Aunque
Max Steiner ya había empezado a introducir su estilo musical europeo en
Hollywood con otras bandas sonoras como “Ave del paraíso” (King Vidor, 1932),
fue realmente King Kong el título que demostró claramente la
verdadera magnitud que podía llegar a tener una partitura en relación con las
imágenes de un film.
Curiosamente,
al principio la RKO pidió a Steiner que no compusiera música original para el
film, pues la Compañía se mostraba escéptica ante el proyecto y no quería
arriesgar más dinero del estrictamente necesario. Merian C. Cooper, que ya
había producido “El malvado Zaroff” (Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel,
1932) con música de Steiner, deseaba que el músico crease una partitura
original, por lo que afrontó personalmente los 50.000 dólares que costó la
utilización de la orquesta. Los resultados no solo beneficiaron al film, sino
que lo han convertido en una obra maestra de capital importancia en la
evolución de la música de cine.
Se
trata de la obra definitiva que confirmó las grandes ventajas de emplear un
subrayado musical constante a lo largo de toda la película, sin limitarse a los
títulos iniciales o alguna secuencia clave, como se había hecho hasta entonces.
Como indica a Christopher Palmer en su libro The Composer in Hollywood, “Kong
demuestra, por primera vez en el cine sonoro, que la música tiene el poder de
añadir una dimensión de realidad a una situación básicamente no-realista: en
este caso la supervivencia de monstruos prehistóricos en una civilización
urbana moderna”.
Steiner
todavía daba sus primeros pasos en la composición cinematográfica y en el
estilo sinfónico, pero en ocho semanas compuso setenta y cinco minutos de
música que contienen las características que luego serán las habituales del
compositor, como es el wagneriano uso de los leitmotivs cada vez que
aparece un determinado personaje o concepto, y la exactitud con la que la
composición se adapta a las imágenes, realzando los movimientos hasta límites
casi exagerados; es la técnica actualmente denominada mickeymousing, por
su paralelismo con los temas musicales que suelen acompañar las acciones en las
películas de dibujos animados.
Los
dos temas principales son el de la protagonista (un vals que sugiere la
procedencia vienesa de Steiner) y el de Kong, formado por una sencilla escala
de tres notas que expresa la amenazadora presencia del mono gigante. Ambos
temas reaparecen continuamente a lo largo del film y sirven para resaltar la
extraña relación entre la bella y la bestia.
No
hay música en los primeros veinte minutos del film; la idea fue de Steiner,
quien quiso pasar por alto la depresiva atmósfera de Nueva York para que la
música apareciera con la llegada de la expedición a la isla y el inicio de la
parte fantástica de la trama. A partir de ahí, los siguientes veinte minutos
nos ofrecen los pasajes más notables de la banda sonora: la aproximación del
barco a la isla envuelta en niebla presenta un tema en el que los lejanos
tambores confieren un aire amenazador e hipnótico. Cuando el grupo desembarca,
observa las primitivas danzas de los indígenas, en una secuencia de una emoción
y un exotismo fascinantes. Descubiertos por los nativos, los protagonistas son
obligados a regresar al barco, donde pasan la noche. El vals de Ann confirma la
declaración de amor entre ella y Jack, con la melodía más romántica y suave de
la obra. Poco después, la chica es secuestrada por los nativos, y los preparativos
para su sacrificio dan pie al primer fragmento de la arrolladora música que
ilustra todas las secuencias de acción. El sonido del gong sirve para llamar a
la bestia, cuya llegada es anunciada por unas impresionantes y elocuentes notas
de ritmo lento y pesado. Por fin, la aparición de Kong inicia un torrente de
música que acompañará frenéticamente las secuencias de la persecución por la
jungla y las diferentes luchas del mono con el brontosaurio, el tiranosaurio,
la serpiente y el pterodáctilo, antes de caer abatido por el gas que le lanzan
los marineros. También éstos disponen de un leitmotiv, una sigilosa
marcha que con aire decidido les acompaña en su búsqueda por la jungla.
Max Steiner con la orquesta |
Ya
en la ciudad, otro frenético raudal de música orquestal refuerza el efecto de
las legendarias imágenes de Kong luchando contra los aviones en lo alto del
Empire State Building; en esa secuencia se alternan por última vez el tema del
mono con el de Ann, manteniendo así hasta el final el mito de la bella y la bestia.
Uno
de los aspectos más alabados de la partitura ha sido siempre la extraordinaria
habilidad de Steiner para obtener en el espectador una meritoria mezcla de
sensaciones de temor, simpatía y comprensión hacia King Kong, que llega incluso
a convertirse en angustia al verle caer hasta la calle; pocas veces en el cine
un animal ha visto tan bien expresados sus sentimientos e intenciones por medio
de la música.
Con
esta impresionante partitura, Steiner no solo ayuda a crear uno de los más
famosos mitos del cine fantástico, sino que cimentó las bases de la composición
para el séptimo arte. No obtuvo reconocimiento por entonces por parte de la
Academia y tendría que esperar a 1935 para ganar su primer Oscar con El delator,
de John Ford.
Os dejamos con el tema principal del esta espléndida banda sonora original.
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