discurre
por territorios exóticos sino en apenas unas baldosas, las que separan la
puerta de una casa que se está deseando abandonar y la habitación de una madre
que siempre ha estado ahí para dar cobijo. ¿El calor conocido de dentro, el de
esa mesa camilla con enagüillas, ese trabajo heredado y nunca querido, y los
rincones de siempre del pueblo, del pueblo de siempre? ¿O el frío desconocido
de fuera, el de la vida a la intemperie, la laboral, la social, la sentimental,
a cientos de kilómetros de la calma chicha, donde quizá habite una nueva
existencia?
Celia Rico, magnífica escritora y directora debutante, ha
compuesto en “Viaje al cuarto de una madre” una oda a la trascendencia de la
sencillez, a la complejidad de las relaciones familiares, expuesta a través de
un estilo con la paradoja como marca de identidad: luminosa en su interior, su
exterior formal es entre gris y marrón. El lúgubre colorido de una relación más
allá de la vida y de la muerte.
Retrato invisible de la nueva emigración, la nuestra, la
de muchos jóvenes españoles en busca de un idioma y una salida (cuidar niñas en
Londres, lavar platos en Berlín), la película de Rico mantiene en todo momento
el modo elíptico del exterior. Salvo una destartalada esquina nocturna de una
calle, y un taller de confección inequívocamente español, el relato mantiene
sin imágenes y sin apenas datos la épica del viaje, que llega al espectador,
como si también nosotros fuéramos una madre, por medio del sonido de los wasaps
y de la quizá mentirosa respiración al otro lado del teléfono. Un tratamiento
de la información eludida que va en paralelo con todo lo relativo al padre de
familia, nunca verbalizado ni revelado.
Y, sin embargo, la luz mortecina elegida por Rico y
compuesta por Santiago Racaj encubre dos fogonazos de incandescencia: la de la
hermosa relación entre la hija y la madre, entre una cierta vitalidad y una
cierta amargura, que en cualquier momento pueden intercambiarse; y la de las
rotundas interpretaciones de dos actrices maravillosas, Lola Dueñas y Anna
Castillo, verdad en la mirada y en el gesto, en la victoria y en la derrota.
Historia de dolores escondidos, de sombras, y de sonidos
para el recuerdo (la máquina de coser, el clic de encendido de un brasero
eléctrico, el envasado al vacío del jamón), de los que definen un idilio
familiar hasta la muerte, “Viaje al cuarto de una madre” es el arduo y feliz
camino de aprendizaje de dos figuras casi mitológicas. Recomendada.
Ha nacido una estrella. (USA, 2018).
Dir. Bradley Cooper.
Sección oficial (fuera de competición) del Festival de
Venecia 2018.
Remake musical interpretado por Bradley Cooper, Lady
Gaga, Sam Elliott, Rafi Gavron y Andrew Dice Clay.
La frase "Solo quería verte otra vez" (o sus
variantes) atraviesa las cuatro versiones de “Ha nacido una estrella”, dejando
claro que, por debajo de sus respectivas reflexiones sobre el estrellato y la
industria del espectáculo, lo que siempre sigue ahí es la esencia del
melodrama: la trágica historia de amor entre dos cuerpos que siguen
trayectorias inversas –la ascendente y la descendente- y que quizá solo
pudieron brillar juntos, e iluminarse mutuamente, en un momento efímero,
condenado de antemano. Ahí reside el secreto de la inmortalidad de esta
historia que ya resultó tan seductora en el momento de su aparición que, a
pocos meses de su estreno, inspiró una imitación extraoficial: la deliciosa It
Happened in Hollywood (1937) de Harry Lachman, uno de los primeros trabajos de
Sam Fuller como guionista, que no sería descabellado considerar la principal
fuente de inspiración del The Artist (2011) de Hazanavicius.
En la nueva encarnación de este mito que, además de los
talentos obvios y visibles, ha tenido oficiantes tan ilustres y dispares como
Dorothy Parker, Joan Didion y el fondo de armario de Barbra Streisand, las dos
figuras principales –Lady Gaga y Bradley Cooper- invierten un considerable
capital de riesgo: la nueva versión de “Ha nacido una estrella” tiene para
ambos la evidente condición de bautismo de fuego –primer gran desafío como
actriz dramática para ella, debut como director para él- y la tensión eléctrica
del reto galvaniza la pantalla desde la primera imagen.
Cooper parte claramente de la versión de Frank Pierson de
1976, pero logra mejorarla rodeando a sus personajes principales de una serie
de figuras secundarias que sustituyen el arquetipo por el personaje (cargado de
historia): así ocurre con el hermano de Jackson Maine (Cooper) –un Sam Elliott
que carga con el peso de ejercer de la figura paterna que nunca debió ser- y el
padre de Ally (Gaga) –un sorprendente Andrew Dice Clay siempre rodeado de su
afectuoso coro de chóferes-. La elegancia con la que el debutante resuelve el
trágico final del protagonista parece anticipar que tras este debut no hay solo
oficio, sino mirada. Y en esta película donde se habla de discurso e imagen,
Lady Gaga, esa estrella que se dio a conocer disfrazada de instalación
artística modelo Saatchi Gallery, demuestra que había verdad bajo la máscara,
aunque la película desaproveche la ocasión de ahondar en la naturaleza de la
nueva cultura de la fama. Recomendada.
