9 películas se estrenan
el 3 de noviembre de 2017 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Coinciden
estos 9 estrenos con el arranque del Festival de Cine Europeo en Sevilla (SEFF
2017), que tendrá lugar del 3 al 11 de noviembre de 2017. Lo cierto es que es
difícil decantarse por alguno de estos 9 estrenos cuando en nuestra ciudad
tendrá lugar un aluvión de más de 200 estrenos en el marco del Festival,
teniendo en cuanta, además, que muchos de estos filmes jamás se verán
estrenados en la cartelera de nuestras salas. Por todo ello, recomendamos
encarecidamente sumergirse en el Festival antes de ver cualquiera de los 9
estrenos que han tenido lugar en nuestra ciudad en la cartelera comercial. No
obstante, vamos a darle un repaso a los 9 estrenos de esta semana. Cuatro son
producciones estadounidenses, tres son españolas, una británica y una japonesa.
La gran enfermedad del amor (The Big Sick). (USA, 2017).
Dir. Michael Showalter.
Premio
Seminci Joven (ex aequo) en la Seminci 2017.
Todo
el mundo conoce el hilo de las comedias románticas, y dónde están sus nudos y
cómo se atan y desatan. Y tal vez por eso resulta más conmovedor, gracioso y
sorprendente que este hilo archisabido (chico y chica se conocen, se atraen,
distraen, contraen, retraen…) no contenga ni un solo nudo en su lugar previsto,
y que embauque (enamore) a cualquier espectador que disfrute haciendo papiroflexia
sentimental y cultural ante la pantalla. La física de la joven pareja
protagonista es clave para el desarme de los prejuicios de género, y también de
sexo, pues ambos, Kumail Nanjiani y Zoe Kazan, están a mil millas de lo cursi,
y poseen una enorme belleza, pero no en el plano, sino en la secuencia.
Hay
momentos, encuentros y desencuentros, en los que se traspasan la gracia y la
emotividad como si fuera el convoy del aceite, y tienen eso tan difícil de
calibrar (y de contener) que se llama desparpajo y transmiten el latido de sus
personajes, tan sencillos, tan culturalmente complejos, a un ritmo sin «jazz»
pero con el eco woodyalleniano.
Ellos
son el centro y la diana, pero sus contornos son formidables, y no sólo la
sorprendente Holly Hunter o el filosófico Ray Romano, sino todo el
extraordinario corte de secundarios, que forman una trama paralela familiar
(las cenas con los padres musulmanes de él) y profesional (las veladas de los
monologuistas «graciosos») que tiene tanto empuje como el hilo principal.
Una
gran cita con el cine cercano, de calle, de barra y local, en la que lo
gracioso atempera lo dramático y conmovedor, y lo conmovedor subraya lo
gracioso. Recomendada.
Saura(s). (España, 2017). Dir. Félix Viscarret.
Cuando se dio a conocer el proyecto de “Cineastas
contados” –serie de documentales inspirada en Cinéastes de notre temps y fundamentada en el diálogo
intergeneracional entre directores de cine español- resultaba evidente que la
idea de filiación cobraría una importancia central. Un cineasta joven retrata a
un veterano reconociendo, con ello, una tácita línea de descendencia. Lo que no
se antojaba tan predecible era que los primeros trabajos en salir a la luz iban
a tener que lidiar con inesperados obstáculos que acabarían determinando la
naturaleza de cada aproximación, introduciendo el imperativo de reaccionar
sobre el terreno ante las dificultades de cumplir un plan trazado. Así, si en “La
décima carta” (2014) Virginia García del Pino tuvo que mantener un pulso
constante con la erosión de la memoria de un creador, Basilio Martín Patino,
cuya obra apelaba a la revisión crítica de la memoria colectiva, Félix
Viscarret se ve abocado en “Saura(s)” a afinar su táctica para lograr que
emerja el retrato íntimo de una figura, la del autor de “Cría cuervos” (1976),
empeñado en bloquear el acceso a lo privado, al tiempo que rehúye toda
aproximación analítica a su obra creativa pasada para focalizar su atención en
el próximo proyecto en marcha.
A la condición de padre fundador (o, al menos, uno de
ellos) del Nuevo Cine Español que caracteriza a la figura de Carlos Saura,
Viscarret no solo suma su propia asunción de sentirse rama de ese árbol
genealógico: la idea de Saura-padre es, de hecho, el concepto vertebrador de
este proyecto que convoca a seis de los siete hijos del cineasta (uno de ellos,
Shane Saura, comparece por vía telefónica) para construir su retrato a partir
de una sucesión de conversaciones paternofiliales que revelan a un Carlos Saura
tan inalcanzable, ensimismado y esquivo (si bien, puntualmente afectuoso y
cálido) para su descendencia biológica como para esa descendencia artística y
simbólica que encarna Viscarret.
