Título original: Il racconto dei racconti. Dirección: Matteo Garrone. País: Italia y Francia. Año: 2015. Duración: 125 min. Género: Drama, Fantástico. Guión: Matteo Garrone, Edoardo Albinati, Ugo Chiti, Massimo
Gaudioso, basado en el libro de Giambattista Basile. Jefe de Producción: Gian Luca Chiaretti. Diseño de
Producción: Dimitri
Capuani. Fotografía: Peter Suschitzky. Montaje: Marco Spoletini. Música: Alexandre Desplat. Vestuario: Massimo Cantini Parrini. Sonido: Leslie Shatz. Casting: Jina Jay. Estreno en España: 11 diciembre 2015.
Intérpretes: Salma Hayek (Reina de Longtrellis), Vincent Cassel
(Rey de Strongcliff), Toby Jones (Rey de Highhills), John C. Reilly (Rey de
Longtrellis), Bebe Cave (Violet), Shirley Henderson (Imma), Hayley Carmichael
(Dora), Stacy Martin, Jessie Cave, Alba Rohrwacher.
Sinopsis:
Ambientada en el Barroco, narra, con tintes fantásticos, la historia de
tres reinos y sus respectivos monarcas. Los de la Reina de Longtrellis (Salma
Hayek) y su marido (John C. Reilly), la de dos misteriosas hermanas que
encienden la pasión del Rey de Strongcliff (Vincent Cassel), y la del Rey de
Highhills, obsesionado con una Pulga gigante (Toby Jones), que le lleva a
romper el corazón de su joven hija...
Salma Hayek |
Comentarios:
Pasó por la sección oficial del Festival de Cannes 2015 y por el Festival
de Cine de Sevilla (SEFF´2015). Nos encontramos ante una libre adaptación de
“El cuento de los cuentos” del napolitano Giambattista Basile, célebre autor de
relatos cortos del siglo XVII. Curioso el nuevo trabajo que nos presenta
Garrone, tras “Reality” o “Gomorra”. Él mismo ha declarado que eligió abordar
el universo de Basile porque en sus cuentos siempre había encontrado esa mezcla
entre lo real y lo fantástico que siempre ha caracterizado a sus películas.
Si hay un país donde la historia pasada no ha dejado de estar presente en
las mentes futuras, ese es Italia. Arrancando de la antigua Roma, recorriendo
luego el Renacimiento, la unificación y el fascismo, el papel que en él ha
jugado la herencia cultural y su mitología ha sido decisivo y constante en su
progreso social y político. En particular, el Renacimiento se produjo en este
marco geográfico porque las ruinas de la antigüedad no habían quedado del todo
soterradas, ni sus habitantes las habían despejado por completo de su
imaginario. Y a su vez varios autores de este periodo luminoso, entre los que
destaca Maquiavelo, anticiparon con su obra la unión de las ciudades y los
señoríos, y con él el nacimiento del Estado moderno. Centrándonos con todo más
bien en el terreno literario, en los siglos XV y XVI cobró fuerza el humanismo,
como consecuencia de la exaltación de la personalidad y la búsqueda del placer
individual, si bien bajo ciertas pautas éticas y normativas. Con ello también
empezaba a disociarse la teología de los escritos, adquiriendo éstos un tono
profano acorde con los intereses de la incipiente burguesía. El Decamerón de
Boccaccio fue un exponente temprano de esta evolución, y su huella la recogió,
ya propiamente en la época renacentista, el napolitano Giambattista Basile. En
1634 se publicó su antología El cuento de los cuentos, una serie de relatos
sobre fábulas fantásticas pobladas por personajes nobles y seres tradicionales
del género, junto a otros nuevos propios de otras culturas, como los ogros. A
esta recopilación se le conoce como el Pentamerón, y su influencia en la
literatura posterior también fue patente. A partir de ahí, el cine ha seguido
esta misma senda, pues también en Italia el séptimo arte presenta una
continuidad de cuyos principales hitos es difícil escapar. Fellini rodó varias
películas rastreables a la Roma clásica, tras él Pasolini adaptó el Decamerón
en 1971 y ahora Matteo Garrone se ha atrevido con la obra de Basile, sin perder
tampoco de vista los máximos referentes de su profesión.
