9 películas se estrenan
el 19 de octubre de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Tres
producciones son estadounidenses, tres son españolas, una británica, una
italiana y una surcoreana. A pesar de este aluvión de estrenos, se han quedado
sin editar esta semana en Sevilla varios títulos. La película española “Miau” (Ignacio
Estaregui, 2018), comedia sobre la vejez con muy malas críticas; el documental
español “Desenterrando Sad Hill” (Guillermo de Oliveira, 2018), sobre la
reconstrucción del cementerio construido en España hace 50 años para la
secuencia final de la película "El bueno, el feo y el malo"; el drama
español “Destierros”, dirigida por 12 cineastas que interpretan la obra del
escritor Joseba Sarrionandia, entre los que están Oskar Alegria, Özcan Alper,
Asier Altuna, Mireia Gabilondo, Eugène Green, Itziar Leemans, Josu Martinez,
Fermín Muguruza, Ane Muñoz Mitxelena y Maider Oleaga. Otra película que se
queda sin editar es el drama deportivo estadounidense “¡A ganar!” (Sean McNamara,
2018), basado en la historia real del equipo de voleibol femenino de West High
School. Y tampoco se estrena la película de animación alemana “La pequeña bruja”
(Mike Schaerer, 2018). Lamentamos estas ausencias de la cartelera sevillana y
nos vamos a nuestro repaso semanal sobre los estrenos.
Burning. (Corea del Sur, 2018). Dir.
Lee Chang-dong.
Sección Oficial del Festival de Cannes 2018. Premio
Fispreci a la Mejor Película.
Entre el drama y el thriller pivota esta adaptación de una
obra de Haruki Murakami. Interpretado
por Yoo Ah In, Yeun Steven, Jun Jong-seo, Gang Dong-won y Seung Geun Moon.
Para convertir un cuento de 20 páginas en una película de
dos horas y media, más que atrevimiento o audacia, hay que tener ideas. Y el
coreano Lee Chang-dong, además de ideas, posee talento y estilo.
“Quemar graneros”, inquietante relato de Haruki Murakami,
contenido en su formidable colección de cuentos “El elefante desaparece”, donde
lo cotidiano se transforma en misterioso en apenas una línea, se ha convertido
en “Burning”, película de Lee, que, más que completar un relato abierto por
múltiples costuras por el escritor japonés, maravillosamente ambiguo, lo que
hace es incidir en su enigma desarrollando unos personajes apasionantes y unas
actitudes fuera de norma.
Si se leen los tres primeros párrafos del texto de
Murakami, ya es fácil ver en ellos las múltiples posibilidades narrativas para
una posible adaptación. Sin concreción en las acciones ni en los personajes, en
un estilo elíptico y con subtextos enigmáticos, rozando el existencialismo, “Quemar
graneros” parece presto para la llegada de un autor como Lee, que en obras como
“Peppermint Candy” (1999) y “Secret Sunshine” (2007) se había adentrado con
sobresaliente personalidad en las complejidades del espíritu y de la pérdida
con singular hermetismo.
Lee es fiel a Murakami siéndole infiel. Cambia aspectos
básicos del protagonista (de casado a soltero, o su clase social), e inventa un
nuevo desenlace (eso sí, casi tan abierto como el del cuento), manteniendo fijo
el ardor de un triángulo amoroso al que aporta una magnífica potencia visual y
sonora. Tanto en su música como en el bullicio y los susurros de la ciudad y
del campo, en sus amaneceres y en el tratamiento del espacio: los reducidos de
los apartamentos de la urbe y los amplios de las afueras, junto a los graneros
del título (aquí, invernaderos).
Con ecos de William Faulkner y su cuento “Incendiar
establos” (1939), que ya habitaban implícitamente el relato de Murakami y que
en la película se convierten en explícitos, “Burning” posee unos personajes
fascinantes, pero hay que abrirse a su atmósfera, a su extrañeza. El espectador
que espere respuestas y trama, algo que tampoco hay en Murakami, solo
encontrará frustración. El que se disponga con pasión ante un relato incierto y
turbio, entrará en el fuego recóndito de una gran película sobre la perdición. Recomendada.
Petra. (España, 2018). Dir. Jaime
Rosales.
Nominada a Mejor Guión en los Premios Féniz 2018.
Drama interpretado por Bárbara Lennie, Àlex Brendemühl,
Marisa Paredes, Joan Botey y Petra Martínez.
De todos los trabajos autoimpuestos, de todas las tareas
pendientes, ninguna tan ingrata, dolorosa e injusta como la de perdonar.