Con un eficaz envoltorio formal deudor de esa estética de
los paneles tan cara al Saura de la última época, “Saura(s)” matiza la aparente
impenetrabilidad del retrato a través de detalles tan reveladores como esa
filmación lúdica en la que el autor de “Elisa, vida mía” (1977) improvisa una
película de aventuras sin salir de una habitación de hotel, convirtiendo a su
compañera Eulàlia Ramon en una esfinge y a su hija en risueña momia. “Saura(s)”
logra desvelar los matices tras el icono. Recomendada
(con reservas).
La batalla de los sexos. (USA, 2017). Dir. Jonathan
Dayton y Valerie Faris.
En el famoso partido de
exhibición entre la número 1 del tenis Billie Jean King y el campeón retirado
Bobby Briggs, de 55 años, celebrado en Houston el 20 de septiembre de 1973 en
medio de las reivindicaciones económicas de las tenistas respecto de los privilegios
de los hombres, coexisten tantas vertientes dramáticas ―e incluso cómicas―, que
no son pocas las películas posibles sobre un evento tan complejo. Sin embargo,
Valerie Faris y Jonathan Dayton, autores de la formidable “Pequeña Miss
Sunshine”, no han querido elegir: han pretendido aunarlas todas ellas en la
desigual “La batalla de los sexos”, una obra que acaba destacando por su
romanticismo y su preciosa historia de amor frente a la dudosa relevancia de su
revolución social.
Faris y Dayton entienden
bien que el enemigo no es el bufón de la corte, sino el verdadero poder, la
rancia desigualdad de géneros. El tonto necesario que fue Briggs en este
episodio, tanto por el grosor de sus declaraciones como por la zafiedad de sus
polémicas ideas, compuestas para sacar tajada económica más que para sostener
un estatus, está muy bien definido. Sin embargo, la pareja de directores no
acierta a componer una película política, una obra de denuncia contra el
establishment de entonces, que muy probablemente sigue siendo el de ahora, pues
se mantienen la disparidad entre deportistas masculinos y femeninas, y las
quejas de éstas. Y no lo logra porque el dibujo de ese dominio ancestral, el de
los federativos que manejan los hilos, los que utilizan a su antojo al payaso
útil que fue Riggs, es el que menos se desarrolla del relato, quedando el
personaje de Jack Kramer ―considerado el fundador de la ATP― como un rectilíneo
villano de función con poca trascendencia, subrayado en su visualización y sin
los necesarios tintes de complejidad ni en su autoridad ni en su influencia.
Independientemente de la
gran factura de la película, con una hermosa fotografía retro, a la manera de
las texturas con cierto grano de los años 70, y con una representación de los
partidos de excelente verosimilitud en su tratamiento digital, sobre todo por
ese sonido que aúna el silencio de las pistas y el solitario bote de la pelota,
era allí donde se escondía la gran relevancia de la película. En un retrato
jugoso del poder deportivo que huyera del maniqueísmo, para así entrar en el
terreno de los privilegios, de los sectarismos y de las maquinaciones, a los
que se enfrentan un grupo de jóvenes mujeres tenistas sin más armas que su
talento para el deporte y su valentía para la vida. La batalla de los sexos ha
querido ser demasiadas cosas al mismo tiempo, y se ha quedado en un notable
relato romántico, una convencional película deportiva, y una discreta obra de
denuncia feminista contra el poder. El de ayer, el de ahora, y ojalá que no el
de siempre. No
Recomendada.
American Assassin. (USA, 2017). Dir. Michael Cuesta.
El
cruento desembarco de un grupo de terroristas islámicos en un resort vacacional
ibicenco convierte el arranque de “American Assassin” en algo parecido a un
inesperado mash-up entre el prólogo de “Salvar al soldado Ryan” (1998) y una de
las escenas más impactantes de la novela “Plataforma” de Michel Houellebecq. La
funcionalidad narrativa de ese arranque está clara: establecer el trauma
fundacional que definirá la identidad de Mitch Rapp, lobo solitario infiltrado
en las filas del yihadismo que no tardará en ser reclutado como agente
contraterrorista por un brazo fantasma de la CIA. El talón de Aquiles de los
modos de expresión de la película también se hace explícito en esos primeros
minutos: la sangre digital es barata (o, al menos, lo parece), por lo que corre
con tanta profusión en la representación de esta masacre como lo hará en otros
momentos climáticos de la película, pero resulta tan poco convincente como el
espejismo de fisicidad de unas posteriores escenas de acción condicionadas por
la brocha gorda de las imágenes de síntesis.