Vincent Cassell |
El cuento de los cuentos (Il racconto dei racconti), presentada este año
en Cannes, enseguida muestra sin embargo un estilo propio, alejado tanto del de
su fuente original como del de esos anteriores directores italianos. Y es que
la pomposidad a la que apela con naturalidad el género, presente en el libro de
Basile a través de su retórica elocuente, y en los filmes aludidos mediante su
barroquismo visual, se transforma aquí en economía narrativa y en elegancia
técnica. Desde el prólogo inicial, Garrone y sus coguionistas se cuidan de no
contar más de lo necesario para anticipar las motivaciones de sus
protagonistas. Si un gesto puede sustituir una palabra o si una acción puede
reemplazarse por una elipsis, esa es la dirección que se toma. Y a este fondo se
une el componente formal, pues con la misma intención la mayoría de escenas se
ruedan con el menor número de planos posible, los cuales encuadran sin rodeos
el objeto al que en ese momento el espectador debe prestar su atención. Sin
duda es de admirar esta apuesta sintética y rica, tanto dramática como
estéticamente. Como decíamos, ello se comprueba desde el inicio del metraje,
cuando dos de los cuatro reyes que habitan en el lugar imaginario donde
transcurre la historia celebran una fiesta en su castillo. Todos ríen menos la
reina (Salma Hayek), y cuando surge una mujer embarazada aquella sale
disgustada. Así, con un par de signos y miradas, rodados igualmente en un par
de tomas, se nos hace partícipes de su disgusto: el hecho de no haber podido
ser madre hasta ahora. Y ello impulsará el resto de su trama. La misma implica
la llegada de un hechicero que aconseja a la gobernante matar a un enorme
lagarto marino, arrancar su corazón y comérselo para quedarse preñada. En la
empresa muere su marido (John C. Reilly), y aunque ella consigue su objetivo,
también tiene un hijo la cocinera a cargo del manjar, y en la relación futura
entre los dos hermanos gemelos surgirá un nuevo conflicto.
Toby Jones |
Paralelamente,
otra historia nos traslada al interés lascivo que demuestra un monarca
mujeriego (Vincent Cassel) por una chica a la que ha oído cantar de lejos, sin
verla ni sospechar que se trata en realidad de una anciana. Ella y su hermana
intentan ocultarse de su señor empleando varias artimañas para que él no
descubra la realidad, hasta que acaba entrando en juego otro hechizo, en este
caso con efecto rejuvenecedor. Finalmente, el tercer relato se centra en la
malsana relación afectiva que establece el último rey (Toby Jones) con una
pulga gigante, mientras descuida los intereses y el cariño de su hija, que
sueña con emanciparse sin demora. Cuando la pulga muere, su amo organiza una
prueba para casar a la joven con quien adivine de donde procede la piel del
bicho, expuesta como un tapiz en el hall del castillo, creyendo erróneamente
que nadie acertará. Como vemos, estamos ante unas tragedias (no exentas de
elementos cómicos y burlescos) que recuperan algunos elementos típicos de estas
narraciones, a la vez que introducen aspectos curiosos e inesperados, sobre
todo en la forma de los distintos animales y monstruos que acompañan a los
seres humanos en sus aventuras y desventuras. Según Ignacio Navarro Mejía, en
cierto modo asistimos a la deshumanización de unos personajes que por su
contexto físico y sus oscuros deseos en ocasiones se nos antojan impenetrables.
Por ejemplo, es cuanto menos extraño el afecto que de repente le profesa el
último monarca citado a su pulga deforme, pero todavía lo es más que al morir
el engendro utilice sin pena sus restos para dar un esposo a su hija, sabiendo
que encima le está engañando. En definitiva, lo que ocurre es que la susodicha
economía narrativa, que se desarrolla en un montaje en paralelo como es propio
de las historias cruzadas, impide proporcionarnos la suficiente información y
la debida continuidad sobre todo lo que acontece, y así ciertos sucesos nos
parecen incoherentes. Por su parte, la mencionada elegancia formal, amenizada
eso sí con la delicada música de Alexandre Desplat, contribuye al
distanciamiento con lo que se nos cuenta, y resulta en parte contraproducente,
pues si bien revela talento y refinamiento en el trabajo de composición e
imagen, al mismo tiempo transmite cierta dejadez por falta de implicación
dramática. En efecto, todo ello no nos permite adentrarnos del todo en un mundo
que al fin y al cabo debería sernos tan cercano como lejano, por su mezcla de
fantasía folclórica y de realismo grotesco.
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