8 películas se estrenan
el 10 de noviembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Aún no
ha terminado el Festival de Cine Europeo en Sevilla (SEFF 2017), cuando nos
llega una avalancha de estrenos en las salas comerciales y algunos de ellos
imposibles de rechazar. Cuatro son producciones españolas, una estadounidense, una
sueca, una japonesa y una polaca. Si aún queda ganas de cine, tras el Festival,
ahí van nuestras recomendaciones.
The
Square. (Suecia, 2017). Dir. Ruben Östlund.
Palma
de Oro en Cannes 2017.
Cuarta
película que se estrena en nuestra ciudad de la Sección Oficial del Festival de
Cannes 2017. El
director Ruben Östlund y el productor Kalle Boman presentaron en 2014 en el
museo Vandalorum de diseño de Suecia una instalación artística marcada por la
simplicidad: un simple cuadrado iluminado colocado en el suelo. Le acompañaba
un texto: “El Cuadrado es un santuario de confianza y cuidado. En su interior
todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”. Al año siguiente la
instalación fue trasladada a una plaza de Värnamo, propiciando que esa pieza
conceptual, concebida para espolear reflexiones sobre contrato social y
altruismo, se cargase de nuevos significados con las interacciones de los
ciudadanos. Dos años más tarde, El Cuadrado se convirtió en la primera piedra
para levantar “The Square”, quinto largometraje de ficción de Östlund, nueva
sátira finísima y magistral tras la impresionante “Fuerza mayor” (2014).
El
Cuadrado, la pieza artística, no es el MacGuffin de “The Square”, comedia
diabólica ambientada en el mundo del arte contemporáneo y sus claroscuros, sino
el elemento que determina su concienzudo planteamiento estético, porque, del
mismo modo que la obra aísla por cuatro lados una zona del espacio público para
crear tensiones entre lo que está dentro y lo que está fuera –como las crea, de
hecho, toda frontera, visible o invisible-, Östlund concibe cada plano
cinematográfico de su película a partir del pulso entre el campo y el fuera de
campo. En ese sentido, “The Square” ofrece toda una lección magistral regida
por un humor que se modula en inesperadas formas de incomodidad: basta colocar
a un bebé en el fuera de campo de una reunión de publicistas para que la
respiración de una escena se cargue de comicidad. O, también, colocar a un
espectador con Síndrome de Tourette en el fuera de campo de una conferencia de
prensa para golpear los clichés del lenguaje protocolario con la feroz insistencia
de una irreverente lluvia de granizo (obsceno).
El
cineasta sabe cuál es el ángulo de cámara adecuado para que una instalación
artística, consistente en unos montones de polvo de igual tamaño, se transforme
en el espacio de minimalistas coreografías cómicas que hubiese envidiado el
Jacques Tati de “Playtime” (1967). Compuesta íntegramente por secuencias
inolvidables –la descontrolada performance de un artista brilla especialmente-,
“The Square” no se limita a bromear sobre arte: su discurso, universal, apunta
a la pérdida de significado de la confianza, el afecto y el compromiso en una
Europa envasada al vacío. Recomendada.
Oro. (España, 2017). Dir. Agustín Díaz Yanes.
Como Herzog, como Saura, Agustín Díaz Yanes en
complicidad con Arturo Pérez Reverte se aventura en ilustrar ese capítulo alucinado
de épica y ambición en el que una partida de conquistadores españoles se
adentran en la selva amazónica en busca de la mítica ciudad de El Dorado.
El relato de Pérez Reverte sobre la expedición de Lope de
Aguirre y Núñez de Balboa lo recoge Díaz Yanes con la indumentaria narrativa de
la crónica de Indias, y lo más sorprendente de lo que vemos y lo que oímos
(apuntes, dietario, crónica de hace cinco siglos) suena rebosante de
actualidad, como si «Oro» no nos hablara exclusivamente del pasado, sino de un
tormentoso presente y de una actualidad llena de ambición, ensoñaciones,
violencia, traición, sediciones y contradioses… No ha de ser casual, pues, que
esos personajes aguerridos, emponzoñados de selva y hambres, dialoguen entre sí
como se dialoga ahora: Reverte, conocedor experto del lenguaje de la época,
Díaz Yanes y sus actores, impregnan de ahora mismo aquella vieja sensación de
sueño de conquista y apocalipsis. Podrían, incluso, establecerse paralelismos
entre cada personaje, sus pasiones y actos, con los de plena actualidad, desde
el escribano Real, que apunta como un tertuliano, a la medra eclesiástica o a
las luchas internas por el poder, por la gloria, por el placer y por el oro.