Sexto
largometraje de un Michael Cuesta a quien el paso por la nueva ficción
televisiva parece haber atrofiado lo que tenía de cineasta estimulante y
desestabilizador en “L.I.E.” (2001) y “El fin de la inocencia” (2005), “American
Assassin” adapta la undécima novela que Vince Flynn dedicó al personaje de
Mitch Rapp: un trabajo que echaba la vista atrás para esclarecer los orígenes
del vengador doliente devenido patriota. Con una misión sustentada en el cliché
como pretexto narrativo, la película se centra en el pulido de aristas del
personaje por parte de un mentor -sufrido veterano de guerra encarnado por
Michel Keaton-, a quien le salió rana su cachorro predilecto de entrenamiento.
Como tantas otras películas del género, “American Assassin” extrae su espesor
dramático traduciéndolo todo a términos de padres simbólicos enfrentados a
hijos modélicos que se estropean y a balas perdidas con potencialidad de ocupar
el lugar del retoño díscolo. Ojalá la película tuviera más mala intención ideológica
al mostrar cómo la venganza personal se recicla en materia prima para un
patriotismo que le insuflará vano contenido. No Recomendada.
Enganchados a la muerte. (USA, 2017). Dir. Niels Arden
Oplev.
"Hoy es un buen día para morir", clamaba Kiefer Sutherland, entre
la épica guerrera y el desafío moral, en la impactante primera frase de “Línea
mortal”, thriller de 1990 pero de espíritu aún ochentero, facturado con su
habitual ausencia de pretensiones por el entonces intachable en el terreno de
la efervescencia juvenil Joel Schumacher, con obras tan notables como “St.
Elmo, punto de encuentro” y “Jóvenes ocultos”.
Una intriga con una premisa lo suficientemente original y atractiva para
que quedara en la memoria ―unos jóvenes y sabiondos médicos en la fase del MIR
se mataban y resucitaban entre ellos en un quirófano, con todos los medios y
conocimientos, para descubrir qué hay de verdad en el famoso túnel de luz entre
la vida y la muerte―, pero con un desarrollo lindante con el cine de terror que
nunca superaba su resultona idea. Una película hasta cierto punto mejorable, de
la que ahora llega una nueva versión, “Enganchados a la muerte”, que es (casi)
un calco de la de Schumacher y que, como aquella, es inequívoca hija de su
tiempo: en lo formal y en lo moral.
Remake, que no secuela, pese a la presencia del personaje de Sutherland,
ahora maduro profesor de los chicos, ya que en el colmo de la desidia su nuevo
guionista, Ben Ripley, no ha establecido ni un solo elemento de conexión entre
una y otra, “Enganchados a la muerte” cambia en su puesta en escena los
vehementes travellings con grúa y helicóptero de “Línea mortal” por semejantes
movimientos en forma de sucedáneo digital, y sus neones clásicos de los 80 en
tono azul por una levemente cargante atmósfera new age.
Mientras, en lo moral, pervive tanto el remordimiento por los pecados del
pasado como la esencia redentora del relato, pero, en una línea más
contemporánea, hay una mayor incidencia en la competitividad extrema, como
reflejo de unos tiempos malsanos en lo laboral y lo social, y un considerable
subrayado en el castigo. De este modo, Niels Arden Oplev, director de esta
nueva versión, agudiza las ansias de triunfo de los jóvenes, al tiempo que
elimina una parte del importante elemento cristiano de la original: el gótico
de los escenarios y, sobre todo, la supresión de otra de las frases más
recordadas del guion original, aquel "¡Perdónanos, señor, por habernos
metido en tu puto terreno!".
Al que no haya visto la de 1990, le trasladará sensaciones parecidas de
fascinación decreciente. A los veteranos, un más de lo mismo sin el componente
nostálgico. No
Recomendada.
Pokemon ¡Te elijo a ti! (Japón, 2017). Dir. Kunihiko
Yuyama.
