viernes, 16 de noviembre de 2012

Adrien Brody se enfunda el traje de profesor

 


 
Tras su brillante debut en el cine a finales de los noventa con la nunca caduca American History X, el británico Tony Kaye no abandona la senda de lo social. En El Profesor, el cineasta bucea por las entrañas de la educación contemporánea para ilustrar el caos y la pérdida de rumbo de buena parte de sus actores: profesores, adolescentes y padres perdidos, muy lejos de las riendas de sus propias vidas y con la vocación y el interés anulados. El oscarizado Adrien Brody se mete en la piel de Henry Bathes, un profesor con un auténtico don para conectar con sus alumnos. Atormentado por un pasado enquistado y, en el fondo, tan corroído por sus heridas como el resto de personajes, Bathes no termina de potenciar sus capacidades y trabaja como profesor sustituto para evitar profundizar, a través de las relaciones afectivas, en sus propios miedos. Es una suerte de Mary Poppins que aparece, hace su trabajo y se marcha a la siguiente pantalla. Cuando llega a un instituto en el que una frustrada administración ha conseguido volver totalmente apáticos a los alumnos, el profesor no tarda en convertirse en un ejemplo para los adolescentes. Paralelamente, conoce a una joven prostituta a la que trata de ayudar y que le hará enfrentarse a algunos de sus fantasmas. 
 
A lo largo de los cien minutos de película, el director pone encima de la mesa, con una sutilidad inusitada, otros temas sin desviarse del cauce central. La soledad, la familia, la vejez, las presiones políticas, el perdón… Tal y como ha manifestado el propio Kaye, sus filmes no persiguen el entretenimiento como única meta. Después de la declaración de intenciones que supuso American History X (1998), sobre el racismo y el neonazismo entre los jóvenes, el cineasta parió el que ha sido considerado por muchos el documental definitivo sobre el aborto en Estados Unidos, Lake of Fire (2006). Su última aportación hasta ahora, Black Water Transit (2010), abordó la tampoco ligera y libre de tabúes temática medioambiental. Ahora, El profesor bien podría someterse a una disección de sus intenciones, escena por escena, sin desperdiciar apenas unos minutos del metraje. 
 
En el casting, la indiscutible brillantez de Adrien Brody aporta un plus de contundencia y realidad a la cinta. El director dice apostar por la no interpretación, por la radicalización del grado de realidad que puede transmitir el cine. Con Brody, está claro que se la ha jugado al caballo ganador. Considerado por la crítica especializada como su mejor trabajo desde El Pianista (Roman Polanski, 2002), que le valió el Oscar, el actor consigue emocionar. Incluso en momentos en los que el discurso puede rozar el tópico, Brody lo dota de plasticidad, de vida, casi podemos tocarlo, y nos transporta a esos momentos de incomprensión y de vulnerabilidad que se multiplican en la adolescencia.


Adrien Brody
 

Junto al protagonista, un reparto de lujo termina haciendo de la película un todo macizo y consistente. Marcia Gay Harden (Mystic River, El club de las primeras esposas), Christina Hendricks (Mad Men, Drive), James Caan (El Padrino, Mickey ojos azules), Lucy Liu (Los Ángeles de Charlie, Kill Bill), y las jóvenes promesas Sami Gayle y Betty Kaye, completan el elenco. Por cierto que Betty Kaye, en el papel de la adolescente acomplejada, insegura y terriblemente incomprendida Meredith, es la hija mayor del director, quien reconoce que, pese a su miedo de que le acusaran de nepotismo por dar el trabajo a su propia hija, sabía que era perfecta para el personaje y bordó la prueba. 
 
Estéticamente, El profesor lleva la indiscutible firma de Kaye. Casi rozando el falso documental, el protagonista se confiesa a cámara a través de fragmentos intercalados con la trama que no se corresponden a ningún tiempo ni espacio conocidos. Los flash back del profesor tienen algo de película casera y los primeros planos de los personajes mientras discuten o dialogan con otros obligan al espectador a darse por aludido. También hay espacio en la obra de Kaye para la animación digital y la poesía visual, la brusquedad en los movimientos de cámara y la mezcla sin prejuicios entre elementos y estructuras clásicas y contrapuntos del todo rompedores.
 
Una película para disfrutar del cine bien hecho y de la interpretación magistral de los actores, asumiendo a cambio un encontronazo con realidades amargas. Como saborear el mejor pomelo del mundo.
 
Nos quedamos con un tráiler del filme.


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