«Oro» entra por los ojos, pero le da trabajo a la nariz:
españolazos de patria chica a la gresca goyesca. Te entierra en esa progresiva
descomposición de lo humano del hombre cuando la incertidumbre, el miedo, la
crueldad y la distorsión de principios y fines lo acorralan con un envoltorio
perfecto de selva, barro, flujos y sangre. Pero también te provoca una salida a
la reflexión: lo que éramos, lo que somos. Obviamente, es una película amarga,
pesimista, con escasos momentos de grandeza (acaso el de Juan Diego y algún
gesto de Arévalo o Coronado) pero que resume quevedianamente un estado de ánimo
y de patria. Todos los actores están espléndidos (¿cuándo no lo está Óscar
Jaenada?) y tanto te meten en el contexto histórico de entonces como en el
Telediario de hoy. Recomendada.
La librería. (España, 2017). Dir. Isabel Coixet.
En los primeros minutos
de esta maravillosa película, una voz en «off» nos regala algunas ideas y
sensaciones sobre el placer de la lectura, sobre esos momentos de profundo
deleite cuando uno descubre entre las palabras de un libro esas emociones que
sabe cómo tenerlas pero no cómo expresarlas. Y aun conteniendo ese perfumado
elogio a las letras, Isabel Coixet organiza en su desarrollo otras alabanzas a
flujos internos tan «superados» hoy como el amor a la lectura: el buen tesón,
los principios, el respeto, el buen gusto...
La historia es sencilla:
una mujer cumple su sueño de abrir una librería, la única en un pequeño pueblo
inglés, e incomoda con ello los intereses de la alta sociedad del lugar. Pero,
lo que explicado en una línea es sencillo, el hermoso trabajo de Coixet
consigue envolverlo de tantas sutilezas y complejidades, de tanto mundo
interior agazapado en los personajes, sus actos y diálogos, que se asiste a
todo ello como a un duelo de «western», pero armado de ironías y cinismo
«british», ese que subyace detrás del texto y del rostro de los personajes. La
relación entre Emily Mortimer (ella) y Bill Nighy (un viejo viudo, lector y
ermitaño) produce momentos de cine acorazado de emoción sólo comparables a los
de Anthony Hopkins y Emma Thompson en «Lo que queda del día», esa especie de
implosión de soledades, de afinidades, pero separadas por la inmensidad de un
centímetro.
Tanta sensibilidad como
circula por las venas de la película se ve adornada por una melódica puesta en
escena (todo el frío por fuera) y unas interpretaciones de fábula, a cuyo tono
pertenece la de la «villana» Patricia Clarkson, esa actriz capaz de transmitir
el mal (o lo divertido del mal) con ojos golosos. Hay que felicitar a Isabel
Coixet por limar hasta casi la absoluta redondez esta película sobre todo eso
tan «viejo», tan «pasado» (del cine, y de lo demás), que es imprescindible
verlo, paladearlo y conservarlo. Recomendada.
Spoor (El rastro). (Polonia, 2017). Dir. Agnieszka Holland.
Premio a la Mejor Actriz (ex aequo) para Mandat-Grabka, en la Seminci 2017.
Preseleccionada al Oscar 2018 a Mejor Película de Habla No Inglesa por
Polonia.
En una secuencia de “Spoor (El rastro)”, primer largometraje de Agnieszka
Holland en seis años –series como Treme, The Killing y House of Cards han
dominado su agenda durante todo este tiempo-, una mujer que acaba de sufrir la
agresión de su marido le cuenta a la protagonista, ingeniera retirada con
afición por la astrología, una vieja leyenda polaca: la del Cazador Nocturno,
figura justiciera que, montada sobre dos grullas negras, extermina a los
malvados. Es uno de los signos –otro es un significativo disfraz en la fiesta
que sirve de marco al diálogo- de que a la directora le ha entrado una cierta
urgencia por resolver el misterio que articula su película.
