6 películas se estrenan el
2 de febrero de 2018 en la cartelera cinematográfica de Sevilla. Dos producciones
son estadounidenses, dos españolas, una británica y una italiana. De las seis
películas estrenadas sorprende que dos huelan desde lejos a “cine familiar” con
el objetivo de atraer un público fácil “comedor de palomitas”. Visto lo visto, sólo
nos arriesgamos por recomendar el visionado de un estreno. Este es nuestro
repaso semanal a los estrenos en Sevilla.
El hilo invisible. (USA, 2017). Dir.
Paul Thomas Anderson.
Drama ubicado en los años 50, protagonizado por Daniel
Day-Lewis, Lesley Manville, Vicky Krieps y Richard Graham.
6 nominaciones a los Oscars (incluido Mejor Película,
Mejor Director y Actor Protagonista).
El score está compuesto por Jonny Greenwood.
Ese hilo fantasma, invisible, al que hace referencia el
título se refiere sin duda al que utiliza ese notable director, Paul Thomas
Anderson, para coser la relación entre los tres personajes de este relato, un
hombre dedicado a su obsesión por la elegancia femenina, su hermana dedicada a
limpiarle el camino de impurezas y una mujer que llega al camino para
alicatárselo de mundo, demonio y carne. Aparentemente, Anderson propone una
panorámica visualmente espectacular sobre la moda de mediados del siglo pasado y
sobre los rituales para adornarse por fuera, pero lo esencial, lo mejor de la
película, es el modo en que este director tan sumamente malicioso engalana por
dentro a sus personajes, y muy profundamente al protagonista, Reynolds
Woodcock, de quien conocemos hasta el menor detalle de su personalidad tras el
apoteósico retrato que la cámara de Anderson nos brinda como si fuera un
pincel: cómo se viste, cómo se peina, cómo mira a «sus» mujeres, cómo persigue
lo que quiere y cómo alterna con maestría la distancia larga y corta…, y todo
ello volcado sobre la interpretación de Daniel Day Lewis, un actor sublime que
vive incrustado en sus personajes como un caracol en su concha y le otorga a
este diseñador obsesivo una complejidad y un alma laberíntica que no es nada
fácil detectar, entender, con una cabeza en reposo, sin oleajes, y tanto
produce irritación, como admiración, como incluso amargor y pena. Pero estamos
en una película de Paul Thomas Anderson, ese tipo malicioso que hizo
«Magnolia», «Boogie Nights», «Pozos de ambición» o «The Master», y hay que
esperar, por lo tanto, que su historia nos provea de al menos una gota de
colirio sulfuroso que pique a rabiar y utiliza para ello a los dos personajes
femeninos (la hermana, Lesley Manville, tiene un peliculón ella sola), y
especialmente el que interpreta Vicky Krieps, la amante, el adorado tormento,
ese punto de perversidad, de veneno, que necesita el cine de Thomas Anderson,
el ardor entre el frío… Lo justo para voltear todo lo que creíamos haber visto.
Mentira: «El hilo invisible» nos cuenta otra cosa, más profunda, más oscura,
más temible. Recomendada.
El cuaderno de Sara. (España, 2018).
Dir. Norberto López Amado.
Película
de aventuras protagonizada por Belén Rueda, Manolo Cardona, Enrico Lo Verso, Marián
Álvarez y Florín Opritescu.
Ha
llegado un momento en el que cierto cine español debe empezar a decidir si
quiere ser toro o torero. Si lo único que pretende es conquistar al público,
una opción tan digna como poco infalible, o quiere intentar alcanzar también
otras cotas. Y no hablamos del esforzado cine independiente y de autor, el de
película con apariencia pequeña pero que con talento y trabajo se puede
convertir en grande. Hablamos de las producciones por encima de la media, las
de mayor capacidad financiera, las que se acercan a temas mayores con recursos
industriales, y que pueden ir acompañadas (o no) de ambiciones artísticas,
narrativas y visuales.
Viendo
“El cuaderno de Sara”, al igual que ocurrió con, por ejemplo, “Palmeras en la
nieve”, la respuesta parece clara: hemos decidido ser el toro. Ir a verlas
venir y no a dominar. Buscar al público, con sencillez, casi con simpleza, sin
intentar atrapar la complejidad ni la trascendencia de sus temáticas. Ponerlo
fácil, conquistar con recursos melodramáticos a la mayoría, a esa que ve la
televisión cada noche y se retroalimenta con la loable maquinaria publicitaria
de sus propios productos.
Ambientada
en el Congo —aunque rodada en Uganda—, centrada en las entrañas de la Guerra
del Coltán, y protagonizada por una mujer que busca en plena selva a su hermana
desaparecida, doctora de una ONG, la película escrita por Jorge
Guerricaecheverria y dirigida por Norberto López Amado —de amplia experiencia
en productos televisivos: “Tierra de lobos, El tiempo entre costuras, Mar de
plástico”— vendría a ser la versión cinematográfica de la exitosa literatura de
aeropuertos, best sellers sobre asuntos sustanciales que no dejan huella ni en
el interior ni en las letras. Una visión de África destinada a un público no
demasiado exigente, con una mirada superficial que, en algún momento, gracias a
la buena labor de producción e interpretativa, podría apuntar incluso a una
(fallida) producción de Hollywood con empaque formal y dimensión narrativa más
bien meliflua: “Diamantes de sangre”, por ejemplo. Pero no llega.