Cold war. (Polonia, 2018). Dir. Pawel
Pawlikowski.
Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes (2018).
Drama romántico ambientado en la Guerra Fría,
interpretado por Joanna Kulig, Tomasz Kot y Agata Kulesza.
Pawel Pawlikowski es el director polaco que hizo «Ida»,
una brillantísima miniatura en blanco y negro sobre una novicia, con la que
ganó el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. Era difícil que con su
siguiente película consiguiera acercarse a la belleza y la profundidad de
«Ida». Difícil, pero no imposible: en «Cold war» lleva la imagen (también en
blanco y negro) y la música a lugares a los que la sensibilidad de uno tiene
que ponerse de puntillas para alcanzar lo sublime de su altura. Dos conceptos,
altura y profundidad, que parecen antagónicos pero que producen similar
vértigo, y que Pawlikowski aplica a su cine por fuera y por dentro. La historia
que cuenta en «Cold war» produce vértigo de altura en lo que ves, en lo que
oyes, y profundo arrebato y mareo en lo que sientes.
Le dedica la película a sus padres, por lo que hay que
sospechar que contiene algunos reflejos autobiográficos: el encuentro de un
músico que dirige un programa de coros y músicas tradicionales (en la Polonia
de postguerra) con una joven en posesión de una voz y una gracia infinitas es
el punto de partida para narrar una historia más allá de lo romántico, tan
cargada de pasión, amargores, encuentros y adioses, que está en cierto modo
impregnada de «efecto Casablanca», y tan perfectamente encuadrada y musicada,
dicha, sentida e interpretada, que no hay el menor resquicio en ella por el que
escapar a su desesperado, volcánico y demoledor encanto.
El arranque es deslumbrante, con la mixtura de voces,
coros e ideologías en esa Polonia soviética, y que forma un primer bloque
(podría considerarse una historia en tres bloques y en dos miradas precisamente
hacia los bloques) de reunión y separación. La secuencia del músico
protagonista esperándola en la frontera para huir a París, absolutamente
magistral, es un espejo con el mismo vaho que aquella espera de Rick a Ilsa
para huir de París. En el segundo bloque cambia el paisaje y la música, pero no
el agotador sentimiento de la historia entre la luz parisina y las notas del
jazz, y se cabalga entre precisos y maravillosos planos hacia un final
desesperado y de hermosura abrumadora.
La pareja protagonista, Tomasz Kot y Joanna Kulig,
especialmente ella, se vierten el uno al otro tal cantidad de química y
material inflamable, ese amor rotundo y sincopado, que la fascinante cámara de
Pawlikowski los envuelve de ese tejido magnético que dura todos los siempres.
No será este año cuando vean una película mejor. Recomendada.
Christopher Robin. (USA, 2018). Dir. Marc
Forster.
Cine familiar que mezcla elementos de animación,
interpretada por Ewan McGregor, Hayley Atwell, Mark Gatiss y Adrian Scarborough.
El score lo compone Klaus Badelt.
¿Es realmente necesaria otra película más que nos
recuerde la importancia de pisar el freno y disfrutar de la vida y contactar
con el niño que llevamos dentro? Claro que no, pero en todo caso ese
precisamente es el mensaje de esta secuela, parcialmente de acción real, de los
'cartoons' de Winnie the Pooh. Mientras trata de suministrarlo, el director
Marc Forster se muestra menos interesado en hacer reflexiones de peso que en
subrayar el sentimentalismo, del mismo modo que presta menos atención a sus
personajes de carne y hueso que a los de trapo. Pero el gran problema de “Christopher
Robin” es que es increíblemente aburrida, y que parece haber sido diseñada para
no entretener ni a niños ni a adultos. No Recomendada.
Venom. (USA, 2018). Dir. Ruben
Fleischer.
Película de la Factoría Marvel. Ciencia-ficción,
superhéroes y aventuras interpretada por Tom Hardy, Riz Ahmed, Michelle
Williams, Jenny Slate y Woody Harrelson.
Cuando, a mediados de los ochenta, la historieta de
superhéroes experimentó una profunda renovación conceptual de la mano de un
surtido grupo de dibujantes y guionistas –Miller, Sinkiewicz, Morrison, Moore,
entre otros-, la entrada de un dibujante como Todd MacFarlane en la Marvel
propuso otro camino posible. Mientras unos abogaban por dotar al género de un
cariz autorreflexivo, crítico y en ocasiones marcadamente intelectualizado,
McFarlane ofrecía un nuevo sentido de la espectacularidad, mediante un trazo de
barroco detallismo que abrazaba la hipérbole visual como principio rector. La
creación del supervillano Venom para las aventuras de Spiderman fue su
declaración de principios: una poética de la carne mutante de inflexión oscura
que, más tarde, sería amplificada en sus trabajos para el sello Image, con su
infernal Spawn como gran figura tutelar.