Probablemente imposible. Quizá por ello, ningún arco dramático resulta tan
atractivo y, dado el caso, revolucionario como el que discurre de la traición
al perdón. “Petra” se limita a tensar hasta casi la angustia ese arco. Y lo
hace con la mirada clara.
Además de elegante, gamberra y dolorosa. Todo a la vez.
Estructurada en actos, la película aspira a comportarse en la memoria del espectador
como una tragedia griega. Una mujer (sorprendente y cada vez más grande a cada
paso que da Bárbara Lennie) quiere saber quién es su padre. Su investigación,
llamémosla así, la lleva a casa de un artista (igual de sorprendente el no
actor, pero sí artista de verdad, Joan Botey). Lo que sigue, siempre alrededor
de la familia y sus accidentes, es el descubrimiento de una traición y la
obligación, quizá imposible, de, en efecto, el perdón.
La calculada y minuciosa estructura de la cinta conduce
al espectador por un extraño laberinto a la vez ajeno y perfectamente
reconocible; transparente y sonámbulo. La cámara se coloca siempre de frente en
el lugar más transparente de todos. Las escenas se van hilando en planos que
son a la vez secuencias tan tensos y crudos como magnéticos. Todo queda a la
vista y, sin embargo, lo que cuenta es la herida que discurre por dentro. Tan
perfectamente oculta que acaba por verse perfectamente. Demasiado quizá.
El resultado es una obra mayor sobre la humillación, el
dolor y, otra vez, la tarea imposible de perdonar. Recomendada.
La buena esposa. (Reino Unido, 2017).
Dir. Björn Runge.
Sección Oficial del Festival de San Sebastián (fuera de
competición).
Drama ambientado en el mundo de la literature, interpretado
por Glenn Close, Jonathan Pryce, Christian Slater, Max Irons y Harry Lloyd.
¿Cómo asume, cómo celebra, cómo vive un ganador del
Premio Nobel de Literatura una llamada desde Estocolmo con la noticia del
galardón y los días posteriores alrededor de los fastos? ¿Mirando hacia el
presente, hacia el pasado o hacia el futuro? ¿Hacia los suyos o hacia sí mismo?
¿Con la pasión de un principiante o con la calma de la madurez profesional y
personal?
El planteamiento inicial de “La buena esposa”,
coproducción entre Suecia y Reino Unido dirigida por Björn Runge, tiene el
suficiente atractivo cultural, e incluso psicológico y emocional, como para
vislumbrar una obra interesante que, a partir de esa esencia, puede acabar
abriéndose en muy diferentes direcciones. La de Ingmar Bergman, por ejemplo,
con sus intelectuales rígidos, aislados, fríos, egocéntricos y con desgraciada
habilidad para la humillación de sus mujeres, habitualmente dóciles y sumisas.
O también la del melodrama más convencional, el que se bifurca hacia el pasado
para esclarecer el presente (más que para interpretarlo), a través de
flashbacks y explicaciones que no dejen lugar a la duda. Sobre todo, en un caso
como el de la película, basada en una novela de Meg Wolitzer, que como bien
indica ya su título va a poner el foco no tanto en el galardonado como en su
fiel esposa, representante, copista, consejera, voz de la conciencia, señora de
la limpieza, enfermera y quizá muchas cosas más.
Runge elige ambas vertientes al mismo tiempo, con
aspectos trascendentes de la corriente bergmaniana, pero también con una puesta
en escena y una estructura de un academicismo ramplón. Y el resultado es un
tanto desigual. Atractivo en determinados matices, queriendo huir del lugar
común, sobre todo en el de las razones de la fidelidad de la mujer, y sin
embargo cayendo en los clichés con la tipología del novelista (judío,
mujeriego, implacable, de alumna en alumna desde la primera de ellas, su propia
esposa), y el consabido conflicto con un hijo aspirante a escritor al que suele
machacar con su desprecio y sus juicios.
De modo que, ante la evidente irregularidad con cierto
encanto de la película, hay que quedarse con dos aspectos incontestables: la
reivindicación feminista de la historia, trayendo a la memoria casos
lamentablemente semejantes, y la formidable interpretación de Glenn Close, de
amplia gama y asentada en la mirada hacia sí misma, hacia un interior derrotado
y orgulloso, que en su momento climático evoca a su histórica condesa de
Merteuil en el último plano de “Las amistades peligrosas”. Recomendada (con reservas).
Caravaggio: En concepto y alma. (Italia, 2018). Dir. Jesus Garces Lambert.
Documental italiano.
Un emocionante e inquietante viaje cinematográfico a
través de la vida, el trabajo y los tormentos de Caravaggio. La luz y la
sombra, los contrastes y las contradicciones, el genio y la intemperancia
distinguen su existencia y su arte. Un recorrido narrativo y visual filmado en
8K en Milán, Florencia, Roma, Nápoles y Malta. Sin referencias, pero pinta
bien. Recomendada
(con reservas).