Basada en la novela “Sobre los huesos de los muertos” (Siruela) de la
escritora Olga Tokarczuk, “Spoor (El rastro)” tiene un enigma que resolver en
su centro –una serie de asesinatos de cazadores en una zona montañosa limítrofe
con territorio checo-, pero prefiere tomarse su tiempo describiendo la red de
complicidades que se va estableciendo entre las figuras marginales de un
paradigmático microscosmos rural con subsuelo ominoso. La dependienta de una
tienda de segunda mano, el informático amante de William Blake que sufre
ataques epilépticos, un entomólogo especializado en insectos necrófagos y un
vecino taciturno van formando una constelación de afectos alrededor de la
figura central de esa Janina Duszejko que se convertirá en el inquisitivo
vector de justicia en el seno de una comunidad aislada que parece vivir
cómodamente instalada sobre la sangre de las bestias. Recomendada (con reservas).
La Chana. (España, 2017). Dir. Lucija Stojevic.
Una película calmada, tierna y abierta, elegante y sobria, para retratar un
fenómeno de la naturaleza, un ciclón de arte y vida, una mujer vertiginosa y
emocionante. La combinación perfecta: otorgar aire y apacibilidad a la
velocidad y el brío. Es “La Chana”, producción española dirigida por la croata
formada cinematográficamente en Escocia Lucija Stojevic, gran sorpresa para
nuestro país en las recientes candidaturas a los Premios del Cine Europeo,
donde está entre las aspirantes a mejor documental, sobre la bailaora
barcelonesa Antonia Santiago, apodada La Chana, una de las más importantes de
la segunda mitad del siglo XX, y virtuosa del taconeo.
“El compás hay que tenerlo entre ceja y ceja, en los sesos. Esa es la madre
del cordero”, dice con sabiduría gitana Antonia, de 70 años, marcando el
secreto de su genio. El compás musical, el compás flamenco, se entiende. Y, sin
embargo, Stojevic ha entendido también el compás propio para su trabajo, el
cinematográfico, que dista mucho del de La Chana, pero que acaba convergiendo
en una película hermosa y didáctica, humana y social alrededor del arte, pero
también del papel de la mujer en la sociedad española, del lugar de la mujer en
la patriarcal sociedad gitana. Con el hilo conductor de una serie de instantes
cotidianos de la bailaora en su vida actual, trufados de declaraciones que se
alejan de la entrevista en modo busto parlante, a veces expuestas en off, sobre
actuaciones o fotografías de archivo, el documental abraza el baile de la libertad.
Aquel que fue sometido por la violencia de género, y se expulsaba a través del
frenético taconeo de una mujer que dejaba boquiabierto al personal, rímel
corrido por el sudor externo y la sangre interna, por el dolor y la rabia.
Admirada por Peter Sellers y por Dalí, que iba a sus espectáculos con
aquellos extraños leopardos que tanto miedo daban a Antonia, y presencia
mayúscula en la película de Robert Parrish “El magnífico Bobo” (1967), La Chana
se muestra sublime como un vendaval, en la palabra y en el baile, ahora
sentada, rodillas destrozadas, cuerpo inerte, rostro a punto de estallar. Y
Stojevic la filma con el aliento del compás, el de ambas, tan distinto, tan
distante, tan exacto. Recomendada (con reservas).
Feliz día de tu muerte. (USA, 2017). Dir. Christopher
Landon.
Algunas
películas parecen ser la materialización de una ocurrencia de cafetería, a la
hora del recreo, en una Escuela de Cine de Los Ángeles: la versión post-adolescente
de eso que los ejecutivos del Hollywood de los 80 llamaban “high concept” y que
consistía en ceñir la naturaleza de un proyecto en una sola idea que cupiera en
la frase más concisa posible. La suma de “Atrapado en el tiempo” (1993) y la arquetípica
escena de todo “slasher” en la que un psicópata asesina a una chica rubia es la
fórmula básica que sostiene “Feliz día de tu muerte”, tal y como la propia
película tiene el noble gesto de reconocer en su penúltima secuencia. La buena
noticia es que tan precario origen no invalida el poder de seducción de este
cuarto largometraje de Christopher Landon. La mala noticia es que quien busque
algo más que mero ingenio tendrá que buscar en otro lado.