Si el exceso formal fue siempre el distintivo del toque
McFarlane, el hecho de que la primera película que concede un total
protagonismo al personaje sea tan rutinaria en su estilo visual hace que salten
las primeras señales de alarma, que el desarrollo de la trama no logra ni mucho
menos silenciar. El “Venom” de Ruben Fleischer es una de esas películas Marvel
cuyo diseño de producción parece haber sido confiado a un gerente, con especial
debilidad por el diseño de oficinas como las que deben de haber acogido las
reiteradas y tediosas reuniones de ejecutivos para intervenir en el guión con
la misma alegría con que deslocalizarían una filial de empresa.
“Venom” no sabe si quiere ser una película sobre un
superhéroe o sobre un supervillano. O una buddy
movie de hombre y simbionte. Con un Tom Hardy que transpira incomodidad en
la comedia física, el traspié parece deber su existencia a la decisión
corporativa de improvisar un modesto elemento de cohesión en el subsector Sony
del universo Marvel. No Recomendada.
Ola de crímenes. (España, 2018).
Dir. Gracia Querejeta.
Comedia negra interpretada por Maribel Verdú, Juana
Acosta, Paula Echevarría, Antonio Resines, Raúl Arévalo, Luis Tosar, Raúl Peña,
Nora Navas, Montse Pla y Roberto Bonacini.
No son pocos los casos de directores españoles que, más
debido a las complicadas circunstancias económicas y de producción de nuestra
cinematografía que a un verdadero anhelo por encontrar nuevos caminos para el
desarrollo de una obra más o menos amplia, han acabado haciendo películas
impensables en el momento en que se iniciaron sus carreras, tanto para el
espectador como seguramente para ellos mismos. Así ha sido demasiadas veces
nuestro cine y volvemos a estar en una encrucijada respecto de lo que se supone
que demanda el público y el coherente abono de una obra personal.
Si a la Gracia Querejeta de los años noventa, la de las
complejas relaciones familiares y el rictus dibujado en sus armazones
dramáticos, la de historias como “Una estación de paso” y “El último viaje de
Robert Rylands”, le dicen que dos décadas y media después iba a estar haciendo
comedias de ambiciones estrictamente comerciales, como es el caso de la
deficiente “Ola de crímenes”, puede que se hubiera acordado de la larga lista
de grandes cineastas que en su día también inclinaron la balanza hacia un
territorio en principio insospechado: de Rafael Gil a Angelino Fons, pasando
por Antonio del Amo, Pedro Lazaga, José María Forqué y Manolo Summers.
La secuencia de arranque ya hace saltar las alarmas: dos
intérpretes tan formidables como Maribel Verdú y Javier Cámara, ambos de
innegable vis cómica, sucumben ante un texto sin chispa ni calidad. Más que la
situación en sí, son los diálogos los que encallan, las réplicas con
pretensiones ocurrentes. Y a partir de ahí, en forma de largo flashback, la
película se configura como una comedia negra de enredo, con muertes, sangre,
sexo, violencia, corrupción, adulterios y hasta estupros. Un trabajo que pocas
veces encuentra el tono.
Escrita en solitario por Luis Marías, “Ola de crímenes”
tiene tramas y situaciones tan distintas que incluso los intérpretes se
muestran a veces un tanto perdidos, con registros y momentos que mezclan como
agua y aceite, lo que lleva a actuaciones que nunca acaban de casar en la misma
película. Y ahí el estrambóticamente expansivo método de Juana Acosta y el
tormento interior (y exterior) de Antonio Resines podrían ejercer de
paradigmas. De modo que la película, que pretende ser negra y atrevida, va por
rachas en lugar de aglutinarse en un tono uniforme. Un desajuste de base que
termina hundiendo un libreto, de todos modos, con la gracia justa. No Recomendada.
Ánimas. (España, 2018). Dir. Laura
Alvea y José F. Ortuño.
Película española de terror, interpretada por Ángela
Molina, Luis Bermejo, Chacha Huang y Clare Durant.
Es muy difícil hablar de esta película sin cometer
spoiler, pero lo intentaremos. La cosa arranca dentro de los parámetros más
manidos del subgénero de terror juvenil, con dos amigos desde la más tierna
infancia, un chico y una chica, que empiezan a padecer fenómenos paranormales y
se topan con apariciones inexplicables, que no son sino un mcguffin para que
los directores, apoyándose en una banda sonora estridente y muchos ruidos,
proporcionen al espectador un sobresalto tras otro.
Pero hete aquí que, de repente, cuando van dos tercios de
cansino metraje, el guion da un giro copernicano y los sustos de porque sí dan
paso a un thriller psicológico con cierta originalidad (incluido un retrato de
personajes hasta ese momento ausente, del que, además, sacan buen partido los
cuasidebutantes Iván Pellicer y Clare Durant) que es capaz de atrapar una
atención que se iba dispersando por momentos y desemboca en un desenlace que
deja buen sabor de boca. La lástima es que ese giro no se produjera mucho
antes... No Recomendada.
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