El pasado martes, 2 de junio, tuvimos otra
espléndida tarde cinematográfica, gracias a la actividad organizada por
Linterna Mágica, en colaboración con CICUS. Dedicamos la tarde a la obra del
gran director japonés Yasujirô Ozu, concretamente proyectamos “Primavera tardía”
(1949), seguida de nuestra habitual mesa de debate, en esta ocasión presidida
por Joaquín Ritoré, teniendo como invitados al crítico cinematográfico José
Miguel Moreno y el profesor Manuel Yruela. Una vez proyectada la película, la
mesa se sumergió en un profundo análisis de la película que fue culminado por
las intervenciones espontáneas del público asistente.
Mesa de debate en CICUS, organizada por Linterna Mágica |
Tal como afirma la experta pluma de un
crítico abulense, cuyo blog, El crítico Abúlico, podréis encontrar por
internet, pocos cineastas han recogido y reflejado el paso del tiempo con la
estoica elegancia y la melancólica serenidad de Yasujirô Ozu. Punto de
inflexión en su filmografía Primavera tardía, afronta este gran concepto
temático, universal e inexorable, desde dos vertientes que convergen: la
colectiva y cultural. Por una lado, el Japón posterior a la Segunda Guerra
Mundial, sometido al control de los victoriosos Estados Unidos, y por el otro, la
personal y privada, su personificación en el trauma de una joven que afronta la
edad de abandonar el seno familiar para integrarse en la sociedad por medio del
ineludible matrimonio.
Ozu, un autor que siempre sitúa a sus
personajes y sus dramas íntimos en primer plano, deja apenas traslucir ese
primer conflicto a través de sutiles detalles integrados en el escenario y la
vida cotidiana que componen el telón de fondo de la película. De este modo,
aparece en pantalla un país aún con cicatrices visibles (el recuerdo de la
barbarie, como los días de trabajo forzado y carestía) y en el que conviven,
con mayor o menor conflicto, el japonés y el inglés, los jardines zen y las
megalópolis de cemento, los ropajes tradicional con el vestuario occidental, el
sake y la Coca-Cola, la parafernalia de las costumbres con nuevos usos y modas
de influencia extranjera, los divorcios y las segundas nupcias; la
independencia femenina manifestada en la reticencia al matrimonio, su
incorporación al mundo laboral o su innovador empleo del maquillaje.
Es éste el contexto en el que se integra
entonces la materia fundamental que compone la obra madura de Ozu: la
exposición de la unidad familiar al inexorable devenir del tiempo, terreno
donde Primavera tardía procede a definir los cimientos alrededor de los cuales
se asentarán sus películas futuras. Primer capítulo de la trilogía de Noriko, completada
con El comienzo del verano y Cuentos de Tokio, en las que aparece un personaje
del mismo nombre y rasgos sociales similares, encarnado por la musa del
director, Setsuko Hara, el filme examina el trance de una joven (Hara)
atormentada por la perspectiva del alejamiento del hogar que comparte con su
anciano padre (Chishû Ryû, otro miembro de la troupe habitual de Ozu) a causa
de un matrimonio indeseado pero inexorable, auténtico rito de paso para la
integración de la mujer en la sociedad nipona.
Noriko personifica parte de esa dualidad del
Japón coetáneo –su rechazo del casamiento, contrapuesto a su desprecio hacia
quienes ceden a la tentación de unos segundos esponsales-, a la vez que sufre
en sus propias carnes el miedo provocado por la incertidumbre ante el futuro
desconocido, separado de la cálida rutina y la confianza que conserva
conmemorando su vida al fiel cuidado del viudo cabeza de familia.
Como será norma en su estilo, en parte
contradicho para su propia insatisfacción por Una gallina en el viento, su
película inmediatamente precedente, Ozu, de nuevo en alianza artística con su
mejor cómplice, su guionista y amigo Kogo Noda, mantiene la tensión del relato
en un plano íntimo, casi escondido, implosivo. Primavera tardía construye su
desarrollo sobre acciones sencillas y cotidianas, aquellas que componen el
armazón de la existencia humana –si no la existencia misma-.
El contenido lirismo de los fotogramas,
capturado por una cámara contemplativa, que mira con armonía y afecto los
sucesos diarios como parte natural del entorno de sus personajes –es decisiva
su característica ubicación a baja altura-, se impone en consecuencia a los
clímax típicos y al subrayado melodramático –la boda se esquiva mediante una
audaz elipsis, el novio ni siquiera aparece representado en todo el metraje-,
sin que por ello la profundidad de su discurso y sus sentimientos se resienta
en absoluto. Más bien al contrario.
Los personajes quedan retratados con la misma
complejidad, delicadeza y empatía que despiertan sus relaciones y sus
inquietudes particulares, sus temores privados y sacrificios generosos, siempre
inscritos dentro de un todo que comprende a la condición humana en su
totalidad: seres pertenecientes a un ciclo perpetuo como ese mar que fluye
eterno e indiferente frente a la casa de Noriko y su padre.
Maravillosa tarde contemplando esta
espléndida obra de Ozu. ¡Disfrutamos mucho!
Fotograma de Primaver tardía, de Ozu. |
Cómo siento habérmela perdido pero con tu artículo he
ResponderEliminardisfrutado. No he visto mucho cine japonés y me parece preciosista por lo que escribes sobre él.Ana