jueves, 11 de mayo de 2017

El silencio de los corderos: "Un amigo me espera para cenar"


El pasado 26 de abril de 2017 nos ha dejado el director de cine, productor y guionista Jonathan Demme. Siempre será recordado por haber dirigido dos películas de impacto: “El silencio de los corderos” (1991) y “Philadelphia” (1993). Ambas fueron galardonadas con el Oscar. La que más huella me dejó fue sin duda la primera. La califico como de puro terror, desde sus inquietantes y confusos ángulos de cámara hasta su escalofriante ambiente freudiano.


Clarice Starling (Jodie Foster), hija de un policía muerto en acto de servicio, quiere entrar en el FBI. En la academia del FBI en Woods, Virginia, realiza cursos de formación y se esfuerza al máximo. Varias señales de madera con la leyenda: “DOLOR-AGONÍA-SUFRIMIENTO: ÁMALOS” no sólo animan a los novatos a destacar sino que revelan un alto grado de masoquismo. La película recorre toda esta gama de sensaciones, desde el desinterés heroico hasta el odio autodestructivo. Jack Crawford (Scott Glenn), jefe de Starling y responsable del departamento psiquiátrico del FBI, le envía a Baltimore para interrogar a un asesino convicto que se niega a colaborar. Además de psiquiatra, el preso es un caso patológico extremo de asesino antropófago. El doctor Hannibal “el canibal” Lecter (Anthony Hopkins) ha pasado ocho años en una celda sin ventanas de un hospital mental de alta seguridad. Crawford espera que el interrogatorio aporte pistas sobre el comportamiento de otro monstruo, un asesino conocido como “Búfalo Bill”, que desuella a las mujeres que mata y ha logrado escapar del FBI. El plan de Crawford funciona y Lecter accede a hablar sobre la patología de los asesinos en serie con Clarice, pero pone una condición. Lecter dará su opinión experta sobre “Búfalo Bill” sólo si ella le cuenta su trauma infantil: “Quid pro quo”,  ella desnuda su alma y él le da el perfil psicológico del sospechoso. El apasionante diálogo que se entabla entre ambos puede entenderse a distintos niveles. Por una parte, encontramos a un psicoanalista hablando a su paciente, por otra, a una joven detective interrogando a un asesino en serie impredecible, ambigüedad que caracteriza la relación de Lecter y Starling. Ambos persiguen su meta de modo infalible, sin ceder, y la lucha resultante constituye uno de los duelos más brillantes y complejos de la historia del cine. 


La hija de una senadora estadounidense es secuestrada por “Búfalo Bill” y el FBI se ve sometido a una creciente presión para encontrar al asesino. Se presenta una oportunidad para Lecter. A cambio de su ayuda para capturar a Jame Gump, alias Búfalo Bill (Ted Levine), pide una mejora de sus condiciones de reclusión y le envían a una prisión provisional en Memphis. Mata a los celadores y escapa vestido con el uniforme de un policía a quien le arranca la cara para cubrirse la suya. Su última conversación con Starling se produce por teléfono, cuando la llama desde una isla del Caribe para felicitarla por su nombramiento como agente del FBI y se despide de ella cariñosamente  diciendo:”un viejo amigo me espera para cenar”. Tras colgar, Lecter sigue a un grupo de turistas en el que el público distingue al odiado doctor Chilton (Anthony Heald), director del hospital mental de alta seguridad de Baltimore, que será “el invitado” a la cena de Lecter.

“El silencio de los corderos” marcó un hito cinematográfico a principios de los años noventa. Es imposible enmarcar en un solo género, ya que combina varios. Presenta elementos de películas policiacas (en las que los crímenes quedan impunes), pero también es una película de suspense basada en personajes reales: el modelo tomado para caracterizar a Gumb y a Lecter es Edward Gein (1906-1984), que llevaba prendas de vestir hechas con la piel de sus víctimas cuando fue arrestado en 1957.

Pero también es un film sobre psiquiatría. Los dos asesinos aparecen como psicópatas cuya “relación” establece la base de la investigación criminológica, aunque sus casos no sean estrictamente comparables. La película tuvo tal éxito que se convirtió en uno de los modelos más influyentes de la década siguiente hasta tal punto de que el argumento fue objeto de plagios y fuente de citas.