Animales sin collar. (España, 2018).
Dir. Jota Linares.
Thriller español interpretado por Natalia de Molina, Daniel Grao, Natalia Mateo,
Borja Luna y Mariana Cordero.
La ambición, como el riesgo, son omnívoros. Y hasta
omnímodos. Todo lo desean, todo lo devoran. Hasta la autofagia (es decir, hasta
comerse por dentro) si es preciso. Y el comentario vale tanto para el argumento
de “Animales sin collar” como para su resultado. Jota Linares adapta a su modo “Casa
de muñecas”, de Henrik Ibsen, y lo hace como se deben hacer estas cosas: con
una firme voluntad suicida. La historia de una mujer, de repente, consciente de
su destino es utilizada como excusa para un thiller entre el misterio y la
provocación donde son citados como testigos desde la corrupción de los
pretendidamente honestos hasta la desesperación de los evidentemente
humillados.
O humillada, mejor. El resultado es un película tan
visceral como intensa, tan grave en su planteamiento como, y esto no es bueno,
desenfocada en su ímpetu, en su pomposidad quizá. El empeño por hacer coincidir
cada línea de la obra teatral con la actualidad política y social acaba por
emborronar una cinta que lo quiere todo y todo lo devora: hasta a sí misma.
Lástima. No Recomendada.
Escuela para fracasados. (USA, 2018).
Dir. Malcolm D. Lee.
Comedia simplona “made in USA”, interpretada por Kevin
Hart, Tiffany Haddish, Megalyn Echikunwoke, Keith David y Anne Winters.
En su nueva comedia, el actor Kevin Hart se contenta con
reciclar su limitada colección de tics maniáticos, hasta tal punto que el
personaje que en ella interpreta es prácticamente indistinguible de los que
encarnó en “Vaya patrulla” (2014), “Dale duro” (2015) y “Un espía y medio”
(2016). Por lo demás, “Escuela para fracasados” son 111 minutos de metraje
vehiculados por una trama increíblemente desgarbada e innecesariamente
complicada, y rellenados con una sucesión de chistes de pedos y vómitos y zonas
púbicas entre los que apenas dan en el blanco media docena, uno por cada uno de
los guionistas que firman la película. No Recomendada.
Matar o morir (Peppermint). (USA, 2018).
Dir. Pierre Morel.
Thriller de acción y venganza interpretado por Jennifer
Garner, Richard Cabral, John Ortiz, John Gallagher Jr. y Juan Pablo Raba.
La cámara se acerca a un coche que se agita a golpe de
rítmicas sacudidas en la azotea de un aparcamiento. Décadas de lugar común
proporcionan al espectador las claves necesarias para interpretar la imagen: se
supone que ese es el signo que ha inmortalizado el cine para informar a los
espectadores de que, en el interior del vehículo, hay una pareja entregada al sexo.
Pero no: lo que ocurre en el interior es que una contundente Jennifer Garner
está repartiéndole estopa a un tipo patibulario hasta que remata la faena
reventándole la cabeza. La secuencia pasa por corte a una secuencia de créditos
que, en sus formas y ritmos, flirtea con la mímesis de las paradigmáticas
cabeceras de una serie televisiva: en este caso, las imágenes parecen estar
desarticulando el recuerdo nostálgico de la ráfaga de sonidos e imágenes que
abrían la sofisticada “Corrupción en Miami” de los ochenta. En lugar de
flamencos rosas ascendiendo a cielos de neón, colores pastel y glamour hortera,
lo que aquí se acumula son calles desamparadas, poblados chabolistas, vidas sin
techo en las zonas más marginales de Los Ángeles. El arranque de “Matar o morir
(Peppermint)”, quinto largometraje de Pierre Morel, anticipa una película
bastante menos sumisa a las fórmulas de lo que acaba siendo.
Formado en la escudería Luc Besson, Morel cuenta en su
haber con la fundación de una franquicia que reformuló, inesperadamente, a Liam
Neeson como torvo héroe de acción –Venganza (2008)- y con un sorprendente
trabajo recorrido por un irreverente sentido del humor –Desde París con amor
(2010)-, dos piezas que, de distintas maneras, transmitían el mensaje de que
tenía cierto sentido proponer un cine de acción europeo a la americana, porque
siempre se colaría entre sus rendijas una singularidad capaz de desmarcarlo del
mero producto de consumo. Pero no, la combinatoria de tópicos que activa el
temprano flashback sobre el trauma del personaje y la mera rutina con que se
resuelven las secuencias de acción -¡ese tiroteo en el almacén de piñatas!-
delatan que quizá la aspiración última de Morel era convertirse en un
realizador de thrillers del montón. No Recomendada.
