El actor
Alfredo Landa ha muerto a los 80 años como el penúltimo gran símbolo de la
historia del cine español. Landa, que llevaba varios años retirado y enfermo en
Pamplona, resume en su carrera la segunda mitad del siglo XX en el cine español,
con lo bueno y con lo malo. Fue protagonista destacadísimo de las comedias
populares que triunfaron en los años del desarrollismo y, al mismo tiempo, uno
de los héroes de la edad de oro del cine de autor en los 70.
Tan larga
fue la carrera de Landa que su estampa, su voz, su pose, se convirtió en su
símbolo de su tiempo, la época de los españoles que crecieron en el franquismo,
vivieron la pobreza más desoladora en su infancia, asistieron a la conquista,
paso a paso, de las pequeñas libertades que el franquismo fue tolerando con las
décadas y, ya adulto, se encontró con la democracia, el destape y la
liberación. Hablar del 'landismo' se ha convertido, al cabo de los años, en una
broma manoseada. Pero algo quiere decir.
'Atraco a
las tres' y 'El verdugo' aparecen en la primera fila de su currículo. Su papel
en las películas de Forqué y Berlanga aún era secundario, pero es un buen
pórtico para entender su carrera. Lo muy español, en un sentido sórdido y
cómico, la picardía, la pobreza, el humor negro...
Un par de
años después, 'Ninette y un señor de Murcia', en 1965 aparece como una bisagra
en su carrera. La película pertenece, por un lado, a los tiempos del cine
heroico y de realismo sucio de la primera posguerra; y por el otro, anuncia el
cine del desarrollismo, sainetero y popular.
Y a partir
de ahí, la locura: las películas de Lazaga, 'La ciudad no es para mí', los ocho
estrenos al año (no es exageración, ocurrió en 1966), los duelos
interpretativos con López Vázquez, los ligues con Concha Velasco, el paseo
inolvidable por la playa en el movimiento de apertura de 'Manolo la nuit', el
personaje que fingía ser homosexual en 'El vecino del quinto', las películas de
Mariano Ozores, el delirio, el delirio... El dichoso 'landismo'.
Si la
carrera de Alfredo Landa se hubiera terminado en 1976, hoy hablaríamos de
sociología más que de cine en su obituario: del tópico del personaje bajito,
bruto y, en el fondo, buen tipo. Pero ese año, rodó 'El puente', de Juan
Antonio Bardem, y, de pronto, el cine español descubrió a un actor
sobresaliente.
Un poco de
historia: en los años 70, la Dirección General de Cinematografía, gobernada por
José María Escudero, impulsó otro cine español, capaz de competir en Cannes, en
Berlín y en Venecia. Chavarri, Querejeta, Camus, etcétera. Bardem no pertenecía
a esa generación, pero tenía la capacidad de abrir la puerta de esa nueva
quinta a Landa.
A partir de
1980, las películas del 'método industrial' desaparecen del currículo. En
cambio, comienzan los destellos: 'El crack' y su segunda parte, 'Los santos
inocentes', 'Tata mía', 'La vaquilla', 'El bosque animado'... En realidad, el
personaje de Landa en muchas de ellas, es el mismo de siempre, el del español
de una pieza, un poco ridículo, un poco entrañable, marcado por su físico de
posguerra, 'sanchopancesco'... pero dignificado, cada vez más matizado, más
complejo.
'El rey del
río', de Manuel Gutiérrez de Aragón, fue quizá, su última gran película.
Después hubo televisión y réplicas no del todo completas de sus años dorados.
Landa, ya anciano, se convirtió cada vez más en personaje: gruñón, puñetero y
simpático. En 2007 se llevó el Premio Goya de Honor (ya tenía dos en el
currículo por sus trabajos en 'La marrana' y 'El bosque animado'). Durante la
ceremonia, cuando pronunciaba su discurso de aceptación, tuvo un ictus, se
quedó en blanco y balbuceó unos segundos. Fue la última imagen de Landa para
muchos. Quedan sus películas. (Luis Alemany)
Nuestra
recomendación: No dejar
de ver Alfredo Landa en “Los santos
inocentes” (1984), de Mario Camus. Una auténtica Obra Maestra.
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