viernes, 17 de marzo de 2023

El vicario de Olot (Ventura Pons, 1981)

 

Título original: El vicari d'Olot. Dirección: Ventura Pons. País: España. Año: 1981. Duración: 101 min. Género: Comedia.

Guión: Emili Teixidor (basado en una historia de Emili Teixidor y Ventura Pons). Fotografía: Tomàs Pladevall. Música: Josep Maria Mainat. Director artístico: Josep Rossell. Montaje: Margarida Bernet. Dirección de Producción: Ricard Figueras. Producción: Josep Maria Forn.

Fecha del estreno: 9 Marzo 1981 (España)

 

Reparto: Enric Majó (Mosen Juli), Joan Monleón (Monseñor), Rosa Maria Sardà (Ramoneta), Maria Aurèlia Capmany (Filomena), Núria Feliu (Matilde), Marina Rossell (Clotilde), Mary Santpere (Madre Bigotes), Fernando Guillen (Señor Ramón), Anna Lizaran (Sor Melíflua), Joan Borràs (Acalde).

 

Sinopsis:

Aprovechando la próxima visita de una importante autoridad de la iglesia, en una población catalana organizan unas jornadas acerca de la religión y el sexo en la actualidad. Tal iniciativa divide el pueblo en dos bandos, los que rechazan el "congreso" y los que creen en él a pies juntillas, generando todo tipo de disparatadas disputas y rencillas entre ambos bandos.

 

Comentarios:

A pesar del tremendo éxito artístico y también comercial de Ocaña, nadie me llamó para ofrecerme trabajo en el cine. En la euforia de la noche de la presentación en el Festival de Cannes, cenando con Bigas Luna, que había presentado su “Bilbao” en la Quinzaine, Marco Ferreri, nos pintó muy guapa su intención de promocionarnos, y la cosa quedó ahí, en esa resaca del éxito festivalero. Pero yo, interiormente, me negaba a que mi carrera cinematográfica fuera lo que en teatro se llama “de una noche y basta”. Por un tiempo pensé que en la profesión me veían como un documentalista y, por tanto, que no servía para hacer ficción. Ahí tuve muy claro que si había hecho un éxito artístico, necesitaba hacer un éxito industrial.

Estaba decidido a hacer una película buscando todo lo contrario que había en Ocaña. En lugar de un documento, tenía que ser ficción. En lugar de un solo personaje, una película coral. Si Ocaña era triste e intimista, ahora haría una comedia alegre y extrovertida. Había que dar la vuelta a todo, para demostrar en qué campos me podía mover y, también, porque me divertía cambiar. Si hay alguna cosa clara en mi carrera es que jamás me ha gustado repetirme, siempre he buscado la sorpresa, la novedad para mí mismo y para el espectador.

Le propuse a Emili Teixidor que empezara a trabajar. Él tuvo la idea de El vicari d’Olot, una comedia aparentemente sencilla e intrascendente y muy divertida pero algo anárquica, con una carga de profundidad, perversa en la época, respecto a la libertad sexual y a la defensa de otras opciones sexuales. Un cura virgen, católico, apostólico y romano que es seducido por un/a transexual acaba comprendiendo a todas las “distintas” ovejas descarriadas del rebaño. Además su tío, un monseñor de la curia romana, las bendice, ya que según la Biblia (de donde debió de sacarlo el bueno de Billy Wilder) “la perfección no es de este mundo”. Creo que uno de los méritos de esa película es haber conseguido que un tema provocador se convirtiera en un éxito popular. Tanto, que incluso las tías marías fueron a divertirse con lo que era “pecado”. Hace mucho que no la he visto; tengo el recuerdo de una primera parte con mucho brío y de un final poco contundente.

 

 

En El vicari d’Olot embarqué a mucha gente. Muchos actores y cantantes, grandes nombres amigos y compañeros de años de aventuras teatrales: Enric Majó, Rosa María Sardà, Joan Monleón, Fernando Guillén, Mary Santpere, Núria Feliu, Maria Aurèlia Capmany y tantos más aceptaron cobrar una parte del sueldo en dinero, y la otra, con una participación. También algunos técnicos se apuntaron a esta fórmula, entraron las dos cooperativas de producción de cine, la de Comisiones Obreras y la de la CNT. Y después de haber embarcado a tantos actores, quince días antes de hacer la película, me llaman Forn y Josep Lluís Galvarriato, los productores, y me dicen que no podemos empezar porque falta un 30% de financiación. En aquel momento tenía cuatro chavos en el banco, pero me sentía responsable de todo y vi tan claro que no podía pararlo que les dije que me quedaría con los últimos pagos demorados hasta después del estreno. Pensé que ya saldría como pudiera. Yo tenía mucha confianza en lo que hacía y, si no salía de aquélla, me iría a vivir debajo de un puente o no trabajaría nunca más en cine. Era muy difícil tirar adelante una película. Entonces no había subvenciones, todo eso vino más tarde, con la famosa ley de Pilar Miró. Cuando empezamos a rodar El vicari d’Olot descubrí de verdad el cine. Yo he aprendido la técnica sobre la marcha. Con los maquinistas, los eléctricos, el ayudante de dirección, la script, los montadores... Ahí empecé a descubrir y a disfrutar la mentira del cine y me enamoré absolutamente de la ficción. ¡La ficción, qué placer! El rodaje fue apasionante, y yo estaba muy tranquilo porque trabajaba con actores. Quizás, lo que acobarda más a un director en su primera película, aparte de dónde plantar la cámara, es el trabajo con los actores, pero a mí no me asustaba, porque partía de la experiencia del teatro. Me preocupaba mucho más la técnica.