Independientemente
de que el periplo del personaje de Belén Rueda esté narrado con una mecánica
alimentada de demasiados requerimientos a la contingencia —siempre se
encuentran con alguien en el momento justo, incluso con una fila de carros de
cascos azules de la ONU por un camino perdido—, lo que acaba fallando es el
tono, personificado en el relato final en off, flácido y retórico, y en la
huida de la ambigüedad del personaje de la doctora, interpretado por Marian
Álvarez, al que nunca se decide examinar. Con oportunidades perdidas como “El
cuaderno de Sara” se puede ganar dinero (o no). Fenomenal, pero luego no nos
quejemos de que no nos seleccionan en Cannes o en la mayoría de festivales. No Recomendada.
Amityville: El despertar. (USA, 2017).
Dir. Franck Khalfoun.
Film de terror protagonizado por Bella Thorne, Cameron
Monaghan, Mckenna Grace y Jennifer Jason Leigh.
La casa sigue allí plantada, tan hermosa de día como
escalofriante de noche, en el 112 de Ocean Avenue, en el pequeño pueblo de
Amityville, en el estado de Nueva York. Y eso alimenta cualquier renacimiento,
ya sea físico y real, o cinematográfico y de pura diversión. En aquella mansión
un joven mató a toda su familia en 1974, instruido por extrañas voces en su
cabeza, y de ese mismo hogar salieron por piernas sus siguientes moradores, al
año siguiente, con acusaciones de encantamiento hacia la casa.
Y de allí surgió también tanto uno de los clásicos de
casas fantasmagóricas de los años setenta, “Terror en Amityville” (Stuart
Rosenberg, 1979), como un puñado de secuelas y nuevas versiones, a las que se
une ahora “Amityville: el despertar”, digno reinicio de la serie, comandado
esta vez por Franck Khalfoun, el director de “Maniac”, que además decide
comenzar su película con un recordatorio de las imágenes policiales y
periodísticas del suceso que dio lugar a las posteriores producciones
cinematográficas. Información fascinante y aclaratoria para las nuevas
generaciones de espectadores.
Khalfoun, también guionista, tiene el buen gusto de dotar
a su relato de altas dosis de ironía autoparódica, introduciendo en una de las
secuencias el hecho de que los nuevos inquilinos de la casa del terror pongan
en su aparato de DVD la película original, como un jugoso retroalimento
cinéfilo y malsano en tiempos de descreimiento. Y al terror puro le suma dos
ingredientes que funcionan bien. Uno relativamente novedoso: la angustia
juvenil y un cierto toque social —los vídeos sexuales y su viralización por las
redes sociales—. Y otro inspirado en la película “Insidious”, aunque llevado al
extremo de la perversidad: la crueldad de que al elemento más terrorífico se
una la condición física del joven, enfermo perpetuo en cama, en estado
vegetativo no consciente.
Película de serie B sin más ínfulas que las de ser eficaz
durante hora y media escasa, “Amityville: El despertar” adolece, sin embargo,
de un truco habitual en este tipo de acercamientos: como la casa provoca
visiones que no existen, ello lleva a que cualquier cosa valga narrativamente,
y eso es siempre un error. A lo que se une un clímax final cuya representación
visual, sobre todo en lo referente a la habitación roja del sótano, está muy
por debajo del resto de una película, de todos modos, con cierto vigor. No Recomendada.
Déjate llevar. (Italia, 2017). Dir. Francesco Amato.
Comedia italiana interpretada por Toni Servillo, Verónica
Echegui, Carla Signoris, Luca Marinelli, Valentina Carnelutti.
Del choque fortuito entre una feminidad dinámica y
explosiva y una masculinidad estática y cuestionable obtuvo la comedia
estadounidense de los años 30 la llama para que entrase en combustión uno de
los discursos más sofisticados del Hollywood clásico: el de la screwball
comedy, territorio donde se daban la mano la herencia del slapstick silente y
las nuevas posibilidades expresivas de una comicidad verbal que imprimía
velocidad a la puesta en escena e inspiraba imaginativos juegos de montaje. La
screwball comedy era un singular islote para la visibilidad femenina –o, mejor,
para la celebración del ingenio y la inteligencia femeninas- en un contexto
general donde predominaban arquetipos menos liberadores. Fue al mismo tiempo
una forma específica y una sensibilidad, pero el destino ha acabado también por
convertirla en una fórmula, no del todo invalidada para sostener nuevos
discursos marcados por su singularidad, como ilustra buena parte de la obra de
la Greta Gerwig guionista.
