Título original: Kona fer í stríð. Dirección: Benedikt Erlingsson. País: Islandia. Año: 2018. Duración: 101
min. Género: Drama.
David Alexsander Corno (Montaje), Bergsteinn Björgulfsson (Fotografía), Benedikt Erlingsson,
Ólafur Egill Egilsson (Guión), David
Thor Jonsson (Música), Marianne
Slot, Benedikt Erlingsson, Carine Leblanc (Producción),
François De Morant, Raphaël Sohier, Vincent Cosson, Aymerick Devoldère (Sonido), Dominique Rabout (Maquillaje), Sylvia Dögg
Halldorsdottir, Maria Kero (Vestuario).
Premio del Público en el
Festival de Cine Europeo de Sevilla 2018. Premio a la Mejor Actriz (Halldóra
Geirharðsdóttir) en la Seminci de
Valladolid 2018.
Estreno en Sevilla: 8 Marzo 2019.
Reparto:
Halldóra Geirharðsdóttir
(Halla/Ása), Jóhann Sigurðarson (Sveinbjörn), Juan Camillo Roman Estrada (Juan
Camillo), Jörundur Ragnarsson (Baldvin).
Sinopsis:
A sus cincuenta años,
Halla, profesora de canto, declara la guerra a la industria local del aluminio,
que está contaminando su país. Para ello, toma todo tipo de riesgos con el fin
de proteger el medio ambiente en Islandia. Pero su situación podría cambiar con
la llegada inesperada de una carta que da luz verde por fin a sus trámites de
adopción de una niña.
Una decisión fuera de
norma, insólita y valiente, arriesgada y procaz, puede comerse literalmente una
película, o al menos el relato que se pretende contar dentro de ella, o, en
cambio, salvarla de la medianía, del olvido inmediato, gracias a un recurso a
medio camino entre la forma y el tono que acabe englobando un espíritu
artístico.
En “La mujer de la
montaña”, tercer largometraje del islandés Benedikt Erlingsson, una fábula de
activismo social que degenera en terrorismo ecológico, esa táctica de derribo,
esa osadía narrativa, reside en una destrucción constante de la cuarta pared:
la banda sonora, de corte disonante y matices estrambóticos, se hace carne
dentro del plano con la presencia de los músicos que la tocan y sus
instrumentos (percusiones variadas, principalmente una caja, además de una tuba
y un acordeón), detrás o delante de su personaje principal y de sus
secundarios, como un coro griego que, en lugar de recitar pasajes líricos sobre
el contexto de la historia, expulsa notas conformando un estilo aglutinador. Y
el estilo, de ese modo, muta con su presencia casi constante, junto a la de un
coro de música tradicional ucraniana, hasta convertir a la película en un
inclasificable musical social, tierno y singular.
Con ecos de las bandas
gitanas de Emir Kusturica, sobre todo de “Gato negro, gato blanco”, donde los
músicos acompañaban las peripecias de los personajes, pero a lo bestia, con
mucha mayor presencia, Erlingsson explota el recurso de principio a fin en una
obra que, de todos modos, va virando en cuanto a su género, mucho más interesante
cuando circula en torno a la tragicomedia social que cuando deriva hacia la
aventura de supervivencia.
Como en “De caballos y
hombres” (2013), su ópera prima, un absurdo cercano al de las obras de Roy
Andersson domina un conjunto de fuertes raíces simbólicas, donde su heroína no
deja de ser una Artemisa del nuevo milenio, diosa de la caza, la naturaleza y
los animales salvajes, reconvertida en agitadora por su defensa del ecosistema.
Pero sin sus tres músicos de fondo y, sobre todo, sin la banda sonora de David
Thor Jonsson, “La mujer de la montaña” solo sería una película social europea
más, y no la feliz extravagancia que finalmente es. (Javier Ocaña)
Recomendada.
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