Ash Ketchum, de 10 años, es el protagonista de esta aventura. El joven, de
Pueblo Paleta, está decidido a embarcarse en una aventura hacia una región
inhóspita: Kanto. ¿Su objetivo? Convertirse en el Mejor entrenador Pokémon de
la historia. Para ello, contará con su compañero Pokémon Pikachu, un ratón
eléctrico con el que no hizo muy buenas migas al principio. De hecho, el propio
Ash llegó tarde a la elección de su Pokémon inicial, por lo que el Profesor Oak
tuvo que ingeniárselas para que el pobre no se quedara con las manos vacías.
Esta película de animación conmemora el 20º aniversario de la compañía. Los
niños adorarán la película. Nunca se hace aburrida aún siendo
incuestionablemente ridícula. Los más pequeños disfrutarán de ver Pokémon en la
gran pantalla y los fans entrados en años reirán viéndola con amigos. Aún así… No Recomendada.
El sistema solar. (España, 2017). Dir. Bacha Caravedo y
Chinón Higashionna.
El melodrama exige su ritmo. Pero, al contrario que el de la comedia, el
suyo ha de ajustarse a un diapasón callado. Para resultar hondo y veraz, el
melodrama pide que el dolor discurra por dentro entre la pausa y el secreto.
Importa más el silencio que lo otro. Pues bien, y siento el sermón, nada de
esto esperen encontrar en “El sistema solar”, una cinta eminentemente fallida,
ruidosa y tan fuera de registro como afectada. Sobre una obra de teatro de
Mariana de Althaus, una familia se sienta a celebrar la cena de Navidad.
Lo que sigue es un proverbial rosario de mentiras exageradas, revelaciones
confusas y reproches desmedidos. Desde la inminente muerte del patriarca hasta
el embarazo por sorpresa de una pasando por la locura accidental del otro, todo
cabe. Tremendo de puro cursi. Sin tragedia y sin gracia, que podría haber sido
otra opción, los directores no consiguen en ningún momento el tono adecuado
para tanto que se pretende, incapaces de encontrar el sitio entre la telenovela
estridente y lo solamente triste. Y, sin embargo, tan triste. No Recomendada.
The Crucifixion.
(Reino Unido, 2017). Dir. Xavier Gens.
La monja Maricica Irina Cornici, de veintitrés años de edad, falleció en el
monasterio de Tanacu, situado en el distrito rumano de Vaslui, en el mes de
junio de 2005 después de que el sacerdote ortodoxo Daniel Petre Corogeanu, con
la ayuda de otras compañeras de claustro de la víctima, le practicara un
exorcismo que culminó en tres días de ayuno completo con el cuerpo atado a una
cruz. Al año siguiente, la escritora Tatiana Nicolescu Bran tomó el caso como
punto de partida para un díptico de libros de no ficción que el cineasta
Cristian Mungiu canalizó en su película “Más allá de las colinas” (2012), que
se integró con naturalidad, aunque no sin polémica, en ese discurso en torno al
sustrato oscuro de su nación que hermana también a títulos como “4 meses, 3
semanas, 2 días” (2007) y “Los exámenes” (2016). Que Xavier Gens utilice el
mismo caso real para una convencional película de posesiones demoníacas que,
como exige el género, desarticula el racionalismo para suministrar al público
su ración de (baratos) golpes de efecto ilustra cómo el cine de terror puede,
en ocasiones, resultar mucho más reprobable por sus elecciones temáticas que
por sus códigos de representación.
El recurso de dar paso al flash-back fundiendo tiempos en la misma escena
es quizá lo único digno de mención en esta historia de periodista escéptica que
acaba somatizando la oscuridad de su objeto de estudio. Una mediocre película
de exorcismos que el precedente de Mungiu convierte en impertinencia. No Recomendada.
El cine español de animación está teniendo cierto éxito, aunque no por su
innovación en cuanto a la imaginación o en la creación gráfica de ambientes.
Ocurre en este largometraje (por otra parte, no se acaba de entender por qué
estas producciones se empeñan en ser más que cortos, largometrajes). No hay
argumento o personajes propiamente dichos ni efectos de animación
sorprendentes, ni siquiera meramente convincentes, en la odisea oceánica por
salvar la Tierra.
El acomodamiento en la ingenuidad, enseña del género, no debería equivaler
a pereza en el humor o en la aventura, por no decir en la divulgación de las
profundidades marinas, porque esta odisea adolece de agilidad narrativa, cuando
además la acción es constante. Se invoca al capitán Nemo de la novela de Verne,
al Nemo de la memorable adaptación de Disney y, sobre todo, a la aún más
memorable e imitada producción cinematográfica de Pixar, en la aventura de una
pequeña criatura octópoda que se erige en líder mundial. No Recomendada.
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