Hannibal Lecter ya había aparecido en la gran pantalla antes del estreno de “El silencio de los corderos”. En 1986 Michael Mann llevó al cine la novela de Thomas Harris “El dragón rojo” (1981) con el título “Hunter”. Cinco años después, Jonathan Demme seleccionó el material y dio un nuevo enfoque a lo que es la versión cinematográfica de “La bella y la bestia”, Demme reviste a sus personajes tanto desde dentro como desde fuera. El director juega con la frontera difusa entre la realidad externa y la interna, entre la memoria y el presente, como cuando vemos la infancia de Clarice en dos flashbacks absolutamente inesperados. Los ojos de Jodie Foster permanecen fijos en el presente mientras la cámara se adentra en su pasado y explora sus heridas psicológicas. Durante el enfrentamiento final entre Clarice y James Gumb, la perspectiva cambia continuamente. Vemos al asesino a través de los ojos de Clarice, pero también vemos a la joven agente del FBI a través de los ojos de Jame, quien busca a sus víctimas en la oscuridad mediante gafas con infrarrojos.


Esta perspectiva cambiante en las escenas finales del film pone de relieve el peligro extremo en el que se encuentra Clarice. Otras secuencias resultan engañosas, como en la secuencia que desencadena el final. En ella una dotación policial rodea la casa en la que esperan encontrar a James Gumb y un oficial negro disfrazado de repartidor llama al timbre. Al otro lado de la puerta, oímos el timbre, James se viste y abre la puerta. La policia irrumpe en la casa, mientras el asesino abre la puerta y encuentra a Clarice, sóla. En la toma siguiente, la policía toma al asalto una casa vacía. Este montaje paralelo combina dos lugares lejanos, dos acciones con el mismo objetivo, dos casas, una de las cuales solamente se ve desde el exterior y la otra desde el interior. Las imágenes nos llevan a pensar que ambas acciones se desarrollan en el mismo lugar. El montaje paralelo se descubre y aumenta la tensión y de repente nos damos cuenta de que Clarice debe enfrentarse sola al asesino. Este montaje sirve principalmente para acentuar la atmósfera de peligro e incertidumbre del film. Sin embargo, “El silencio de los corderos” trabaja a ambos niveles, como entretenimiento emocionante y como juego virtuoso con situaciones y figuras culturales clave.

En los Oscars de 1992, “El silencio de los corderos” fue premiada con las estatuilla de las cinco categorías principales, algo que sólo habían conseguido antes dos películas: “Sucedió una noche” (1934) y “Alguien voló sobre el nido del cuco” (1975).


Diez años después de su huida, Hannibal Lecter regresó a la gran pantalla: “Hannibal” (2001), Jodie Foster rechazó interpretar por segunda vez el papel de Clarice y fue sustituida por Julianne Moore, y Ridley Scott tomó el relevo de Jonathan Demme como director.

El montaje paralelo es una técnica desarrollada en los albores de la historia del cine. Dos o más acciones se suceden en distintos lugares y se narran y se experimentan a la vez. El más conocido es el “rescate en el último minuto”, en el que se superponen imágenes del protagonista en peligro en rápida sucesión con imágenes de los rescatadores que van hacia el lugar. Este recurso no ha variado desde la película “Intolerancia” (1916) de David Griffith hasta los thrillers actuales. Este tipo de montaje nos permite adelantarnos un paso a los personajes del film, ya que sabemos cosas que ellos desconocen y estamos en varios sitios al mismo tiempo, experiencia que sólo es posible en la ficción.


Ya como curiosidad igualmente morbosa de esta película os cuento que el cartel promocional del filme contiene unos elementos misteriosos a descubrir. En dicho cartel se nos muestra el rostro de Jodie Foster bastante lívido y en su boca se halla una mariposa. Esta mariposa no es común: se trata de la “Esfinge de la calavera” y nos hace pensar en los protagonistas Clarice, Lecter y Búfalo Bill, éste último introducía esta especie de mariposa en la boca de sus víctimas. Pero aún hay otro detalle menos conocido y muy curioso. Se sustituyó la cabeza de la mariposa por una obra de Salvador Dalí titulada “In volutas mors” (la voluptuosa muerte). En ella, Dalí juega con los cuerpos desnudos de siete mujeres que, en colaboración con el fotógrafo Philippe Halsman, se convierten en una calavera blanca.



VIRGINIA RIVAS ROSA       


1 comentario:

  1. Fantástico artículo. Muy documentado y muy interesante. Enhorabuena Virginia.

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