Sería
mucho pedir que el cineasta hubiese convertido este proyecto en la versión “Halloween”
de los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau, pero hubiese sido una petición
algo más realista que intentara no limitarse a seguir el arco dramático de toma
de conciencia (del propio narcisismo) y redención que recorría el personaje de
Bill Murray en la comedia de Harold Ramis. Aquí, la protagonista concilia su
personal camino de perfección con la dinámica del “whodunit” con inevitable
sorpresa final.
La
obra resultante se integra con dignidad, pero sin brillantez, ni excesivo
ímpetu cuestionador, en la línea vocacionalmente autorreflexiva de “Scream”
(1996) y “The Final Girls” (2015). El experimento no le sirve a Landon para
interrogarse sobre los modos de representación del género, pero su viaje en el
Tren de la Bruja, con recorrido en forma de constante loop, luce, por lo menos,
un enérgico sentido del espectáculo. No Recomendada.
Musa. (España, 2017). Dir. Jaume Balagueró.
Tras un tiempo en el que casi resultaba extraño que una película española
adaptara una novela previa, operación que parecía proscrita para la mayoría de
los productores, nuestro cine —y también la televisión— lleva alrededor de un
lustro cambiando el sentido con puntuales traslaciones a la pantalla de
diversas novelas, principalmente best sellers, consciente de que detrás de
ciertos fenómenos literarios hay millones de lectores con los que medio camino
hacia el objetivo comercial parece ya labrado. Una travesía a la que se acerca
Jaume Balagueró, tras ocho producciones consecutivas sin refrendo editorial
previo, con “Musa”, basada en la novela de José Carlos Somoza “La dama número
13”, relato de terror apoyado en diversos guiños a la alta literatura, pero que
en su narración es puro alimento para el público de masas: entretenimiento
pasajero, ausencia de trascendencia y choque emocional alrededor de las más
altas pasiones.
La película, de este modo, se convierte en un correcto superventas en
imágenes, con gusto, bien contado y convincentemente interpretado, que se puede
ver con cierta soltura, pero que nunca atraviesa. En Balagueró siempre hay un
narrador poderoso y un eficaz promotor de representaciones y tramas con regusto
sobrecogedor. Sin embargo, en “Musa”, coproducción con Irlanda, Francia y
Bélgica filmada en inglés, no hay ese aura malsana que ya desde “Los sin nombre”
—su ópera prima y su única traslación de novela junto a la presente— ha
caracterizado al director catalán, ya fuera desde una órbita más polanskiana (“Mientras
duermes”), o desde el insólito y personalísimo artefacto terrorífico no exento
de sentido del humor (la saga “Rec”).
La intriga de “Musa”, en principio relacionada con las sectas, aunque
posteriormente dirigida hacia un terreno sobrenatural que no siempre converge
bien con la cotidianidad en la que se ambienta, sobre todo en el personaje de
la prostituta, se articula a través de la poesía, y se acude a detalles
cultistas procedentes de nada menos que Dante, Milton, Keats, Cavafis y
Shakespeare, entre otros. Pero su complejidad no va más allá de lo necesario, y
su relevancia, pese al auxilio de los grandes temas de la existencia —el amor,
la maternidad, el recuerdo, la creación—, apenas alcanza un estrato
superficial. No
Recomendada.
Yo-Kai Watch, la película. (Japón, 2014). Dir. Shinji Ushiro y Shigeharu
Takahashi.
Mitología, slapstick, costumbrismo de provincias y una sátira sobre las
flaquezas humanas que, si bien fina, no excluye el ‘caca, culo, pedo, pis’ del
mejor humor nipón. Está claro que “Yo-kai Watch” ha hecho méritos para hacerse
querer entre los mil y un descendientes de Pokémon, y esta primera película de
la franquicia (en su país de origen ya van por la cuarta) luce esas virtudes
para su bien. La animación del filme no es nada del otro mundo, y su trama
resulta tópica en muchos momentos, pero el viaje en el tiempo del protagonista
conlleva momentos deliciosos, tanto en la caracterización (ese ancestro macarra
con vocación de superhéroe) como en sus guiños al manga clásico o en esa
llegada de la televisión al Japón rural de los 50. Los jóvenes espectadores de
la serie disfrutarán de la película, y sus padres no la sufrirán. No Recomendada.
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