En “Déjate llevar”, el italiano Francesco Amato cruza el
esquema de la screwball comedy con otro modelo de relato, que, en los últimos
años, el cine de vocación popular ha reiterado hasta el abuso: la historia del
misántropo que se humaniza por una relación de contigüidad forzada con alguna
figura más pura e ingenua o menos peleada con la vida. Así, la película invita
a ser definida a través de una de esas operaciones aritméticas que acaban
pareciendo ese tipo de eslóganes que hacen salivar al departamento de prensa de
una productora: “Déjate llevar” es “La fiera de mi niña” (1938) cruzada con “Mejor…
imposible” (1997). Con la particularidad de que la suma de dos fórmulas no
equivale necesariamente a la suma de sus aciertos y la mecánica aditiva no hace
más que desvelar la estrategia que hay debajo. Toni Servillo y Verónica Echegui
defienden su cometido –y sus personajes-, pero no hay punto de apoyo que les
permita saltar más lejos en esta comedia previsible y rutinaria que crispa –y
embarulla- su desenlace y que tiene su rasgo de menor previsibilidad en la
relación puerta con puerta que el protagonista mantiene con su exesposa. No Recomendada.
La bola dorada. (España, 2017). Dir.
Aitor Aspe.
Cine patrio, familiar y de aventuras, interpretado por Lola
Álvarez, Andoni Agirregomezkorta, Soraya Arnelas, Ana Rodríguez y Natalia
Navarro.
“En algún lugar de Extremadura…”. En principio, la cita
inicial de “La bola dorada” promete: trasladar a nuestra más estricta
cotidianidad un producto destinado al público infantil con el que los chicos
puedan identificarse de verdad. Calles y colegios, casas y parques, quizá poco
atractivos cinematográficos, incluso feos, pero indudablemente nuestros.
El problema es que hacer una película no es nada fácil. O
al menos una película de aspecto profesional. Y Aitor Aspe, desde la dirección,
y sus compañeros en el guion Juan Velarde y Maite Ruiz de Austri, ya veterana
en esta línea de producciones infantiles de guerrilla, aunque asociadas a la
animación —La leyenda del viento del Norte, El extraordinario viaje de Lucius
Dumb—, no logran consumar un relato ni una imagen que se desprendan de la
sensación de producto amateur realizado por un grupo de amigos que está
empezando a practicar esto del cine.
De hecho, lo único que confiere cierto sabor a
competencia profesional es el póster de la película, aunque con diseño casi
calcado de Super 8 y de las producciones Amblin de los 80, y una protagonista
con una varita mágica en la mano, al estilo Harry Potter. Sin embargo, no se
hace una película con un póster; ni siquiera con el guiño —¿a quién, a los
niños, a los padres?— de colocar a un famoso al frente del reparto: Soraya
Arnelas, de Operación Triunfo. De modo que a pesar de la historia con
reminiscencias de “La rosa púrpura de El Cairo”, con niña entrando y saliendo
de su programa favorito de la televisión e interactuando con sus personajes, “La
bola dorada”, con casi sonrojantes mensajes de autoayuda e intérpretes alzando
las cejas como en una obra de instituto, solo es un vano intento —uno más esta
semana— de aprovechamiento de los críos como principal consumidor de cine en
nuestro país.
Y al César lo que es del César: lo mejor de la película,
con diferencia, es la niña protagonista: Lola Álvarez, con acento extremeño y
notable dicción. No Recomendada.
Cavernícola. (Reino Unido, 2018). Dir. Nick Park.
Película de animación de los creadores de "Wallace y
Gromit”.
Menos inspirada que las producciones anteriores de Nick
Park y los estudios Aardman, 'Cavernícola' funde la prehistoria con la creación
del fútbol y tiene su esperado clímax en un partido que enfrenta a dos equipos
cuya visión del juego es antagónica, las estrellas sobradas (algún futbolista
actual podría verse reflejado sin problemas en el goleador de este equipo en
teoría imbatible) y los que juegan desaliñadamente pero también de manera más
creativa.
Park hace una vez más de lo analógico materia de estilo,
aunque el soporte final sea digital. La estética de los personajes y objetos de
plastilina animada, imperfecta pero esa es su mayor virtud estética, y el
proceso 'stop-motion', que los estudios Aardman llevan reivindicando desde que
crearan a Wallace y Groomit, están convenientemente afinados (fondos,
movimientos físicos, efectos de luz, gestualidad) y no faltan las canciones de
rigor para animar algunas secuencias.
Pero, en el fondo, 'Cavernícola' es un filme desnudo: de
veleidades, artificios, saturaciones o subrayados. Va al grano (el conflicto
entre dos tribus, el entrenamiento en los rudimentarios campos y el partido
final narrado con la ironía épica conveniente) y se reivindica a los ojos de
todos los espectadores en su clarividente pureza.
Los personajes son menos entusiastas que en obras mayores de Park, caso
de 'Chicken Run: Evasión en la granja' o la teleserie 'La oveja Shaun'. El
argumento tiene más de un momento en que se desinfla. Los momentos fuertes lo
son menos y algunos gags resultan insuficientes o reiterativos. Pero es una
producción Aardman, y eso solo ya invita al respeto. No Recomendada.
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