El subtítulo que asigno al gran Jean Pierre Melville lo tomo prestado del extracto de una crítica de Luis Martínez al filme “Le doulos”:
“La primera obra maestra de uno de los francotiradores más cautivadores del cine francés. Según la novela de Pierre Lesou, es una gélida radiografía de la mentira. Thriller intenso con aires de tragedia clásica" (Luis Martínez: Diario El País).
No podría estar más de acuerdo con la afirmación de Martínez si no fuera porque “olvida” que años antes de esta obra maestra, el francotirador Melville ya había realizado varios disparos excelsos: su primera parte de la trilogía sobre la ocupación alemana de Francia (“El silencio del mar”), la deslumbrante “Bob el jugador” o la obra que definitivamente le permitió, a través de su éxito de público, comenzar a manejar grandes presupuestos y trabajar con estrellas a sus órdenes (“León Morín, sacerdote”, interpretada por Belmondo), mención aparte de una aclamada versión cinematográfica de la obra teatral de Cocteau “Les enfants terribles”.
“Jean Pierre Melville es considerado precursor de la nouvelle vague y considerado un exponente clarísimo del cine polar (cine negro) francés. Sus películas, sobre todo las de la década de los 60, acusan una exaltación total de la amistad entre hombres, muchas de estas películas basadas en historias de gángsteres y de personajes que han vivido la Segunda Guerra Mundial, durante la Francia ocupada por el ejército nazi, ya que él mismo fue protagonista activo de la contienda.
La exaltación, por parte de los críticos de la revista Cahiers du Cinéma, del cine de autor, les lleva a descubrir y lanzar a Melville como patrón de ejemplo y guía de lo que debe ser el "nuevo cine francés", si bien él mismo descreía de la existencia de la Nueva Ola y de que se pudiera hablar de un estilo Nueva Ola: “El estilo Nueva Ola no existe. La Nueva Ola no fue más que una manera económica de hacer películas, eso fue todo”. Pero más allá de esa declaración de escepticismo, es necesario aceptar que existieron unos cambios visibles entre el cine francés de los años treinta y cuarenta y lo que ensayaron los realizadores de la Nueva Ola”.
Melville inicia su andadura como cineasta total (guionista, productor, director, editor) por razones políticas, ya que, tras el final de la 2ª Guerra Mundial, al ser considerado de ideología derechista, es rechazado por el poderoso sindicato cinematográfico, lo cual no le desalienta en su empeño de convertirse en director de cine, creando en el distrito 13º de París sus propios “Studios Jenner”, en los que crearía gran parte de su universo de celuloide, aparte de residir en su planta alta durante bastantes años.
Para comprender su poliédrica figura resulta de imprescindible visionado el documental de la serie “Cineastes de notre temps”, realizado por André S. Labarthe y titulado “Jean Pierre Melville. Portrait en neuff posses”, en el que Melville desgrana sus facetas de empresario, solitario, soñador, autor, nostálgico, perfeccionista… En esta larga entrevista resulta sintomática su lacónica -y ausente de falsa modestia- respuesta cuando es preguntado sobre su nivel de conocimientos técnicos sobre el cine: “Lo sé todo”; no en vano -junto con Kubrick, quizás-, se trata de un caso sin parangón, pues reconoce haber estudiado y analizado a fondo la obra y técnica fílmica de ¡63! realizadores del período clásico del Hollywood de los años 30, por lo que el cine no parecía tener misterios técnicos para el gran Melville.
Sobre la definición que le atribuía ser “el más americano de todos los directores franceses”, que le persiguió durante toda su carrera, la declinaba con la misma vehemencia que su supuesta paternidad sobre la “nouvelle vague”; tajantemente rechazaba ser un director que intentase hacer películas americanas en Francia; sólo tomaba algunas temáticas del cine americano para, partiendo de ellas, realizar sus filmes, adaptándolas al espectador francés y europeo, aunque se reconocía capacitado para, en un futuro, haber realizado una película completamente americana, transformándose en un director al uso americano.
El mundo de sus películas es una recreación fantástica e ilusionada de su propio mundo, de sus pensamientos, de los objetos que le rodean, de su sempiterna soledad, que se traslada a esos infinitos silencios de sus personajes, de su atracción por la noche y sus criaturas –nunca completamente buenas o malas-, de su nostalgia por el paraíso perdido del pasado, del París del período entre guerras -“Yo soy un hombre del pasado”-, de unos hombres –casi siempre hombres- que con el estoicismo de un samurai se enfrentan a un destino inexorable que, como al Santiago Nasar de García Márquez, les conduce sin remedio a un final ya intuido tanto por ellos como por el espectador desde los créditos iniciales, pero que arrostran sin pestañear. Sus hampones perdedores acuden con paso lento pero firme y decidido hacia su destino, con cierto aire de tragedia clásica, emulando al Pélida, sabedor de que en las murallas de Ilio se daban cita su sino, la gloria y la inevitable muerte, ética y estética tan emulada posteriormente por otros directores modernos que le son tributarios (Michael Mann, John Woo, Martin Scorsese, Johnny To, Quentin Tarantino, Neil Jordan…).
Estos personajes crepusculares y sometidos a su destino son una constante en el cine de Melville. No crea tipos buenos o malos en función de sus actos o del lado de la ley en que se encuentran, sino de los códigos que les rigen, tal y como un samurai que mata con arreglo a lo prescrito en el “Bushido”, o un pistolero que hace lo mismo en el “far west”.
Dejo un par de trailers de dos de sus películas más señeras, en las que aborda dos de sus leit motivs, el cine negro y gangsteril y la Resistencia antinazi:
"Le samourai" (El silencio de un hombre), con Alain Delon
"L'armée des ombres" (El ejército de las sombras), con Lino Ventura
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