Barbacana, la huella del lobo. (España,
2018). Dir. Arturo Menor.
Documental español que Documental que aborda el conflicto
entre ganaderos y lobos. El film nos transporta desde Sierra Morena a las
cumbres de la cordillera cantábrica.
Cuatro años después de “Wildmed, el bosque mediterráneo”,
meritorio documental de naturaleza filmado en Sierra Morena, Arturo Menor ha
diversificado sus localizaciones (Picos de Europa, Fuentes Carrionas, Sierra
Norte de Sevilla…) para filmar de nuevo a los depredadores con semejante
táctica de acoso y derribo: los animales, con sus colmillos; él mismo, con su
cámara. Sin embargo, “Barbacana, la huella del lobo” es un trabajo menor
respecto de aquel: igual de didáctico, pero más modesto en sus imágenes y en
sus logros, cerca de un añejo (y, aun así, interesante) documental de La2 de
hace 15 años.
En demasiados momentos de su mitad inicial, la película
de Menor parece la historia de una frustración. Ir a filmar al lobo, y no
lograrlo. Y, como a veces hacen ciertos autores de literatura de autoficción,
rodear el relativo fracaso (nunca lo es en estos casos de trabajos, siempre
pertinentes y encomiables) con la explicación de sus reveses, lo que convierte
a una parte del metraje en un documental sobre cómo filmar un documental. Algo
que lleva a que la platea pueda analizar con la lupa del descreimiento algunas
de sus persecuciones, narradas a modo de película de suspense, con la música
subiendo y subiendo, pero en las que el rastreador y su prensa nunca salen en
el mismo plano.
Eso sí, con interesantes entrevistas a profesionales del
sector, Barbacana es directo en sus textos, sin la innecesaria retórica de
fácil lirismo de otros productos del estilo, y loable en sus explicaciones de
por qué el lobo es tan criminal como necesario. Y además tiene el buen gusto de
introducir una bonita versión de la canción popular de los “Cinco lobitos”,
interpretada por Rozalén. No Recomendada.
Slender Man. (USA, 2018). Dir. Sylvain
White.
Cine de terror interpretado por Joey King, Annalise
Basso, Javier Botet, Julia Goldani Telles y Jaz Sinclair.
La recepción en Estados Unidos ha sido nefasta; las
críticas, casi de forma unánime, terribles; y se cuenta que durante la fase de
producción el guion debió ser reescrito y, ya en la de posproducción, el
montaje final alteró parte del desarrollo y por el camino desaparecieron tramas
y personajes. Y, sin embargo, la primera media hora de “Slender man”, película
de terror juvenil dirigida por el francés afincado en EE UU Sylvain White, es estupenda.
¿Solo la primera media hora? No solo. Su espíritu de
crueldad y su siniestra visión de la adolescencia permanecen a lo largo de todo
el relato como un mazazo de perversa malignidad. Eso sí, no es una película de
sustos al uso, la banda sonora es casi de vanguardia y el retrato de
personajes, lúgubre. ¿Será por todo ello, razones que tienen más que ver con su
falta de comercialidad que con su calidad intrínseca, por lo que ha sido
rechazada? No solo. También es cierto que a partir de la mitad de la historia
hay tramas incomprensibles, personajes que salen sin explicación alguna, y que
el desenlace es anticlimático. Aparte de la nula capacidad para el escalofrío
de la presencia de la criatura del terror, una especie de versión moderna del
hombre del saco: un monstruo sin rostro, nacido en foros de Internet en el año
2009, al que interpreta el español Javier Botet con su privilegiado cuerpo para
este tipo de cine.
“Slender man” presenta un panorama chungo para las chicas
protagonistas, en un pueblo de mierda, con chicos claramente inferiores en
mente y actitud, y padres invisibles o borrachos en el sofá, con rastro de
botellas de cerveza por toda la casa. Un universo presto para el atrevimiento y
para los miedos, para el contagio adolescente del mal, para los paralelismos
con los desgraciadamente habituales secuestros y desapariciones contemporáneas.
Y, desde el inicio, con diálogos creíbles y ambiente sórdido.
Sin embargo, con evidentes ecos de la japonesa “The Ring”
y su vídeo maldito, las virtudes no acaban de durar. Tras la desaparición de la
primera de las cuatro chicas de la pandilla, la historia se va derrumbando por
reiteración y confusión, pese al buen gusto de White para el empaque formal. Y
ya únicamente queda la perversidad. ¿Suficiente? Quizá. No Recomendada.
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