Ésta fue, otra vez, una película en la que el éxito superó las previsiones. Tuve una suerte brutal. El día del estreno fuimos con Enric Majó a la sesión de las cuatro de la tarde del Novedades, una de las salas más grandes de Barcelona, y, diez minutos después de que empezara la película, entramos en el cine. No nos lo podíamos creer. La platea estaba abarrotada. Nos esperamos en el bar de enfrente, escondidos tras unos arbustos, y vimos cómo la gente salía de una sesión y cómo entraban los de la siguiente. Fue un día triunfal. Un momento único: era la primera película de la Sardà y de Majó, entonces una gran estrella. Todo influyó para que funcionara. En Cataluña fue un bombazo, excepto en Badalona, porque el empresario del cine decía que sólo se veían películas en castellano y presionó tanto para que se pasara doblada que fue el único sitio en el que se pinchó. Lo que indica claramente que existe la credibilidad del producto y está en su verdad, que es la versión original. Y también que el público no se deja engañar por los muchos mercaderes o falsos empresarios que pretenden monopolizar e influir en sus gustos y costumbres, interponiéndose entre nuestro trabajo y los espectadores.

Tardamos tres meses en llevarla a Madrid, y, viniendo de ese éxito tan grande, estrenamos por todo lo alto en el Lope de Vega, en la Gran Vía. El estreno con más glamour que he hecho nunca en Madrid. Vino todo el tout: Núria Espert, Paco Rabal, Carmen Maura, Nadiuska, Massiel, Paco Umbral, Juan Diego, Victoria Abril, Assumpta Serna, María Asquerino, María Luisa Ponte... Un lujazo. Pero nadie se rió. La pasamos doblada al castellano y no gustó nada. Al salir del cine ninguno de mis amigos se quedó para decirme nada: ni pío. Fue un fracaso total y absoluto. Veníamos tan confiados del éxito de Cataluña que aquello nos pareció otro mundo. Si en aquel momento me hubieran pinchado no me habrían sacado sangre. Incomprensible, pero es así, en el resto de España no pasó nada; al revés, cero patatero. Fue el primer jarro de agua fría de mi vida. Estoy seguro de que la gente vino con buena intención, pero no conectaron. En esos momentos te preguntas: ¿tan diferentes somos los unos de los otros? Yo hablaba desde mi cultura, mi entorno, mi sensibilidad, mi sentido del humor... pero presenté mi producto doblado, adulterado, con toda la falsedad que implica ese acto contra natura en el que se priva al film de su sonido directo, o sea de una parte importante de su verdad. No quiero decir que en su versión original habría gustado, pero al menos habría podido enseñar una verdad que las costumbres de los distribuidores y exhibidores de la época no me permitían. Me vi venir una larga travesía del desierto hasta que pudiera mostrar las películas tal como son, en versión original. Yo no quería renunciar a mi cultura. Me parecía ridículo y estúpido que me impusieran un doblaje obligado para comunicarme, que no me apetecía y que iba en contra de mi deseo, de mi libertad como director. La travesía del desierto, la desesperación, iban a durar cinco películas más.

Hasta mi siguiente rodaje pasaron cinco años. Entendí que para poder trabajar con libertad e independencia y para poder hacer mis proyectos tenía que montar mi propia productora, porque si no tenía que estar pendiente del criterio de personas que ni me entendían como director ni tampoco tenían una base industrial demasiado sólida y que, en el fondo, jugaban conmigo y con otros pardillos como yo. Sabía que me supondría más trabajo, pero que valía la pena arriesgarse. Al fin y al cabo, en la historia del cine, el director-productor es una figura que siempre ha existido y existirá. Un director necesita de la complicidad del productor, que entienda su trabajo, y si no lo encuentra no hay nada extraño en que asuma esa función. Si los grandes –Chaplin, Griffith, Lubitsch... incluso Spielberg, la lista es enorme– lo habían sido, ¿por qué esperar? (Ventura Pons)

 


Director teatral de notable reputación, Ventura Pons se inició en el cine con "Ocaña, retrat intermitent", un curioso documental sobre el célebre pintor y travesti afincado en Barcelona que le valió un aplauso generalizado. La sátira costumbrista que ahora nos ofrece se aleja totalmente de dicho estilo y logra superarla en calidad.

El joven vicario (Enric Majó) de un pueblo se halla permanentemente obsesionado por el sexo. Perseguido por las beatas (Marina Rossell y Núria Feliu), confuso ante el homosexualismo del farmacéutico (Fernando Guillén) y testigo de las pecaminosas actividades de la furcia del lugar (Rosa Mº Sardá), el sacerdote recibe la visita de un tío suyo (Joan Monleón), monseñor de bastante influencia en el Vaticano. Ante tan prestigioso visitante, las fuerzas vivas deciden celebrar un Congreso de Sexología Católica para contrarrestar las cada vez más licenciosas costumbres de los fieles de la parroquia.

Ventura Pons ha dirigido a los actores con mano firme -Enric Majó, en un papel muy difícil, se confirma como un actor de comedia dúctil y eficaz-, utilizando una puesta en escena simple y esconde, tras un aparente y bonachón anticlericalismo un mensaje en favor de lo diferente. Porque "El vicari d'Olot" no es sólo una cinta entretenida y brillante sino también un ejemplo de cómo sacar partido de intérpretes tantas veces desaprovechados, evitar los peligros del mal gusto y hacer reir de forma inteligente. Algo poco corriente en estos días. (Jorge de Cominges)

Recomendada (con reservas).




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